¿Está en peligro el cuento?
Por Patricio Tapia © El Mercurio
(…)
Contar cuentos es una actividad ancestral, tan antigua como la civilización. Si hubiera que trazar una genealogía -que como todas las genealogías es tendenciosa e incompleta-, hay que remontarse a las tradiciones orales, luego decantadas en parábolas y fábulas, pasando por Chaucer y Bocaccio; luego el interés por los Märchen o cuentos de hadas, que comienzan a publicarse en el siglo XVII (Perrault; luego los hermanos Grimm). Escritos en el siglo XVIII, ya en el XIX alcanza su forma moderna con autores como Hawthorne, Poe, Gógol, Chéjov. En revistas decimonónicas, el cuento tiene un espacio y un público fiel; continuarán en el siglo XX -también en periódicos: por décadas se publicaron cuentos en El Mercurio- y hasta hoy, en The New Yorker.
Ahora bien, los intentos taxonómicos por definirlo y deslindarlo de géneros cercanos normalmente son vagos. Ya Poe había señalado algunos rasgos genéricos (brevedad, intensidad, efecto único); otros cuentistas intentan definirlo con metáforas: es una flecha (Horacio Quiroga), un tigre (Juan Bosch), un temblor de agua dentro de un cristal (Cortázar). Y la siempre mencionada comparación pugilística: donde la novela gana por puntos, el cuento gana por knockout.
...Y la novela
¿Es cierto que la novela ha opacado al cuento? Para algunos sólo ella permite aproximarse más cabalmente a la "realidad", mientras otros opinan como Ambrose Bierce: la novela es "un cuento acolchado".
(…)
En todos los cuentistas más actuales se presenta el problema de que hay una suerte de gramática de sus cuentos, más o menos lograda, que oscila, en el peor de los casos, entre lo previsible y lo monótonamente abrupto y fragmentario. Algunos apostarán por el famoso knock out, con finales imprevistos, siguiendo en parte a Cortázar; otros, seguirán a Chéjov (directamente o a través de Carver) en lo que alguien llamó sus "finales negativos": historias que terminan elípticamente o en mitad de un pensamiento (algo así como "Comenzaba a llover"). Hay quienes experimentarán en su uso del lenguaje o en la variedad de temas, mientras otros insistirán en un ambiente claustrofóbico y en un lenguaje rápido y seco, carente de metáforas.
Si mi trabajo te resultó útil y de valor, comprá alguno de mis libros para regalar o para regalarte. Tu contribución y apoyo ayudarán a mantener los servicios de calidad de este blog. Consultá “Mis libros”. Gracias. G.V.
Por Patricio Tapia © El Mercurio
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Ahora bien, los intentos taxonómicos por definirlo y deslindarlo de géneros cercanos normalmente son vagos. Ya Poe había señalado algunos rasgos genéricos (brevedad, intensidad, efecto único); otros cuentistas intentan definirlo con metáforas: es una flecha (Horacio Quiroga), un tigre (Juan Bosch), un temblor de agua dentro de un cristal (Cortázar). Y la siempre mencionada comparación pugilística: donde la novela gana por puntos, el cuento gana por knockout.
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¿Es cierto que la novela ha opacado al cuento? Para algunos sólo ella permite aproximarse más cabalmente a la "realidad", mientras otros opinan como Ambrose Bierce: la novela es "un cuento acolchado".
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En todos los cuentistas más actuales se presenta el problema de que hay una suerte de gramática de sus cuentos, más o menos lograda, que oscila, en el peor de los casos, entre lo previsible y lo monótonamente abrupto y fragmentario. Algunos apostarán por el famoso knock out, con finales imprevistos, siguiendo en parte a Cortázar; otros, seguirán a Chéjov (directamente o a través de Carver) en lo que alguien llamó sus "finales negativos": historias que terminan elípticamente o en mitad de un pensamiento (algo así como "Comenzaba a llover"). Hay quienes experimentarán en su uso del lenguaje o en la variedad de temas, mientras otros insistirán en un ambiente claustrofóbico y en un lenguaje rápido y seco, carente de metáforas.
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