Enfoque orgánico y biológico para una aproximación a la teoría del cuento.
En mi carácter de lectora feroz, cuentista, narradora oral, correctora de originales y traductora literaria, he estado relacionada desde hace décadas con estos organismos preciosos y amables que son los cuentos. Conozco su morfología, especies, variedades, olores y sabores; los disfruto, sé descubrirlos dondequiera que se oculten. Y ellos sienten predilección por mí.
No es mi intención presentarme aquí como la inventora del té con leche, sino compartir con ustedes algunas reflexiones que he acumulado, después de vagar mucho y con placer por el fabuloso mundo de los cuentos.
Todos los cuentos no son iguales. ¿En qué se diferencian los diversos sistemas o cuentos entre sí? ¿Por qué hay cuentos más complicados o sencillos?
Una estructura más complicada que otra no obedece, simplemente, al mayor número de piezas presentes. En otras palabras, la complejidad de un sistema-cuento no depende de la cantidad de sus elementos constitutivos, sino de la riqueza de las relaciones entre ellos. Cada elemento, molécula o célula de un cuento posee un grado de acción cualitativamente distinto, según esté incluido en un sistema complejo o en uno simple (la descripción de la naturaleza en un cuento puede ser un mero adorno de la trama, pero en otra historia, puede reflejar el estado de ánimo del protagonista).
Todo relato es un sistema de comunicación (algo quiere decir el que lo escribió). El cuento sería como el tejido de sostén de la idea o intención narrativa del autor (damos por sentado que esta persona tiene una idea clara de lo que quiere transmitir). Sólo se trata de lograr un determinado equilibro, para que el relato llegue a buen puerto. El objetivo es alcanzar “el estado óptimo del cuento”, tanto dentro del autor como dentro de los interlocutores o lectores, para que el relato pueda desarrollarse y florecer ante sus destinatarios. De esta manera, la magia del cuento puede circular y prosperar. No nos olvidemos que los cuentos también intervienen en la relación entre los individuos de manera sociológica (el acto de narrar implica compartir, uno no escribe para sepultar el texto en un cajón, sino para someterlo humildemente a la consideración de los demás, con todo lo que ello trae aparejado). Este principio es de especial importancia para el normal desenvolvimiento del cuento.
Una historia produce un efecto que se envía al receptor, en donde desencadena una reacción específica. El cuento, por lo tanto, es portador de información, de un mensaje. El relato está formado por pequeñas corrientes de ideas o temas que confluyen, a su vez, en corrientes mayores que se encuentran en un centro o núcleo que crece rápidamente hasta el clímax o resolución de la historia, para después entrar en el período de reposo (el final). El cuento, al ser transmitido oralmente o leído, desencadena una reacción significativa en aquellos alcanzados por él (algunos relatos no nos dejan “fríos”; las historias bien contadas no son “biodegradables” o sea, no pasan por nosotros sin dejar rastros).
También es necesario ser conscientes de que el acto de hablar y de escribir consta de tres elementos estructurales: palabra, sintaxis e idea, ordenados jerárquicamente y que poseen autonomía relativa, aún cuando cada frase exige una coordinación seriada (una oración que expresa una idea o concepto, después otra y así sucesivamente). Es conveniente un orden claro en el discurso (expresión oral o escrita), como vehículo para la transmisión o comunicación adecuadas del relato.
El cuento activa o inhibe una reacción determinada en su destinatario (atrapa la atención, impide que el interés por él decaiga). La acción o efecto de una historia es proporcional al grado de concentración de la sustancia que es el relato (hay cuentos leves o pesados que evocan reacciones, estados de ánimo y comportamientos diferentes). Nunca está de más recordar que una obra de arte es fuerte y químicamente pura. Esto último no lo digo yo, lo dice mi maestro Alberto Laiseca.
Algunas historias se difunden en forma rápida, otras llevan cierto tiempo de asimilación por parte del destinatario. El proceso de comprensión y goce del cuento tarda más o menos, según la velocidad de llegada (si un texto es fácil o hermético) y su inventario de mensajes (las riqueza o no de las relaciones entre los diversos componentes de la historia).
