Con estas reflexiones, no pretendo inventar el agua tibia, sino sumarme a la postura ya expresada por algunos escritores respetados, tales como Graciela Montes y Gustavo Roldán, entre otros. Me parece interesante señalar una tendencia, que vale la pena tener en cuenta y recordar de vez en cuando.
Como existe cierto código de conducta en el momento de realizar la adaptación de un texto a la oralidad, también hay pautas adecuadas de comportamiento y de trabajo cuando un cuentacuentos le pide permiso a un escritor para narrar oralmente su relato ante una audiencia. (Esto de pedir permiso es una gentileza que a mí, como autora, me encanta, y habla muy bien de la seriedad y profesionalismo del cuentero).
Cada vez que me consultan como autora, contesto lo siguiente: Si el narrador oral se relaciona con mis cuentos con respeto, buenas intenciones y sin silenciar la pluma, me veré inclinada a darle carta blanca para cualquier trabajo o juego que quiera hacer el contador de historias con mis textos. Mientras no se violente el código de ética de la narración oral (que todos deberíamos conocer), no hay ningún problema. El escritor le da libertad al narrador oral, como corresponde, lo cual implica una responsabilidad por parte del cuentacuentos, también como corresponde. Se trata de estar a la altura de las circunstancias, para no caer en arbitrariedades, en modificaciones del sentido o esencia del texto, en una falta de respeto al relato y hasta en una violación a la legislación vigente. Se trata de profesionalismo y amor al cuento, en suma.
Respecto del tema espinoso de la adaptación, plataforma de trabajo del cuentacuentos, les sugiero que vean otro artículo en este blog titulado Adaptación de textos escritos para la oralidad. Allí comparto una receta para navegar por estas aguas a veces turbulentas, sin enfurecer al autor y, sobre todo, sin hacer sufrir al cuento. Además, propongo límites y sugerencias, sobre la base de la experiencia que he tenido como escritora al trabajar con narradores orales para la presentación en escena de mis libros de cuentos.
Difundir la obra propia es un acto de fe, un salto al vacío sin red. Por eso, cuando se me acerca algún cuentacuentos con algún pedido, también ruego en secreto como lo hace Graciela Montes: “Que me toque un narrador buscador y tembloroso, y no un matón con tijeras.” Amén.
© Gabriela Villano. 2007
Como existe cierto código de conducta en el momento de realizar la adaptación de un texto a la oralidad, también hay pautas adecuadas de comportamiento y de trabajo cuando un cuentacuentos le pide permiso a un escritor para narrar oralmente su relato ante una audiencia. (Esto de pedir permiso es una gentileza que a mí, como autora, me encanta, y habla muy bien de la seriedad y profesionalismo del cuentero).
Cada vez que me consultan como autora, contesto lo siguiente: Si el narrador oral se relaciona con mis cuentos con respeto, buenas intenciones y sin silenciar la pluma, me veré inclinada a darle carta blanca para cualquier trabajo o juego que quiera hacer el contador de historias con mis textos. Mientras no se violente el código de ética de la narración oral (que todos deberíamos conocer), no hay ningún problema. El escritor le da libertad al narrador oral, como corresponde, lo cual implica una responsabilidad por parte del cuentacuentos, también como corresponde. Se trata de estar a la altura de las circunstancias, para no caer en arbitrariedades, en modificaciones del sentido o esencia del texto, en una falta de respeto al relato y hasta en una violación a la legislación vigente. Se trata de profesionalismo y amor al cuento, en suma.
Respecto del tema espinoso de la adaptación, plataforma de trabajo del cuentacuentos, les sugiero que vean otro artículo en este blog titulado Adaptación de textos escritos para la oralidad. Allí comparto una receta para navegar por estas aguas a veces turbulentas, sin enfurecer al autor y, sobre todo, sin hacer sufrir al cuento. Además, propongo límites y sugerencias, sobre la base de la experiencia que he tenido como escritora al trabajar con narradores orales para la presentación en escena de mis libros de cuentos.
Difundir la obra propia es un acto de fe, un salto al vacío sin red. Por eso, cuando se me acerca algún cuentacuentos con algún pedido, también ruego en secreto como lo hace Graciela Montes: “Que me toque un narrador buscador y tembloroso, y no un matón con tijeras.” Amén.
© Gabriela Villano. 2007
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