sábado, 27 de febrero de 2010

Al oído al atardecer

Claudio Ledesma y Gabriela Villano
en la Brioche Doreé de la Librería El Ateneo
25 de febrero de 2010 - Buenos Aires.


























Si querés ver más fotos, andá a:
http://loscuentosdelvillanoenfotos.blogspot.com/
en la sección "Espectáculos y eventos".

sábado, 13 de febrero de 2010

Cuentos

Claudio Ledesma y Gabriela Villano

narrarán cuentos para adultos

el jueves 25 de febrero a las 19

en la Brioche Dorée de la Librería El Ateneo,

Florida 629 (entre Tucumán y Viamonte),
Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Entrada libre

Reflexiones: Adolfo Bioy Casares, el acto de escribir y los cuentos

CONVERSACIÓN DE JORGE URIEN BERRI CON ADOLFO BIOY CASARES (1914-1999) : ‘ESCRIBIR DA SENTIDO A LA VIDA Y MUCHA FUERZA’.

Esta conversación se desarrolló hace 22 años (1987), cuando Bioy tenía 72.

(...)
–No es fácil escribir, no es fácil. He escrito tantos relatos que, aunque tengo las dificultades de siempre, por lo menos no tengo la sensación de estar viéndome desde afuera cuando escribo. (...) Con los relatos estoy más en mi terreno y escribo con más naturalidad. Empecé a escribirlos, como le dije, a los doce años, y estoy escribiendo relatos. Le debo mucho a mi padre porque yo tenía la costumbre de la ensoñación: pensar en cosas muy inútiles. Mi padre me dijo que le pasaba lo mismo y había perdido muchísimo tiempo en eso, y me aconsejó: "Tratá de pensar en los cuentos en vez de esas tonterías". Además, como soy supersticioso, había descubierto que me traían mala suerte esas ensoñaciones. Claro, si deseaba que las mujeres se enamoraran de mí, era probable que de vez en cuando se enamoraran. Aprendí a pensar en cuentos, y si bien no estoy satisfecho con mis dotes, puedo decir que eso me llevó también a dominar mi capacidad de atención y mantenerla. Un escritor me dijo que él tenía una imaginación tan fuerte que no podía leer novelas porque leía la primera frase y se quedaba pensando. Era una buena caricatura de lo que me pasaba.

En ese sentido, el cuento es una gran ayuda.

–El cuento o la novela lo llevan a uno a encauzar su pensamiento por un lado y no permitir que se desvíe.
(...)
¿El estilo le preocupa?

–Muchísimo, pero creo que el argumento es parte de la técnica porque, ¿en qué consiste la técnica? En cómo contar las cosas, ¿en primera o en tercera persona? La técnica es: ¿frases largas o frases cortas? Pensé muchísimo en la técnica del cuento y la novela y creo que ante cada cuento hay que pensar qué técnica le conviene a uno para ese cuento. Casi hay que inventarla. Hay buenas recetas y casi todas vienen de Horacio: las unidades son verdad. No sé por qué, pero conviene que un argumento tenga un tema central, conviene que tenga un héroe, conviene que la historia sea contada por una persona. Ya sé que están La piedra lunar y otros buenos libros contados por muchas voces, pero parecería que es más fácil acertar contando las cosas con una sola voz. Si en una historia está en el campo, las cosas deben mirar al campo; si hay una creación musical, deben mirar hacia la realidad musical. Y tiene que haber sorpresas, pero no muy grandes como para ser increíbles. Tienen que estar preparadas, pero no como para que el lector diga: "Sabía que venía esto". Es una cuestión de tino. La verdad se aprende. Los candidatos a aprendices pedimos que se nos acorte el camino, y en nada se puede acortarlo. Hay que tener malas experiencias y aprender de ellas.
(...)
Usted tiene una imaginación muy rica, no tiene el drama de los escritores pobres de ideas.

–Por suerte eso no me falla. Parece una pedantería, pero la compenso diciendo que me cuesta escribir y que tardo muchísimo en escribir un libro más o menos simple. Pero invento con rapidez. Ahora, no siempre me precipito a escribir lo que he inventado. A veces sí, cuando tengo una especie de compulsión y siento una suerte de placer que me dan los personajes, la situación, todo. Pero hay veces en que un argumento me acompaña durante quince años o más. Y veo con alegría y perplejidad que son los que salen mejor, o los que la gente me dice que salen mejor. (...)

–¿Primero tiene una idea vaga, general?

–Viene una idea vaga o una idea vaga que es el comienzo de una cosa. Me impresionó una frase de Bergson, que la inteligencia es el arte de encontrar una salida a las situaciones difíciles que parecen sin salida.
(...)
Suele decirse que hay dos o tres temas grandes y los demás son variaciones o especie de plagios.

