martes, 13 de noviembre de 2007

Cine cuentero 8: Diario para un cuento (1998)

El martes 6 de noviembre, me fui alegremente al Colegio de Traductores Públicos de la Ciudad de Buenos Aires, a un ciclo de cine organizado por la Comisión de Cultura de esa asociación profesional y coordinado por Pablo De Vita, secretario general de turno de la Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina e investigador del Museo del Cine “Pablo C. Ducrós Hicken”.

La cita era para ver la película Diario para un cuento, de la directora checa Jana Boková, que se estrenó en la Argentina en 1998, basada en el cuento homónimo de Julio Cortázar (que está en su libro Deshoras, último volumen publicado en vida del escritor). La directora estuvo presente durante la proyección y charló con el público (un encanto de persona ¡y baila tango!). Cerca del final, nos visitó la actriz Ingrid Pelicori, parte del elenco. Y, los cronistas de la Agencia de Noticias Narranews somos así… A propósito, gracias a Ana Jankú de la Comisión de Cultura del Colegio de Traductores Públicos por el convite.

Diario para un cuento, coproducción argentino-española, está hablada en español e inglés, el guión es de Leslie Megahey, Jana Boková y Gualberto Ferrari; la música es de Rodolfo Mederos (quién también aparece en la película) y en el reparto figuran Germán Palacios, Silke, Inés Estévez, Héctor Alterio, Ingrid Pelicori, Nancy Duplaá y Enrique Pinti. Ganó, entre otros, el Premio Cóndor de Plata al Mejor Guión Adaptado, lo cual demuestra que traducir a Cortázar al lenguaje cinematográfico no es cuento.

La película es un relato de tono autobiográfico sobre un joven Cortázar (Elías, en la ficción) que, en los cincuenta, se gana la vida como traductor técnico en una agencia de traducción y escribe cartas de amor por encargo de las prostitutas analfabetas del puerto de Buenos Aires, antes de su partida definitiva al exterior. Germán Palacios es Elías-Cortázar, nacido en Bélgica y trasplantado a la Argentina; tironeado entre el mundo de la alta sociedad porteña y los bajos fondos, una novia “bien”, un amor prohibido y una huida ineludible del país, que lo convierten en un símbolo del desarraigo, la desesperación y la melancolía.

Hay unas escenas imperdibles en Traducciones La Universal, la agencia donde trabaja sin mucho ánimo este Elías-Cortázar, que quiere dejar de escribir palabras ajenas, para empezar a escribir las propias de una buena vez. Por intermedio del personaje que compone Héctor Alterio, Elías-Cortázar les traduce a las prostitutas las cartas de “amor” de sus clientes extranjeros y les escribe las contestaciones. Un poco obligado por el personaje de Alterio (“Sin perder la poesía, Elías”, le recuerda), traduce las guarangadas soeces que escriben estos hombres en un tono elevado y poético, que enamora aún más a las prostitutas, que comienzan a pedirle sus servicios profesionales cada vez con más frecuencia (los de pluma, no los de gigoló, ¿eh?). Cuando tiene que irse del país, Elías-Cortázar no se olvida de empacar las cartas de las prostitutas, por el valor literario que, para él, tienen.

A mitad de la película, la novia de alta sociedad de Elías-Cortázar lo atrapa en algunas situaciones equívocas y comprometidas con las prostitutas, y él se defiende: “Pero querida, son sólo apuntes para un relato”, “Pero querida, sólo estoy buscando material para mis ficciones”. “Pero querida, esto que escribí no es verdad, es sólo un diario para un cuento”. Muchachas, nunca se enreden con un contador de historias.

Hay una escena en la que el personaje de Nancy Duplaá le pide a Elías-Cortázar que le traduzca una carta de su novio-cliente (no sé si porque está en idioma extranjero o porque la muchacha no sabe leer). En realidad, la legítima de este hombre acaba de descubrir que su marido se gasta la plata en un burdel, y el cliente le escribe a la prostituta para terminar la relación y desaparecer. Elías-Cortázar no tiene corazón para romperle el corazón a la muchacha, así que, simulando hacer una traducción a primera vista de la misiva, le inventa una historia romántica de un hombre enfermo e internado en un hospital, del que no sabe si va a salir, pero que guarda debajo de la almohada las cartas de la muchacha, para recordar el calor de su tierno cuerpo en semejante trance que tiene que afrontar.

No hay nada qué hacerle, a veces, uno inventa una historia para soportar mejor la realidad o para hacérsela más soportable al otro. Como traductor, habría que quitarle la matrícula a este hombre por semejantes infidelidades a los textos originales. Pero como contador de historias, qué quieren que les diga, a mí, este Elías-Cortázar me cae simpático.


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