Semejanzas entre el acto de escribir y el acto carnal. Clases de comportamiento “amatorio” de los cuentos, según este paralelismo jocoso y de buen gusto.
Como les dije en la primera parte de esta serie de artículos, estas reflexiones biológicas y orgánicas se basan en mi experiencia como lectora feroz, cuentista, narradora oral, correctora de originales y traductora literaria. No pretendo presentarme aquí como la inventora de la pólvora, sino compartir con ustedes algunas reflexiones que he acumulado, después de vagar mucho y con placer por el fabuloso mundo de los cuentos.
Cabe aclarar que, en estas reflexiones, no vamos a poner bajo el microscopio los cuentos enrolados en el género erótico, sino que examinaremos las estructuras de armado o confección de los relatos en general y su modo de relacionarse con el lector (comportamiento amatorio).
Después de pasar por la introducción y el desarrollo, llegamos al:
Desenlace (después de)
Hay cuentos que, una vez que alcanzan el “clímax”, acaban de manera abrupta. Uno escala y escala la montaña de la trama. A veces, la ascensión es un paseo tranquilo; otras, una maratón rabiosa. La tensión del argumento se acumula hasta que se está por llegar a la cima y ahí, justo ahí … el cuento enseguida se despeña y sanseacabó (una manera muy masculina de terminar las cosas). Otros relatos, de la rompiente del clímax pasan a una meseta plácida, se resuelven con toda lentitud, hasta llegar a la quietud, a la calma, al estado de reposo del cuento (el final). Manera muy femenina de escribir. Ojo, esto de masculino y femenino, a veces, no está de acuerdo con el género del escritor. Hay mujeres con técnicas masculinas para escribir y viceversa.
Aquellos que recién empiezan a recorrer este camino de la escritura muchas veces redactan un cuento que tiene dos finales. No se trata de un recurso estilístico hecho a propósito. No estoy hablando de dualismo de interpretación ni de ambigüedad en el cierre, sino del resultado de la falta de práctica de la práctica. Un cuento con dos finales es una señal típica de un escribiente todavía verde o de que uno es multiorgásmico. No sé para qué servirá en la escritura, pero socialmente, puede llegar a ser una ventaja y una bendición.
Cuando pasó lo mejor, los neurotransmisores del cuento hacen que la paz vuelva al cuerpo del lector, a quien, a veces, hasta le agarra un poco de somnolencia. El cuento tiene una función reguladora del sueño y facilita la relajación (otra que el Valium). ¿Por qué se creen que la gente lee tanto en la cama?
Con algunos cuentos, cuando el lector termina la lectura, debe inhalar profundamente porque la emoción ya lo está ahogando y, sólo en ese momento, reacciona y percibe que tiene la piel de gallina, que la historia le ha dejado los pelos de punta. Este estremecimiento final es un regalo de despedida del cuento, que lo hace proclive a ser visitado con fervor y cariño una vez más, y otra vez, y otra más.
Por supuesto, estas distinciones no se basan en la extensión física del relato, ni en su volumen o longitud (“El tamaño no importa, cariño”). Los hay breves y express (los quickies o los “toco y me voy”), para cuando uno sólo tiene unos minutos libres y ganas de darse una alegría al paso y seguir con lo suyo de mejor ánimo. Otros cuentos exigen que el lector se tome su tiempo para disfrutarlos; son como un banquete con entrada, plato principal y postre (más café y licor, a veces). Por supuesto, el lector debe ser lo suficientemente sensato como para darse cuenta de con qué relato está tratando y no pedirle peras al olmo.
Hay cuentos olvidables, pasajeros, descartables. Uno después no recuerda si los leyó o no; no retiene ni el nombre (“Si te he visto, no me acuerdo”). Hay otros que nos dejan “marcas de amor”, mordidas indelebles en la mente, en las tripas o en el corazón. Y uno ostenta estos tarasconcitos sin avergonzarse, sin intentar ocultar los moretones, hasta con orgullo exhibicionista, diría (“Sí, leí. ¿Y qué?”). Esos cuentos maravillosos, terribles como todo lo bello, alteran el tiempo interno del que los lee. Algo raro le pasa al lector con ellos. El receptor viaja por las fases de la historia que se cuenta y, después, recordará ese cuento horas, días, semanas o hasta meses después. Esos benditos relatos, en pleno acto de intromisión corporal bienvenida, siguen “moviéndose” dentro del lector, aunque no se los esté leyendo ni escuchando. Hay historias que son inolvidables.
¡Qué lindos que son los cuentos! Gracias por existir.
Sólo me resta ahora escuchar sus comentarios. Los dejo; después de tanto escribir sobre este tema, mejor me voy a dar una ducha fría.