–Hay que apartarse de la historia de la literatura y no pensar que los temas se han agotado. En Europa predomina esa idea y que lo único que les queda a los escritores es intentar variantes. Es un pésimo camino para escribir. Hay que proceder con un poco más de ingenuidad y modestia y no verse a sí mismo como parte de la literatura, sino como una persona que cree inventar algo y lo propone. En Italia me preguntaron qué teoría había detrás de mis relatos y respondí que no había ninguna. Conviene que haya unidad de tiempo, o que el tiempo no se prolongue demasiado. El relato comprimido en el tiempo tiene mucha más eficacia. Decía Stevenson que tiene que haber de vez en cuando escenas vívidas para el ojo, escenas que uno las vea en su mente como si las soñara, porque ayudan a que el lector siga interesado y guarde una imagen. Él lo hacía muy bien. No escribo una historia fantástica para mostrar que la literatura fantástica puede tal cosa, no. Escribo cuentos fantásticos porque se me ocurren cuentos fantásticos, y tal vez quisiera escribir cuentos que no fueran fantásticos.
(...)
Los cuentos van perdiendo el tradicional cierre final sorpresivo y hay muchos finales abiertos.

–El cuento de final a toda orquesta en el que yo he caído tiene algo falso. Hay una reacción justificada contra eso, pero hay que tener cuidado también de no dejar la sensación de: y bueno, ¿qué? El ideal es no subrayar demasiado las cosas, pero en el final hay que dejar que todo se entienda. Hay que saber decir sin subrayar. El cuento es una cosa que empieza, tiene un nudo y termina. Al no tener la terminación, vienen la insatisfacción y el desagrado. No hay que hospedarse en el muy hospitalario cuento sin final, hospitalario para el escritor porque no tiene que pensar demasiado. Es típico de escritor novato que nada llegue. Las cosas tienen que llegar, pero tampoco como las hacía llegar Poe: "Miren qué horror, aquí viene el fantasma". La palabra "horror" la tiene que poner el lector.

¿Por qué dijo que los finales de sus cuentos son falsos?

–Creo que alguna vez se me ha ido la mano. Y alguna vez también me he quedado corto y me he arrepentido porque no pasa nada. Las anécdotas generalmente son de la vida real y, ¿por qué funcionan? Porque tienen un final sorpresivo, algo que las hace destacarse en el continuo suceder de los fenómenos.
(...)
–¿Por qué escribe?

–Uno empieza a escribir porque le gusta, nada más. Y después tiene la revelación de que escribir da… sentido a la vida. Además [conmovido], da mucha fuerza. Pienso que hasta las cosas desagradables que me pasan, si son interesantes, se transforman en algo grato porque me permiten escribir y contarlas. Me pregunto si no seré un maniático de la literatura, porque a todo el mundo le digo: "Trate de escribir, va a ver qué bueno que es". Porque creo que lo fortalece a uno… La vida es muy inexplicable… tenemos una conciencia, tenemos sueños, tenemos una verdadera vocación de inmortalidad y el cuerpo tiene una verdadera vocación de mortalidad y está continuamente mostrándonos nuestra decadencia, cómo nos vamos deshaciendo y perdiendo. Entonces, si no hay esa posibilidad de descubrir cosas y analizarlas…

–¿Escribir es vivir otras vidas?

–Es como tener otra vida, puede ser. Otra vida hecha con la misma vida. Agregamos cuartos a nuestra casa. A veces, a las casas de los demás. Alguna vez dije que para soportar la historia contemporánea lo mejor era escribirla. Con la vida tal vez pasa algo así. Quiero decir que si no tuviéramos el consuelo de comentarla, la vida sería más dura. Los comentadores tenemos esa suerte de ocupar nuestro pensamiento, que con la imaginación, la crítica, la ironía y el patetismo nos da siempre otros jardines para pasear y estar tranquilos.
(...)
–Algunos escritores sienten la dicotomía entre vivir y escribir.

–No, yo la siento en las críticas de los interlocutores. Generalmente hay una mujer que le dice a uno: "Vos no escribís bastante, te pasás una vida de ocio y placer". Y en cuanto uno se pone a escribir mucho: "No te podés alejar de la vida, tenés que vivir, si no, qué vas a contar". Siempre pensé que irritamos al prójimo simplemente por existir. El otro es algo desagradable porque es un límite para uno. Le gustan las cosas que no nos gustan, vive de una manera distinta. Nuestra conducta parece totalmente estúpida a los demás. "¿Por qué no vas al médico?" "No tenés que seguir yendo al médico, sos un enfermo imaginario". No hay cómo contentarlas (a las mujeres).

