lunes, 1 de octubre de 2007

Cine cuentero 6: El paciente inglés (1996)

Esta película dirigida y escrita por Anthony Minghella, basada en la novela homónima de Michael Ondaatje (¡léanla!), se estrenó en Argentina a principios de 1997.

Cuenta una historia de amor, traición y política, la del Conde Laszlo de Almásy (Ralph Fiennes), un explorador húngaro empleado por la Real Sociedad Geográfica en la década de 1930, para hacer un relevamiento topográfico y confeccionar mapas del desierto del Sahara, junto con otros expedicionarios de renombre.

En un momento de la película, que se caracteriza por los saltos de la trama hacia delante y hacia atrás en el tiempo, aparece una escena de narración oral espontánea muy interesante y reveladora.

Los exploradores han acampado en el Sahara. Es de noche y están reunidos al aire libre, alrededor del fuego. Después de cenar, se divierten cantando y bromeando. Cuando le llega el turno a la única mujer del grupo, Katharine Clifton (Kristin Scott Thomas), quien acaba de llegar hace unos pocos días acompañada por su esposo, ella se disculpa, bastante incómoda, porque no sabe cantar y, a cambio, ofrece contarles un cuento. Y les narra la historia del rey Candaules de Lidia, de su esposa y de su ministro Gyges.

Abro un paréntesis. Para aquellos no familiarizados con esta historia de la Antigua Grecia, y como tiene mucho que ver con la película, les cuento que el rey Candaules, que estaba enamoradísimo de su esposa, la mujer más hermosa del mundo, en un arranque de vanidad masculina (“Vean qué trofeo que tengo, muchachos; envídienme”), un día obliga a su ministro favorito Gyges (algunos dicen que era su guardaespaldas) a meterse de contrabando en la alcoba real y a espiar mientras la reina, ajena a la estratagema, se desviste, para acostarse con su marido. El objetivo de Candaules era que Gyges comprobara que los dichos del rey sobre la belleza de la reina eran ciertos, no sólo palabras. A Candaules todo le sale pésimo. La reina descubre al fisgón, se siente humillada y se enfurece con el marido, pero hace como si nada. Por supuesto, después se venga del esposo, obligando a Gyges (este hombre está para el cachetazo) a matar al rey en su lecho conyugal, usurpar el trono y casarse con ella, todo por haberla visto indebidamente desnuda.

Vale aclarar que Candaules prestó su nombre para acuñar el término “candaulismo”, práctica sexual en la cual una persona se excita al ver a su pareja tener relaciones sexuales con otra persona. Los cuentos sirven para muchos fines, hasta para darle el nombre a algunas conductas humanas. Cierro el paréntesis.

Volvamos a la película. Es significativo que Katharine, entre miles de historias para contar, haya elegido una sobre traición, porque después, ella le va a ser infiel al marido con uno de los exploradores, Almásy, aunque todavía no lo sabe. ¿El cuento como premonición? Ellos dos se acaban de conocer; Almásy la trata desde el principio de manera hostil e indiferente, y ella evita su compañía por encontrarlo desagradable e irritante. La elección de un cuento no es caprichosa, por algo se escoge un determinado relato para narrar en un determinado momento, aunque uno conozca el motivo o no. También es revelador que, antes de empezar a narrar, Katharine le haya pedido ayuda a Almásy con algunos nombres de los personajes, porque él anda siempre por todos lados con un libro de Herodoto, su autor y maestro favorito. Y ella narra una historia recogida, precisamente, por Herodoto, y lo dice al comienzo de su relato. ¿Qué está señalando la elección del autor? ¿A quién le está apuntando? Almásy se incomoda ante este pedido de asistencia y ella se molesta por su reacción (los dos son muy conscientes el uno del otro, a pesar de que, en apariencia, se llevan pésimo). ¿Qué está mostrando ese cuento? Me parece que está poniendo de manifiesto algo que a Katharine todavía no le resulta consciente: hay algo entre esos dos. ¿El cuento como indicador de sentimientos todavía subterráneos? ¿El relato le está avisando algo a Katharine? Cuando uno cuenta, se cuenta.

Katharine continúa narrando y la trama salta varias veces a una mansión italiana a fines de la Segunda Guerra Mundial, donde una enfermera canadiense, años después, le lee la misma historia a un paciente inglés quemado y desfigurado en un accidente aéreo. Más indicios, por si el espectador todavía no se ha dado cuenta de la identidad del famoso paciente inglés. Las transiciones temporales entre la narración en el desierto y la lectura en la casona italiana están muy bien enlazadas y el espectador nunca pierde el hilo de la historia de Candaules.

Volvamos al desierto. Katharine continúa narrando. Hay un juego de miradas entre ella y uno de los espectadores (Almásy), y ella se dirige directamente a Almásy en la escena en que la reina del cuento encara a su futuro amante. Luego, cuando llegamos al momento de la traición al rey, el cuento se le cae a Katharine. Y se le nota. No lo puede seguir sosteniendo. Algo se colapsa dentro de ella y quiere terminar el relato lo más rápido posible. Se lo saca de encima abruptamente y la contada finaliza de manera incómoda. Esta es una escena muy interesante sobre lo que no se debe hacer para terminar de narrar una historia.

Los cuentos no son para nada inocentes. Señalan y destapan. Para mí que hacen visible lo todavía invisible, ¿no les parece?

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