El relato no se vincula con su destinatario (lector u oyente) de manera simple y por una única vía, sino por muchos caminos que pasan a través de distintas áreas. El cuento penetra en su receptor a través de los sentidos corporales, emociones espirituales, sensaciones físicas, filtros mentales (prejuicios, escala de valores, actitudes ante la vida, dificultades físicas y psicológicas). Estos filtros están dados por el género, edad, raza, clase social, lugar geográfico de origen, nivel educativo, orientación sexual, ideología política, convicciones religiosas, etc.
Todo buen cuento “funciona” porque tiene en su interior un buen mecanismo de relojería (los recursos de los que dispone el autor para contar su historia por escrito). Este mecanismo de relojería es independiente de los estímulos externos (la lectura por parte del lector). El cuento tiene una actividad espontánea dentro de su universo y crea un efecto en el receptor. Siempre hay dentro de un relato alguna estructura que genera un movimiento (el discurrir del cuento desde la introducción, en la que ese nuevo universo se instala ante el lector, hasta desembocar en el desenlace, donde confluyen y se desagotan todos los elementos o subcorrientes de la trama). Dentro del mundo de un relato, hay estructuras visibles y otras latentes, hay disparadores que impulsan los hechos del cuento, hay un determinado comportamiento espacio-temporal (algo pasa en algún momento, en algún lado). El mecanismo central de relojería del cuento mantiene el ritmo del movimiento del relato (por ejemplo, si se trata de una historia de pura acción, introspectiva, morosa).
Por lo general, un cuento no es un organismo estático, sino un universo o sistema que se desarrolla de manera dinámica. El cuento tiene un proceso de floración, esplendor y marchitamiento, en el cual el factor tiempo desempeña un papel especial (lleva su tiempo leer una oración tras otra, escuchar una frase tras otra). El relato-flor se despliega, se abre, se extiende y se retrae en el espacio de su universo y este es el devenir temporal de un acontecimiento (la historia que se quiere contar, las peripecias o aventuras que suceden).
Para que el producto final (resolución de un cuento) esté regularmente vinculado con el punto de partida (la introducción), el desarrollo (o nudo) debe obedecer no sólo a un plan espacial preciso, sino también a un plan temporal. Un organismo-cuento consta, efectivamente, de muchas partes individuales formadas por diversos elementos. Pero esta complicada mezcla de procesos y materiales debe estar sincronizada de tal modo que, en cada instante, el producto sea sólo uno, el mismo organismo-cuento en los diferentes estados de su metamorfosis, hasta llegar a la resolución final. Por ejemplo, si un escritor cambia de idea a mitad del cuento, se desvía de su intención narrativa original y empieza a escribir otra cosa, sin efectuar los ajustes necesarios en su universo, al final, tenemos dos cuentos abortados dentro de uno incomprensible (la crisálida no se pudo transformar en mariposa). Aún cuando un solo elemento del conjunto de componentes del organismo-cuento “pierda el paso”, se producirán distorsiones que, si son especialmente graves, destruirán por completo lo que es el cuento (su sentido). Esta es una comparación muy simplificada de la sincronización de los procesos individuales de que consta el organismo-cuento.
Este organismo comienza como un sustrato potencial no diferenciado (introducción o esbozo del relato), pasa por diversos estados intermedios (peripecias de la trama, recursos técnicos del escritor) y, por último, termina como una forma totalmente manifestada (la conclusión). Todo cuento debería tener el tiempo disponible que sea necesario para atravesar los estados intermedios. La extensión de ese intervalo depende de la riqueza o no de las relaciones entre los diversos elementos del cuento. No es conveniente que el relato quede detenido en una etapa de desarrollo aún incompleta. Las orugas deben transformarse en mariposas a su debido ritmo, ese es su destino. Y es lindo ver un cuento volar.
