domingo, 2 de marzo de 2008

Reflexiones: Los desvelos del que escribe.

Breve aproximación a lo que significa ser escritor. Cómo la narración oral ofrece algunas soluciones al escritor insomne, esforzado y preocupado. Posibles alianzas entre el escritor y el narrador oral.


Estas reflexiones surgieron cuando Ricardo Ormedilla, uno de los conductores del programa de radio “Calabazas de medianoche”, me invitó a narrar un par de cuentos míos y a conversar con él en su primer programa del ciclo 2008, que se emite todos los sábados de 0 a 1 hs. por Radio AM 530, la Voz de las Madres (Ver “Crónicas contables 19” y “Cuentos en el aire 2”).


Como dijo alguien alguna vez, escribir es muy sencillo. Solo tenés que sentarte delante de una hoja en blanco hasta que empecés a sudar sangre.

La escritura no es un trabajo para ansiosos. Los frutos, a veces, tardan años en hacerse ver, y más de uno se desalienta, tira la toalla y cuelga la máquina de escribir. Para empeorar las cosas, la literatura es una amante exigente; uno, con el tiempo, se da cuenta de cuánto puede darle, hasta dónde está dispuesto a entregarle. Como decía García Márquez, escribir es un oficio para galeotes, esos antiguos remeros encadenados a los barcos, en la época de la navegación a vela, que impulsaban la nave a fuerza de sudor y sangre.

El panorama que pinto no es muy alentador, pero toda profesión lleva implícita una gran cuota de tiempo, esfuerzo, trabajo, práctica de la práctica y capacitación. Y la escritura no es la excepción, a mi modesto entender.

Todo esto es parte de los desvelos del que escribe. Desvelo no sólo significa insomnio, las noches en vela que uno pasa dándole vueltas en la cabeza a algún problema, cuestión o proyecto. Desvelo también significa esfuerzo. He descubierto, a partir de mí experiencia, que los resultados que uno obtiene en cualquier actividad están en directa proporción con la cantidad de tiempo, energía y dedicación que uno invierta en esa actividad.

También es un hecho, por lo menos en los círculos donde me muevo, que se denomina escritor a aquel que publica y vende sus libros. Esto también es parte de los desvelos del que escribe, en el sentido de preocupación. Si los lectores no compran el libro que publicaste, no podés llamarte cabalmente escritor. Y si no vendés libros, no resultás una inversión atractiva para las editoriales, que no te siguen publicando, con lo cual los lectores nos quedamos con una pluma menos y los narradores orales, con menos fuentes de repertorio disponibles. Por eso se dice que las fotocopias matan a los libros y a los autores que están detrás.

No estoy haciendo ningún juicio de valor ni una critica social, simplemente describo la situación que percibo al cumplir dos décadas con el arte u oficio de escribir. Publico desde mediados de los ochenta, mis libros se venden en las librerías, así que entro, por definición, en la categoría de escritora, aunque intentar vivir solamente de la escritura en este bendito país que supimos conseguir es un privilegio reservado para unos pocos, entre los que no me incluyo.

Sorprendentemente, la narración oral viene al rescate, como en otros órdenes de la vida, para ofrecer algunas soluciones al escritor desvelado, en medio de tanta lucha y dificultades.

La narración oral es una maravillosa herramienta para la difusión de las obras de cualquier autor. Recordemos que la oralidad es el proceso de comunicación verbal, vocal y corporal o no verbal entre dos o más interlocutores presentes físicamente todos en un mismo espacio y que la oralidad artística es el proceso de comunicación oral artístico entre el artista oral y el publico interlocutor, según definiciones de Francisco Garzón Céspedes.

Yo presenté mis dos libros de cuentos, Las aventuras del Globo Rojo en 2005 y El exterminador de cuentos en 2006, mediante espectáculos de narración oral, en los que narré relatos de esos libros con varios contadores de cuentos profesionales invitados. La llegada al público es completamente diferente de una presentación de libros tradicional. La repercusión y el interés son más fuertes y amplios. Creo que cada vez más escritores deberían pensar en aliarse con narradores orales profesionales, como un recurso de marketing y difusión de la propia obra.

Por mi experiencia como escritora y narradora oral y por los comentarios que recibo, mis cuentos ruedan por el país y por el mundo más rápido y tienen mayor llegada por intermedio de la narración oral artística, al ser parte del repertorio en las presentaciones de los contadores de cuentos. El libro tarda más en llegar. Aclaro, para aquellos ajenos a la narración oral, que un contador de cuentos profesional, cuando termina de narrar un relato de terceros, indica título del cuento, nombre del autor y, en lo posible, título del libro en el que se encuentra el relato, así los interesados pueden seguir disfrutándolo a través de la lectura.

La narración oral, sobre todo si el que narra es el propio autor del texto (si es que ha aprendido las técnicas de esta disciplina) también permite notar con mayor rapidez qué efecto tiene su obra en el público interlocutor, qué les pareció. Por más que uno incluya su dirección de contacto en el libro, muy pocos lectores le escriben al autor o a la editorial para comentarles su opinión. La narración oral ofrece esta devolución instantánea y vívida, sumamente gratificante para el autor.

Como verán, soy partidaria de la narración oral, no sólo como hecho escénico y artístico, opción de entretenimiento, para la promoción de la lectura, como herramienta terapéutica o pedagógica, o para recuperar las propias raíces y ponerle voz a lo silenciado. También es una formidable estrategia de difusión para los pobres autores desvelados.

Yo la recomiendo ampliamente.

© Gabriela Villano, 2008.




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1 comentario:

Anónimo dijo...

Leerte fue muy agradable, tienes un don natural con las palabras, te felicito!