sábado, 18 de agosto de 2007

Crónicas contables 2

De un Villano entrometido

HOY: Palabreros en Mataderos.

El sábado 4 de agosto, me fui hecha toda una cronista cuentera a ver un espectáculo de narración oral en un bar literario coquetón y agradable que se llama “Mi espacio” y que queda en Emilio Castro 6402, en el barrio de Mataderos (aunque algunos dicen que es Liniers). Era un día de mucho frío y viento, pero salí igual porque necesitaba una buena dosis de cuentos. Para los que no conocen esa zona, llena de manzanas triangulares, el bar está en una esquina, cruzando la calle hay una plazoleta y, enfrente, hay una iglesia (datos no menores, como verán más adelante).

En ese bar, narran a dúo Vivi García y Elisa Vázquez. Como ese sábado Vivi andaba de gira por el Gran País del Norte, Elisa contó con un narrador invitado: Juan José Decuzzi.

Nuestro querido JuanJo comenzó a contar su primer cuento a eso de las seis de la tarde, después de que Elisa le hubiera dado la palabra. Era un cuento de suspenso, sobre una mujer que, en medio de una tarde fría y ventosa (!) de Londres, cruzaba por una plaza (!) y veía que, en reloj de la iglesia cercana (!), daban las seis de la tarde (!). Ante tantas coincidencias, yo empecé a parar la oreja, a enderezar el radar, todo. Y les juro que lo que les voy a contar ahora, pasó de verdad.

No bien JuanJo terminó de decir esa parte del cuento, el reloj de la iglesia de enfrente comenzó a dar campanadas, una tras otra. JuanJo seguía con la historia de esa mujer, y no pude evitar preguntarme si el mecanismo del campanario de la iglesia se habría atascado, porque las campanadas no paraban. Entre tanto, JuanJo describía cómo la mujer entraba en una casona vacía, subía por la escalera hacia el primer piso, cada escalón al unísono con una campanada.¡Qué sincronización! ¡Qué buen uso de los recursos escénicos! ¡Bravo por el cuentacuentos!

JuanJo acumulaba la tensión y el suspenso del relato, mientras el reloj de la iglesia no paraba de sonar, para ponernos en clima. Por supuesto, de más está decir que nuestro cuentacuentos seguramente se habría puesto en combinación con el párroco o el cuasimodo de la iglesia, que no por nada se llama Tránsito de San José (!), para introducir ese efecto de sonido en un momento tan adecuado de la historia. ¿Cuántas horas de ensayo habrá invertido? ¡Qué profesional!

Por supuesto, cuando apareció el fantasma del cuento, se acabaron las campanadas y se hizo un silencio espectral, de cementerio. Muy atinado. Yo creo que, si en ese momento, alguien hubiera cerrado alguna puerta del bar de golpe, todos hubiéramos saltado en nuestros asientos. Qué manejo de los recursos escénicos y los climas. ¡Un lujo cuenteril!

Como verán, a los magos palabreros les pasan cosas raras, sobre todo en Mataderos.



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