LA COCINA DE LAS PALABRAS
Mi amor por la literatura comenzó cuando mi abuela me enseñó a cocinar. Sí, aunque parezca mentira o una combinación un poco rara: letras y comida.
Mi amor por la literatura comenzó cuando mi abuela me enseñó a cocinar. Sí, aunque parezca mentira o una combinación un poco rara: letras y comida.
En realidad, no es una mezcla tan estrafalaria como podría parecer a primera vista porque, en ambos casos, estamos hablando de alimentos imprescindibles, que nutren el cuerpo y también el alma y sin los cuales nos morimos de hambre, tanto física como espiritualmente.
Cuando yo era chiquita y estaba en el jardín de infantes, mi abuela, decía, me enseñó a cocinar. Creo que lo hizo, más que nada, para que yo me quedara quietita y sin hacer lío en algún lugar bajo su supervisión. Al principio yo era su asistente, como la Juanita de doña Petrona C. de Gandulfo (¡Uy, ya deschavé mi edad!). Mi abuela me daba tareas sencillas e inofensivas, nada que pusiera en peligro mi seguridad, hasta que, un buen día, se le ocurrió encarrilarme la vida: me hizo batir unas yemas con azúcar a punto letra y, después, para entretenerme, me enseñó a formar las vocales dentro del bols con el tenedor que chorreaba esa crema espesa y pringosa de color amarillo muy claro. Por eso se llama punto letra, porque hay que batir bien la mezcla hasta que se pueda escribir con ella. Así mi abuela me enseñó algunas letras, para verificar que la crema estuviera en su punto justo. Debo aclarar que la única educación que tuvo mi abuela fue haber hecho la primaria en una escuela rural, en un pueblito perdido de la provincia de La Pampa.
Ahora que soy grande, sigo cocinando, algunas veces en la cocina y otras frente a la computadora. Preparo comidas ricas y sencillas, y también historias picantes y entretenidas. A veces compongo cenas larguísimas, mejor dicho, relatos con varios capítulos; otras, minutas cuenteras rápidas. Todo depende del tiempo de cocción y de la cantidad de elementos que necesita la preparación para transformarse en un buen relato.
Escribir se parece mucho a cocinar, por lo menos en mi caso. De vez en cuando, voy de compras por la vida y termino juntando varios ingredientes en mi cabeza (cucharadas de vivencias, litros de aventuras, gramos de ternura, tazas de emoción). El secreto radica en saber elegir en las góndolas del supermercado de la vida. Dejo que los elementos se maceren en algún lado en mi interior, en lo posible tranquilos y sin cambios bruscos de temperatura, hasta que se forme una preparación homogénea. A veces, es necesario batir la historia enérgicamente; otras, sólo hay que dejarla leudar en algún rincón oscuro, sin molestarla demasiado, para no arruinar la masa. La cocción se da posteriormente, como parte natural del proceso de ebullición o de fermentación. Eso sí, hay que tener cuidado en no sacar el relato medio crudo antes de tiempo. Cuando ya está listo (y toda buena cocinera sabe cuándo, hay que tener buen ojo y práctica, nada más), lo desmoldo sobre cualquier superficie que tenga a mano en ese momento: un molde de papel o de procesador de texto, o una libreta coctelera sobre un colectivo en marcha.
Sin embargo, todavía no es el momento de llevar la historia a la mesa. Como las tortas recién sacadas del horno, los cuentos no se pueden desmoldar y presentar de inmediato al comensal. Es necesario dejarlos a un costado, para que reposen sobre las hornallas traseras de la cocina, tapados con el repasador de las semanas o, incluso, de los meses, así mejoran su sabor y textura. Luego, viene el momento de pulir y alisar la superficie, para que quede tersa; hacer los retoques que sean necesarios; cubrir el plato con la decoración justa, sin recargarlo y, al fin, presentar una obra bien hecha y cuidada con esmero, para nutrir el alma de aquellos a quienes entretengo con mis preparaciones y mezclas. Escribir y cocinar no son tareas para ansiosos.
Y como buena cocinera, me siento muy gratificada cuando mis lectores se devoran mis libros, sin poder controlarse, sin preocuparse por la balanza inflexible del mundo exterior y sin tener que rendirle cuentas a nadie por el atracón imaginario que se han dado. Le pasan el pancito a mis historias (en ocasiones, una sola lectura no es suficiente) y me comentan que les gustó y que les queda espacio para otro cuento más de tal o cual sabor. Poder alimentar así a la gente me llena de satisfacción. Tocar una sensibilidad ajena, hacer sentir algo a un extraño, echar a volar un pensamiento o una emoción es una recompensa para el alma que nos hace sentir a todos un poco más humanos a través de la palabra. Hay un calorcito muy lindo que se siente en medio del pecho, cuando una se saca el delantal y comparte humildemente su obra con otros. Es un trabajo que bien valió la pena.
Hace más de veinte años que ando cocinando historias y mezclando palabras, todo por culpa de mi abuela. Y sé que dondequiera que esté ahora, seguramente estará batiendo unas yemas a punto letra.
© Gabriela Villano. 2007.
© Gabriela Villano. 2007.
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2 comentarios:
Este artículo sobre "cocina y literatura" me encantó. Por felíz coincidencia, trabajando en tu misma estela, me encontré con tu maravillosa página. Quisiera solicitarte autorización para incluir tu artículo en un taller de literatura que dirijimos, aquí en la islita. Te envio un párrafo de la sesión "Sopa de letras", que retrata nuestra identidad de pensamiento sobre este tópico:¿Por qué se escribe tanto sobre culinaria? Por que escribir es como cocinar. Solo se necesita tener una idea, y luego ir añadiéndole los diferentes ingredientes, los diversos sentimientos que en nosotros se van despertando, dejarlos que hiervan a fuego lento, aderezarlos con cariño, amor y paciencia, espolvorear sobre ellos sal y pimienta y una pizca de azúcar – de la que repartía Celia - para que se note que fueron escritos y cocinados con dulzura. ¡Ya está! Tenemos una receta.". Un abarzo y mi admiración por tus escritos.
Lea.
Hola Gabriela.
Hago una serie radial sobre literatura que se llama Sopa de Letras, para el Ministerio de Cultura de Colombia.
Me gustaría entrevistarte por teléfono para el programa, en relacion a este articulo.
Me puedes contestar en este correo: labpublico@gmail.com.
Un abrazo
Rocio Lopez
Periodista
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