–Y a pesar de eso se busca la pareja.

–Y claro, necesitamos querer y que nos quieran. Y después a lo mejor tenemos una persona que aborrecemos y nos aborrece. El hombre es muy difícil de contentar. Somos incompatibles unos con otros... Y cuando uno está aprendiendo, se muere. Nada se puede enseñar en definitiva. Lo que hacemos los escritores es tratar de pasar alguna sabiduría de unos a otros, pero casi no llega, nadie quiere recibir lo que le están dando.

–O lo reciben y le dan otro sentido. Le habrá ocurrido.

–Sí. Cada lector lee un libro distinto. O ven cosas que yo no había visto y no me parecen tan descaminadas y estaban en el cuento. Si las enseñanzas fueran recibidas, y no hablo de mí, habría un progreso continuo, pero eso no ocurre. Los mismos errores se vuelven a cometer a lo largo de toda la historia.

Por Jorge Urien Berri
Fuente: ADN Cultura
Más información:
www.lanacion.com


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Cuidemos el idioma 27

NUESTRA QUERIDA Ñ

Fuente: Clarin.com del 15 de noviembre de 2008 (fragmentos).


El idioma latino no poseía inicialmente un sonido eñe, explica el lingüista José Moure, titular de Historia de la Lengua en la UBA e investigador del CONICET. "Sin embargo, la eñe apareció luego en razón de un mecanismo por el cual, en algunas combinaciones de sonidos, el primitivo lugar de articulación se desplaza hacia el paladar. Así, "vinea" pasó a ser "vinia". La "n", influida por el punto donde se articula la "i" retrajo la lengua hacia el paladar, lo que determinó que se dijera viña; algo semejante pasó con el grupo gn y entonces "lignu" se transformó en "leño". En castellano también se cumplió este proceso en palabras que tenían dos enes juntas y así "annu" terminó en "año" y "canna" en "caña".

¿Cómo respondió el alfabeto latino a esas modificaciones si no tenía un signo para representarlas? Moure explica que durante siglos se escribió "vinea" aunque se pronunciase "viña". Pero a medida que las regiones del antiguo imperio romano se conformaron como dominios diferenciados, necesitaron reformular el código gráfico y adecuarlo a sus novedades fonológicas. Por eso, cada ortografía "nacional" escogió una determinada modalidad. En el caso de la eñe, otros idiomas latinos optaron por representarla mediante dos caracteres: en portugués lo hacen con nh (Espanha), en francés e italiano, con gn (Espagne, Spagna); en catalán, con ny (Espanya).

¿Y de dónde salió esa extraña virgulilla -la ondita- de la Ñ? Esa virgulilla es una "n" abreviada. "Los antiguos copistas -dice Moure- habían desarrollado una serie de signos que hacían menos gravosa la tarea de escribir. Los escribas castellanos superponían las enes finales como tildes horizontales sobre la letra precedente. Para escribir "nn" con el sonido de la actual eñe (Espanna), se consolidó este uso. La primera ene se escribía en su forma habitual y la segunda arriba, con un rasgo horizontal recto u ondulado". (…)


CONDENSA UNA LENGUA Y UNA CULTURA
Carmen Cafarell

La eñe es la decimoséptima letra del abecedario español. Su peculiaridad reside en que no existe en el orden latino internacional y esa peculiaridad se entiende al adentrarnos en su origen. Esta letra nació de la necesidad de representar gráficamente un nuevo sonido, inexistente en latín. La eñe surgió, por lo tanto, al tiempo que surgía el castellano medieval en su forma escrita.

La eñe fue tomada del castellano por otros idiomas como el aymara, el bubi, el guaraní, el quechua o el tagalo; y con ellos y con el castellano y su expansión geográfica la eñe fue entrando en la comunicación escrita de millones de hablantes. La última de sus conquistas se ha forjado en Internet. Su reconocimiento internacional ha llegado a los dominios virtuales, de los que había estado excluida sin más motivo que la inercia impuesta desde ámbitos informáticos anglohablantes.

Con ñ escribimos en español desde el siglo IX y hoy la ñ está presente en los dominios de Internet, el medio de comunicación escrita del siglo XXI. La ñ preside el logotipo del Instituto Cervantes por una razón: es una de las representaciones gráficas más breves y poderosas, en una única letra se condensan la lengua y la cultura hispana. La eñe simboliza el idioma en el que se comunican hoy cerca de 500 millones de personas: el español.