© Gabriela Villano. 2007.
En mi carácter de lectora feroz, cuentista, narradora oral, correctora de originales y traductora literaria, he estado relacionada desde hace décadas con estos organismos preciosos y amables que son los cuentos. Conozco su morfología, especies, variedades, olores y sabores; los disfruto, sé descubrirlos dondequiera que se oculten. Y ellos sienten predilección por mí.
No es mi intención presentarme aquí como la inventora del té con leche, sino compartir con ustedes algunas reflexiones que he acumulado, después de vagar mucho y con placer por el fabuloso mundo de los cuentos.
Todos los cuentos no son iguales. ¿En qué se diferencian los diversos sistemas o cuentos entre sí? ¿Por qué hay cuentos más complicados o sencillos?
Una estructura más complicada que otra no obedece, simplemente, al mayor número de piezas presentes. En otras palabras, la complejidad de un sistema-cuento no depende de la cantidad de sus elementos constitutivos, sino de la riqueza de las relaciones entre ellos. Cada elemento, molécula o célula de un cuento posee un grado de acción cualitativamente distinto, según esté incluido en un sistema complejo o en uno simple (la descripción de la naturaleza en un cuento puede ser un mero adorno de la trama, pero en otra historia, puede reflejar el estado de ánimo del protagonista).
Todo relato es un sistema de comunicación (algo quiere decir el que lo escribió). El cuento sería como el tejido de sostén de la idea o intención narrativa del autor (damos por sentado que esta persona tiene una idea clara de lo que quiere transmitir). Sólo se trata de lograr un determinado equilibro, para que el relato llegue a buen puerto. El objetivo es alcanzar “el estado óptimo del cuento”, tanto dentro del autor como dentro de los interlocutores o lectores, para que el relato pueda desarrollarse y florecer ante sus destinatarios. De esta manera, la magia del cuento puede circular y prosperar. No nos olvidemos que los cuentos también intervienen en la relación entre los individuos de manera sociológica (el acto de narrar implica compartir, uno no escribe para sepultar el texto en un cajón, sino para someterlo humildemente a la consideración de los demás, con todo lo que ello trae aparejado). Este principio es de especial importancia para el normal desenvolvimiento del cuento.
Una historia produce un efecto que se envía al receptor, en donde desencadena una reacción específica. El cuento, por lo tanto, es portador de información, de un mensaje. El relato está formado por pequeñas corrientes de ideas o temas que confluyen, a su vez, en corrientes mayores que se encuentran en un centro o núcleo que crece rápidamente hasta el clímax o resolución de la historia, para después entrar en el período de reposo (el final). El cuento, al ser transmitido oralmente o leído, desencadena una reacción significativa en aquellos alcanzados por él (algunos relatos no nos dejan “fríos”; las historias bien contadas no son “biodegradables” o sea, no pasan por nosotros sin dejar rastros).
También es necesario ser conscientes de que el acto de hablar y de escribir consta de tres elementos estructurales: palabra, sintaxis e idea, ordenados jerárquicamente y que poseen autonomía relativa, aún cuando cada frase exige una coordinación seriada (una oración que expresa una idea o concepto, después otra y así sucesivamente). Es conveniente un orden claro en el discurso (expresión oral o escrita), como vehículo para la transmisión o comunicación adecuadas del relato.
El cuento activa o inhibe una reacción determinada en su destinatario (atrapa la atención, impide que el interés por él decaiga). La acción o efecto de una historia es proporcional al grado de concentración de la sustancia que es el relato (hay cuentos leves o pesados que evocan reacciones, estados de ánimo y comportamientos diferentes). Nunca está de más recordar que una obra de arte es fuerte y químicamente pura. Esto último no lo digo yo, lo dice mi maestro Alberto Laiseca.
Algunas historias se difunden en forma rápida, otras llevan cierto tiempo de asimilación por parte del destinatario. El proceso de comprensión y goce del cuento tarda más o menos, según la velocidad de llegada (si un texto es fácil o hermético) y su inventario de mensajes (las riqueza o no de las relaciones entre los diversos componentes de la historia).
