martes, 20 de mayo de 2008

Reflexiones: Relación cuento – narrador oral

Un enfoque compasivo y equilibrado respecto de este vínculo, para evitar las desavenencias y el diván. Métodos prácticos de autoayuda para eliminar las tensiones proyectadas sobre el narrador oral y, sobre todo, el cuento.


Después del éxito obtenido con nuestras reflexiones anteriores, hemos decidido ofrecer estas nuevas como un humilde aporte para la mejor comprensión de los dos miembros de la pareja que forman el relato y el narrador oral. No pretendo que todo el mundo esté de acuerdo conmigo, no todos pensamos igual. Mi intención es proponer un tema de debate, a ver qué pasa (si es que pasa algo). No quiero presentarme aquí como la inventora del agua tibia, sino compartir con ustedes algunas experiencias que he acumulado, después de vagar mucho y con placer por el fabuloso mundo de los cuentos.

Vamos a parafrasear un poco al doctor Dyer. Antes que nada, un llamado de atención: que ustedes sean seres humanos y los cuentos, seres de papel, no les da derecho a querer avasallarlos, o sea, a hacer con un relato lo que se les cante, sin ninguna clase de consideración o respeto. Los seres humanos realizamos esfuerzos constantes para dominarnos los unos a los otros desde que el mundo es mundo, pero con los cuentos, no. Por favor, no tergiversen, estropeen ni desluzcan los relatos, no los manipulen ni los sometan a sus caprichos; no traten de gobernarlos, ni les cambien el sentido o la esencia. No metan mano en lo que no necesita arreglarse. Todo esto representa para el cuento una carga enorme de sacrificio innecesario. Este comportamiento humano genera un vínculo abusivo y, por ende, resentimiento en el relato que, tarde o temprano, se va a vengar de ustedes. Y no es broma. Es karma cuentero.

A los cuentos les gusta divertirse en grupo y salir de paseo con los narradores orales. Tienen inclinaciones gregarias y les encanta que la gente los disfrute (y los narradores orales, como los libros impresos, son un medio para lograr este fin). Los relatos se niegan a permitir que los manipuladores (los “matones con tijeras”, como dice Graciela Montes) les rijan la vida. A los cuentos hay que quererlos como son, no como uno quisiera que fueran.

Algunas personas (hay gente para todo) están convencidas de que los cuentos “trabajan bajo sus órdenes” y les han cedido automáticamente todos sus derechos (que los tienen), para convertirse en objetos. Las historias están sobre un objeto (el papel tradicional u otro medio moderno de reproducción), pero no son cosas. Son... cuentos (¿Les dije que el señor Perogrullo era pariente mío, no?). Uno no puede obligar al relato a que se convierta en lo que uno quiere que sea. Seamos responsables con estos regalos, caramba. Experimentemos, sí, pero relacionémonos en un plano de igualdad y equidad con estos reinos de libertad que son las historias.

Adapto ahora una frase de George Bernard Shaw, de puro caradura que soy. Él resume la sensación interior de fortaleza y suficiencia que produce arriesgarse en la vida, pero yo lo aplico al oficio de contar, porque también cuaja. Mis comentarios figuran entre paréntesis (pobre George):

“Esta es la verdadera alegría de la vida (contar cuentos), el ser utilizado (por los cuentos) para un designio que uno mismo reconoce como algo poderoso ... el ser una fuerza de la Naturaleza, en vez de un terroncito calenturiento y egoísta, rebosante de achaques y agravios, que no cesa de lamentarse de que el mundo no se consagrará a la tarea de hacerlo feliz a uno.”

Me gustó lo del “terroncito” (conozco a más de uno así, a quien los cuentos le escapan).

También sería interesante tender puentes a los cuentos, en vez de cerrarnos y levantar barreras cuando nos perturbamos ante un relato que no es como nosotros o a lo que estamos acostumbrados.

De todas formas, creo que el único barómetro en todo esto es la propia satisfacción ante la historia en cuestión. Para valorar un cuento, me parece que no habría que mirar hacia afuera, a lo que dicen los otros (amigos, intelectuales, académicos, el verdulero de la esquina, etc.). Criterio propio, sentido común, en suma. El cuento se lo agradecerá. A los relatos les resulta imposible estar seguros de cómo los juzgarán los demás, y creo que no les importa. Están muy ocupados “siendo”.

Pensemos, reflexionemos, actuemos. Todo sea por los cuentos. Continuará en la próxima entrega.

© Gabriela Villano. 2007

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