“La Ñ está exiliada de Internet. Tiene el ingreso aún prohibido en la Argentina, como si una letra no fuera crucial. Como si su ciudadanía idiomática fuera menor. Las batallas de las lenguas son batallas políticas. Sin una política de la lengua, se pierde soberanía. Se le resta potencia a la voz propia. Se pauperiza la identidad idiomática.” Miguel Wiñazki.



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Eduarda Mansilla

Eduarda Mansilla (1834-1892) nació en Buenos Aires, dentro de la clase alta de origen hispano-criollo. Perteneció, por el lado materno, a una familia en la que las mujeres (su abuela Agustina López de Osornio, su tía Encarnación Escurra, su prima Manuela Rosas, su madre Agustina Rosas de Mansilla) tomaban decisiones económicas y políticas y tenían una opinión influyente, no sólo en asuntos domésticos, sino también en la vida pública. Recibió una educación excepcional para una joven de su época y salió al mundo sin mayores complejos, ni por su condición femenina ni por provenir de un remoto y joven país sudamericano (después de todo, era la sobrina de Juan Manuel de Rosas, que había resistido los bloqueos de Francia y de Inglaterra, y ella misma –siendo aún una niña- había oficiado como intérprete de su tío ante el conde Walewski, embajador francés).

Su hermano Lucio escribió Una excursión a los indios ranqueles (1870) y Eduarda, autora bilingüe, entre otras obras publicó una novela en francés (Pablo, ou la vie dans les Pampas, 1869), cuyo gran tema es el desamparo de las mujeres –ineducadas y solas- en esas pampas, y el trágico destino de las madres a las que la guerra civil les arrebata sus hijos, es decir, lo único que las justifica ante la sociedad.

Viajera y políglota, Eduarda Mansilla fue, como pocos, una traductora y una intérprete de idiomas y también de culturas, tal vez por haber sido esposa del diplomático argentino Manuel Rafael García. El trabajo de traducción cultural no es, en su escritura, reproductivo, sin productivo. No propone la copia de originales preexistentes. Propone otros originales. Una de sus notables innovaciones en este sentido, es haber sido la primera autora en la Argentina de un libro (Cuentos, 1880) pensado y escrito para los niños de su propio país.

“Sólo he intentado producir en español lo que creo no existe aún original en ese idioma: es decir el género literario de Andersen. ¿Cuál ha sido mi objeto al componer estos cuentos? Debo confesarlo, aun cuando la pretensión parezca superior a mis fuerzas. ¡Vivir en la memoria de los niños argentinos! (...) La acogida benévola que tuvo Chinbrú, publicado en folletín, acentuó en mí la idea que desde Europa me atormentaba tiempo há, cuando mis hijitos que adoran a Andersen devoraban ávidos las obras de la Condesa de Ségur, tan popular en Francia. Casi con envidia veía el entusiasmo con que esas inteligencias, esos corazones que eran míos, se asimilaban sentimientos e ideas que yo no les sugería; y más de una vez traté de cautivar a mi turno con mis narraciones, al grupo infantil.” (Mansilla, E. Cuentos. Buenos Aires. Imprenta Juan A. Alsina. 1880. V-VII).

Sin rechazo chauvinista ni admiración irrestricta por lo extranjero, la mirada de Eduarda Mansilla va de un lado al otro, sopesa y valora, para desembocar en un proceso innovador que conduce a la autoafirmación de la voz autorial, capaz de crear un espacio único desde donde hablar por cuenta propia.


Fragmentos de la nota titulada “Eduarda Mansilla. Traductora impertinente y apasionada”, de María Rosa Lojo (escritora, investigadora del Conicet), publicada en la revista CTPCBA número 100, noviembre-diciembre de 2009, págs. 47-49.


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Dicen los que saben 35:

Sobre el amor, según Maurice Maeterlinck, dramaturgo belga (1862-1949):

Hay cosas que no pueden decirse sino besando… porque las cosas más profundas y las más puras quizás no salgan del alma si no las llama un beso.

Si usted ama, no es ese amor lo que forma parte de su destino; es la conciencia de usted mismo que usted habrá encontrado en el fondo de ese amor lo que modificará su vida.

No se tiene más que la felicidad que se puede comprender.


Sobre la escritura, según Lillian Hellman, escritora estadounidense (1905-1984):

El cinismo es una forma antipática de decir la verdad.

El fracaso en el teatro es más dramático y feo que cualquier otra forma de escritura. Cuesta tanto que uno se siente muy culpable.

Dios perdona a quienes inventan lo que necesitan.

Si usted cree, como los griegos, que el hombre está a merced de los dioses, debe escribir tragedias. El fin es inevitable desde el principio. Pero si cree que el hombre puede resolver sus propios problemas y que no está a merced de nadie, entonces probablemente escriba melodramas.


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