Receta para navegar por estas aguas a veces turbulentas, sin enfurecer al autor y, sobre todo, sin hacer sufrir al cuento. Límites y sugerencias para la labor del narrador oral.
Desearía compartir con ustedes la experiencia que he tenido como escritora al interactuar con narradores orales profesionales para la presentación en escena de mis libros de cuentos. (Debo admitir que me encanta trabajar en equipo.)
La labor de adaptación de un contador de cuentos sería similar, salvando las distancias, a una traducción de un texto de un idioma a otro; en este caso, para pasarlo del lenguaje escrito al oral, a través de la subjetividad y creatividad del narrador oral (¿les dije que el señor Perogrullo es familiar mío, no?).
Ahora bien, al entrar en este terreno resbaladizo en el que juega la subjetividad, técnica, práctica y creatividad del narrador oral, que se “apropia” por un rato de un texto ajeno para hacerlo vivir fugazmente en escena, ¿cuáles serían los límites del contador de cuentos al adaptar un texto a la oralidad? ¿Hasta dónde puede llegar la libertad de trabajo del narrador oral, sin caer en el libertinaje ni en un atropello al cuento?
Temas conflictivos, si los hay. Les voy a confiar una receta que, a mí, me ha dado buenos resultados.
Yo utilizo una “brújula” para orientarme en este mar incierto de la adaptación, que le presto a mis amigos narradores orales para navegar por mis relatos. Esta brújula es una frase de una antigua profesora mía de Literatura Inglesa de la Universidad del Salvador que, en el momento del análisis literario, me decía: “Vos me podés dar la interpretación del texto que se te ocurra, pero me la tenés que justificar con el propio texto. Si no, no vale.”
Creo que acá está el caracú de la cuestión: el texto, material básico de trabajo del escritor y del narrador oral.
Las mismas palabras del autor dentro del relato demuestran si la interpretación del lector o del narrador oral es correcta o no (el cuento es un universo cerrado con sus propias reglas, ése es el único campo de juegos válido). Este sería un buen principio para comprobar la validez o no de una interpretación subjetiva de un texto ajeno en el momento tan delicado de la adaptación, parte esencial e integral de la labor de un buen narrador oral. Si el mismo texto justifica, demuestra o comprueba la interpretación, entonces, eso que dice el otro (lector o contador de cuentos) es válido y corresponde. Porque las mismas palabras del autor, dentro del contexto (o patio de juegos) de ese cuento en particular, ofrecen la base sobre la cual se construye la interpretación del otro que, en tal caso, no es patológica, ni delirante ni descartable, porque halla su justificación en el mismo texto (es un círculo perfecto, sensato y coherente).
Más de una vez me ha pasado que he tenido que aceptar (de buenos modos, por supuesto) una interpretación de mis cuentos distinta de la que yo tengo como autora, porque el narrador oral, navegando con esta brújula, me tapó la boca con mis propias palabras. En tal caso, como escritora, no tengo derecho al pataleo, si no me gusta una interpretación hecha por otro de esta manera. Yo misma me puse la soga al cuello con mi elemento básico de trabajo: las palabras. Y al narrador oral no se le puede echar nada en cara. Jugó el juego de la adaptación (o sea, la traducción de un medio a otro) según las reglas. Y el que ganó fue el cuento, el único divo en todo esto.
No saben las interpretaciones interesantísimas, sorprendentes y bien fundamentadas que he descubierto al prestar esta brújula. Espero que les sirva. ¡Y que vivan los cuentos!
© Gabriela Villano. 2007.
Desearía compartir con ustedes la experiencia que he tenido como escritora al interactuar con narradores orales profesionales para la presentación en escena de mis libros de cuentos. (Debo admitir que me encanta trabajar en equipo.)
La labor de adaptación de un contador de cuentos sería similar, salvando las distancias, a una traducción de un texto de un idioma a otro; en este caso, para pasarlo del lenguaje escrito al oral, a través de la subjetividad y creatividad del narrador oral (¿les dije que el señor Perogrullo es familiar mío, no?).
Ahora bien, al entrar en este terreno resbaladizo en el que juega la subjetividad, técnica, práctica y creatividad del narrador oral, que se “apropia” por un rato de un texto ajeno para hacerlo vivir fugazmente en escena, ¿cuáles serían los límites del contador de cuentos al adaptar un texto a la oralidad? ¿Hasta dónde puede llegar la libertad de trabajo del narrador oral, sin caer en el libertinaje ni en un atropello al cuento?
Temas conflictivos, si los hay. Les voy a confiar una receta que, a mí, me ha dado buenos resultados.
Yo utilizo una “brújula” para orientarme en este mar incierto de la adaptación, que le presto a mis amigos narradores orales para navegar por mis relatos. Esta brújula es una frase de una antigua profesora mía de Literatura Inglesa de la Universidad del Salvador que, en el momento del análisis literario, me decía: “Vos me podés dar la interpretación del texto que se te ocurra, pero me la tenés que justificar con el propio texto. Si no, no vale.”
Creo que acá está el caracú de la cuestión: el texto, material básico de trabajo del escritor y del narrador oral.
Las mismas palabras del autor dentro del relato demuestran si la interpretación del lector o del narrador oral es correcta o no (el cuento es un universo cerrado con sus propias reglas, ése es el único campo de juegos válido). Este sería un buen principio para comprobar la validez o no de una interpretación subjetiva de un texto ajeno en el momento tan delicado de la adaptación, parte esencial e integral de la labor de un buen narrador oral. Si el mismo texto justifica, demuestra o comprueba la interpretación, entonces, eso que dice el otro (lector o contador de cuentos) es válido y corresponde. Porque las mismas palabras del autor, dentro del contexto (o patio de juegos) de ese cuento en particular, ofrecen la base sobre la cual se construye la interpretación del otro que, en tal caso, no es patológica, ni delirante ni descartable, porque halla su justificación en el mismo texto (es un círculo perfecto, sensato y coherente).
Más de una vez me ha pasado que he tenido que aceptar (de buenos modos, por supuesto) una interpretación de mis cuentos distinta de la que yo tengo como autora, porque el narrador oral, navegando con esta brújula, me tapó la boca con mis propias palabras. En tal caso, como escritora, no tengo derecho al pataleo, si no me gusta una interpretación hecha por otro de esta manera. Yo misma me puse la soga al cuello con mi elemento básico de trabajo: las palabras. Y al narrador oral no se le puede echar nada en cara. Jugó el juego de la adaptación (o sea, la traducción de un medio a otro) según las reglas. Y el que ganó fue el cuento, el único divo en todo esto.
No saben las interpretaciones interesantísimas, sorprendentes y bien fundamentadas que he descubierto al prestar esta brújula. Espero que les sirva. ¡Y que vivan los cuentos!
© Gabriela Villano. 2007.
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