El relato no se vincula con su destinatario (lector u oyente) de manera simple y por una única vía, sino por muchos caminos que pasan a través de distintas áreas. El cuento penetra en su receptor a través de los sentidos corporales, emociones espirituales, sensaciones físicas, filtros mentales (prejuicios, escala de valores, actitudes ante la vida, dificultades físicas y psicológicas). Estos filtros están dados por el género, edad, raza, clase social, lugar geográfico de origen, nivel educativo, orientación sexual, ideología política, convicciones religiosas, etc.
Todo buen cuento “funciona” porque tiene en su interior un buen mecanismo de relojería (los recursos de los que dispone el autor para contar su historia por escrito). Este mecanismo de relojería es independiente de los estímulos externos (la lectura por parte del lector). El cuento tiene una actividad espontánea dentro de su universo y crea un efecto en el receptor. Siempre hay dentro de un relato alguna estructura que genera un movimiento (el discurrir del cuento desde la introducción, en la que ese nuevo universo se instala ante el lector, hasta desembocar en el desenlace, donde confluyen y se desagotan todos los elementos o subcorrientes de la trama). Dentro del mundo de un relato, hay estructuras visibles y otras latentes, hay disparadores que impulsan los hechos del cuento, hay un determinado comportamiento espacio-temporal (algo pasa en algún momento, en algún lado). El mecanismo central de relojería del cuento mantiene el ritmo del movimiento del relato (por ejemplo, si se trata de una historia de pura acción, introspectiva, morosa).
Por lo general, un cuento no es un organismo estático, sino un universo o sistema que se desarrolla de manera dinámica. El cuento tiene un proceso de floración, esplendor y marchitamiento, en el cual el factor tiempo desempeña un papel especial (lleva su tiempo leer una oración tras otra, escuchar una frase tras otra). El relato-flor se despliega, se abre, se extiende y se retrae en el espacio de su universo y este es el devenir temporal de un acontecimiento (la historia que se quiere contar, las peripecias o aventuras que suceden).
Para que el producto final (resolución de un cuento) esté regularmente vinculado con el punto de partida (la introducción), el desarrollo (o nudo) debe obedecer no sólo a un plan espacial preciso, sino también a un plan temporal. Un organismo-cuento consta, efectivamente, de muchas partes individuales formadas por diversos elementos. Pero esta complicada mezcla de procesos y materiales debe estar sincronizada de tal modo que, en cada instante, el producto sea sólo uno, el mismo organismo-cuento en los diferentes estados de su metamorfosis, hasta llegar a la resolución final. Por ejemplo, si un escritor cambia de idea a mitad del cuento, se desvía de su intención narrativa original y empieza a escribir otra cosa, sin efectuar los ajustes necesarios en su universo, al final, tenemos dos cuentos abortados dentro de uno incomprensible (la crisálida no se pudo transformar en mariposa). Aún cuando un solo elemento del conjunto de componentes del organismo-cuento “pierda el paso”, se producirán distorsiones que, si son especialmente graves, destruirán por completo lo que es el cuento (su sentido). Esta es una comparación muy simplificada de la sincronización de los procesos individuales de que consta el organismo-cuento.
Este organismo comienza como un sustrato potencial no diferenciado (introducción o esbozo del relato), pasa por diversos estados intermedios (peripecias de la trama, recursos técnicos del escritor) y, por último, termina como una forma totalmente manifestada (la conclusión). Todo cuento debería tener el tiempo disponible que sea necesario para atravesar los estados intermedios. La extensión de ese intervalo depende de la riqueza o no de las relaciones entre los diversos elementos del cuento. No es conveniente que el relato quede detenido en una etapa de desarrollo aún incompleta. Las orugas deben transformarse en mariposas a su debido ritmo, ese es su destino. Y es lindo ver un cuento volar.
© Gabriela Villano. 2007.
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2 comentarios:
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