sábado, 18 de agosto de 2007

Crónicas contables 1

HOY: Aventuras de una escritora en la Feria del Libro de Buenos Aires.

A mí me resulta muy entretenido interactuar con el público lector. Me interesa escuchar sus comentarios y, con frecuencia, la gente me sorprende. En más de un sentido.

En la Feria del Libro de Buenos Aires de 2006, fui a promocionar mis bebés de papel en el stand de la editorial. Y ahí estaba yo, sentada detrás de una mesa, vestida como una escritora seria (ja!), con mis libros en exhibición, firmando ejemplares y charlando con el público y amigos que pasaban por ahí.

Les juro que lo que les voy a contar ahora pasó de verdad.
En un momento, se me acercó un señor que, al parecer, se confundió y me preguntó:
–¿Tiene libros de folklore?
Ahí nomás puse cara telúrica y le dije que, justo en ese momento, no. Y le di una tarjeta de Marta Millicay, que cuenta leyendas folklóricas muy lindo.
Al rato pasó una señora y me preguntó:
–¿Acá venden diccionarios inglés-castellano?
Así que puse mi mejor cara de five-o’clock tea, le cité una frase de Macbeth en su idioma original y, de paso, le di una tarjeta de Claudio Ledesma, que está aprendiendo inglés y que también cuenta muy lindo.
Tiempo después apareció un púber granujiento y mal vestido, que me preguntó:
–¿Dónde queda el stand de “Udeba”?
Ahí nomás puse cara de empleada de mostrador de informaciones (que, a estas alturas, ya me estaba saliendo muy bien), le di al pibe la dirección en Internet del Círculo de Cuentacuentos y le expliqué que ahí lo iban a informar muy bien.
Después apareció una señora muy elegante, que me preguntó con cierta urgencia:
–¿Dónde está la urna?
Como no estábamos en épocas de elecciones, supuse que la buena señora hacía referencia a una urna donde poner un cupón para un sorteo, no a la urna que contiene los restos de algún familiar. Digo, porque la gente anda muy enloquecida y uno puede esperar cualquier cosa en estos días. Así que puse cara de Sra. Poe y le di una tarjeta de Juan José Decuzzi, que cuenta cuentos de terror muy lindo a boca de urna. También le dije a la señora que, si buscaba una urna porque se le había muerto algún pariente, que aceptara la tarjeta de Betty Ferkel, que es abogada, hace sucesiones y, encima, también cuenta muy lindo.
Aprovecho para decirles que, si algún narrador oral quiere, que me den algunas de sus tarjetas profesionales, así las reparto cuando pueda. Un poco de publicidad extra nunca está de más.

Pero la Feria del Libro de 2007 fue aún mejor.
Otra vez estaba yo en el stand de la editorial promocionando mis bebés de papel, cuando se me acercó una viejita muy aseñorada, que empezó a rebuscar dentro de su cartera añeja, mientras me explicaba que la hija le había encargado un libro, por eso había venido al stand, para comprarlo personalmente.
¡No saben cómo me agrandé de la satisfacción! ¡Mis esfuerzos de promoción estaban dando resultado! ¡Ahora la gente encargaba mis libros a sus seres queridos! ¡Me sentí como un best-seller, como mínimo! ¡Qué alegría!
–¿Qué libro es, señora mía? –le dije con toda amabilidad mientras, sutilmente, le acercaba a manos llenas los ejemplares que tenía sobre el mostrador.
La ilusión me duró hasta que la viejita sacó el papelito muy dobladito con el encargo, lo desplegó y leyó:
–Tallas artísticas en madera.
Apenas tuve fuerzas para señalarle con el dedo a la empleada de la editorial que, seguramente, la iba a ayudar. Después, me derrumbé en mi asiento, enterré la cabeza entre los brazos, abatida.
Instantes después llegó un señor con paso firme y confiado. Daba la impresión de tener todo bajo control y de saber muy bien dónde estaba. Muy resuelto, me preguntó:
–¿La cautiva y El matadero son dos libros distintos?
Entonces, puse cara de Odol Pregunta y le contesté con todo desparpajo y aplomo:
–Sí, señor. Las dos son novelas cortas de Esteban Echeverría. Lo que pasa es que, para ahorrar costos de edición, por lo general, se publican juntas. Pase por el mostrador de ahí atrás, que lo van a atender. Gracias.
Por suerte nadie me preguntó por una edición ilustrada del Kamasutra. No sé lo que hubiera hecho en ese caso (a veces soy un poco salvaje).
Para terminar esta crónica verídica y risueña, debo admitir que Claudio Ledesma tiene razón: a mí siempre me pasan cosas extrañas. Cosas de cuentos.



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