© Gabriela Villano. 2007.
Como les dije en la primera parte de esta serie de artículos, estas reflexiones biológicas y orgánicas se basan en mi experiencia como lectora feroz, cuentista, narradora oral, correctora de originales y traductora literaria. No pretendo presentarme aquí como la inventora de la pólvora, sino compartir con ustedes algunas reflexiones que he acumulado, después de vagar mucho y con placer por el fabuloso mundo de los cuentos.
Cabe aclarar que, en estas reflexiones, no vamos a poner bajo el microscopio los cuentos enrolados en el género erótico, sino que examinaremos las estructuras de armado o confección de los relatos en general y su modo de relacionarse con el lector (comportamiento amatorio).
Después de pasar por la introducción y el desarrollo, llegamos al:
Desenlace (después de)
Hay cuentos que, una vez que alcanzan el “clímax”, acaban de manera abrupta. Uno escala y escala la montaña de la trama. A veces, la ascensión es un paseo tranquilo; otras, una maratón rabiosa. La tensión del argumento se acumula hasta que se está por llegar a la cima y ahí, justo ahí … el cuento enseguida se despeña y sanseacabó (una manera muy masculina de terminar las cosas). Otros relatos, de la rompiente del clímax pasan a una meseta plácida, se resuelven con toda lentitud, hasta llegar a la quietud, a la calma, al estado de reposo del cuento (el final). Manera muy femenina de escribir. Ojo, esto de masculino y femenino, a veces, no está de acuerdo con el género del escritor. Hay mujeres con técnicas masculinas para escribir y viceversa.
Aquellos que recién empiezan a recorrer este camino de la escritura muchas veces redactan un cuento que tiene dos finales. No se trata de un recurso estilístico hecho a propósito. No estoy hablando de dualismo de interpretación ni de ambigüedad en el cierre, sino del resultado de la falta de práctica de la práctica. Un cuento con dos finales es una señal típica de un escribiente todavía verde o de que uno es multiorgásmico. No sé para qué servirá en la escritura, pero socialmente, puede llegar a ser una ventaja y una bendición.
Cuando pasó lo mejor, los neurotransmisores del cuento hacen que la paz vuelva al cuerpo del lector, a quien, a veces, hasta le agarra un poco de somnolencia. El cuento tiene una función reguladora del sueño y facilita la relajación (otra que el Valium). ¿Por qué se creen que la gente lee tanto en la cama?
Con algunos cuentos, cuando el lector termina la lectura, debe inhalar profundamente porque la emoción ya lo está ahogando y, sólo en ese momento, reacciona y percibe que tiene la piel de gallina, que la historia le ha dejado los pelos de punta. Este estremecimiento final es un regalo de despedida del cuento, que lo hace proclive a ser visitado con fervor y cariño una vez más, y otra vez, y otra más.
Por supuesto, estas distinciones no se basan en la extensión física del relato, ni en su volumen o longitud (“El tamaño no importa, cariño”). Los hay breves y express (los quickies o los “toco y me voy”), para cuando uno sólo tiene unos minutos libres y ganas de darse una alegría al paso y seguir con lo suyo de mejor ánimo. Otros cuentos exigen que el lector se tome su tiempo para disfrutarlos; son como un banquete con entrada, plato principal y postre (más café y licor, a veces). Por supuesto, el lector debe ser lo suficientemente sensato como para darse cuenta de con qué relato está tratando y no pedirle peras al olmo.
Hay cuentos olvidables, pasajeros, descartables. Uno después no recuerda si los leyó o no; no retiene ni el nombre (“Si te he visto, no me acuerdo”). Hay otros que nos dejan “marcas de amor”, mordidas indelebles en la mente, en las tripas o en el corazón. Y uno ostenta estos tarasconcitos sin avergonzarse, sin intentar ocultar los moretones, hasta con orgullo exhibicionista, diría (“Sí, leí. ¿Y qué?”). Esos cuentos maravillosos, terribles como todo lo bello, alteran el tiempo interno del que los lee. Algo raro le pasa al lector con ellos. El receptor viaja por las fases de la historia que se cuenta y, después, recordará ese cuento horas, días, semanas o hasta meses después. Esos benditos relatos, en pleno acto de intromisión corporal bienvenida, siguen “moviéndose” dentro del lector, aunque no se los esté leyendo ni escuchando. Hay historias que son inolvidables.
¡Qué lindos que son los cuentos! Gracias por existir.
Sólo me resta ahora escuchar sus comentarios. Los dejo; después de tanto escribir sobre este tema, mejor me voy a dar una ducha fría.
© Gabriela Villano. 2007.
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