Homenaje a Graciela Cabal
El domingo 11 de noviembre a la mañana, día del cumpleaños de la homenajeada, nos fuimos a “La Sirenita”, la casa de verano de la familia Cabal, a plantar un ciprés de 1,30 de altura en cumplimiento de la voluntad de Graciela, que quería habitar en su casa de Mar de Ajó siendo un árbol, tal como figura en las instrucciones que ella dejó a sus familiares y amigos. Este ciprés alegórico fue criado desde que era una semillita por uno de los alumnos de Claudio Ledesma y, no sé cómo hicieron, pero lo trajeron desde la Capital Federal intacto como un bebé entre algodones y con un tratamiento especial en las raíces, para que prendiera fuerte y lindo.
Por suerte la mañana fría y ventosa apareció sin lluvia. En el jardín del fondo, entre flores y mucho verde, mientras unos plantaban el ciprés, otros leían en voz alta las instrucciones para su muerte que dejó Graciela en su libro Las cenizas de papá. Después, Daniel Pla, compañero de vida de Graciela, nos invitó a algunos a almorzar con la familia y a compartir algunas vivencias y anécdotas entre todos. Cuando nos fuimos a la hora de la siesta, se largó una lluvia bastante fuerte y, después, una granizada, pero siempre que llovió, paró.
A la tarde, en el Hotel Latinoamericano, se realizó una mesa redonda a cargo de Sandra Comino, María Azucena Villoldo y Claudio Ledesma. Pudimos ver una presentación audiovisual con fotografías de Graciela, prestadas por la familia, y escucharla narrar algunos de sus textos. También vimos una copia del piloto que Graciela hizo una vez para un programa de cuentos, en el que leyó Miedo. Fue muy emocionante verla así, chiquita, “disfrazada de fragilidad”, como bien comentó el escritor Edgardo Lois alguna vez, pero dueña de una energía y una fuerza impresionantes.
Luego, María Azucena Villoldo, de Resistencia, Chaco, profesora en Letras e investigadora de la obra y del discurso de Graciela Cabal, nos describió la aparente facilidad con que escribía Graciela, que ocultaba una complejidad profunda, y el carisma que tenía la autora para acercarse al lector, y no al revés. La fiesta y el fin de semana terminaron con el segundo micrófono abierto, más textos, risas y anécdotas.
Nuestra vida fue un antes y un después de Graciela Cabal, aunque no la hayamos conocido personalmente. Graciela fue una maga de las palabras que, con sus escritos, le hizo pito catalán a doña Muerte. Fue única e irrepetible. Todos los reunidos durante ese fin de semana en Mar de Ajó pudimos compartir los recuerdos que este ser lleno de luz dejó entre nosotros, a veces por experiencia directa, a veces por intermedio de sus relatos. Y así continuará esta cadena de trasmisiones. Ojalá que prenda la idea de celebrar todos los años su cumpleaños en Mar de Ajó y, de paso, medir el ciprés y ver cómo crece.
Al preparar estas crónicas, también me enteré de una leyenda que circula por la tribu cuentera urbana. Dicen que cuando un cuentista o un contador de cuentos tienen problemas ante una hoja en blanco o ante una audiencia como un témpano, siempre va a andar revoloteando por ahí un hada, para soplarle la frase justa o para prestarle un ala, si es que uno no se olvida del "Beatriz". Lo sé porque me lo contaron. Palabra Cabal.
El domingo 11 de noviembre a la mañana, día del cumpleaños de la homenajeada, nos fuimos a “La Sirenita”, la casa de verano de la familia Cabal, a plantar un ciprés de 1,30 de altura en cumplimiento de la voluntad de Graciela, que quería habitar en su casa de Mar de Ajó siendo un árbol, tal como figura en las instrucciones que ella dejó a sus familiares y amigos. Este ciprés alegórico fue criado desde que era una semillita por uno de los alumnos de Claudio Ledesma y, no sé cómo hicieron, pero lo trajeron desde la Capital Federal intacto como un bebé entre algodones y con un tratamiento especial en las raíces, para que prendiera fuerte y lindo.
Por suerte la mañana fría y ventosa apareció sin lluvia. En el jardín del fondo, entre flores y mucho verde, mientras unos plantaban el ciprés, otros leían en voz alta las instrucciones para su muerte que dejó Graciela en su libro Las cenizas de papá. Después, Daniel Pla, compañero de vida de Graciela, nos invitó a algunos a almorzar con la familia y a compartir algunas vivencias y anécdotas entre todos. Cuando nos fuimos a la hora de la siesta, se largó una lluvia bastante fuerte y, después, una granizada, pero siempre que llovió, paró.
A la tarde, en el Hotel Latinoamericano, se realizó una mesa redonda a cargo de Sandra Comino, María Azucena Villoldo y Claudio Ledesma. Pudimos ver una presentación audiovisual con fotografías de Graciela, prestadas por la familia, y escucharla narrar algunos de sus textos. También vimos una copia del piloto que Graciela hizo una vez para un programa de cuentos, en el que leyó Miedo. Fue muy emocionante verla así, chiquita, “disfrazada de fragilidad”, como bien comentó el escritor Edgardo Lois alguna vez, pero dueña de una energía y una fuerza impresionantes.
Luego, María Azucena Villoldo, de Resistencia, Chaco, profesora en Letras e investigadora de la obra y del discurso de Graciela Cabal, nos describió la aparente facilidad con que escribía Graciela, que ocultaba una complejidad profunda, y el carisma que tenía la autora para acercarse al lector, y no al revés. La fiesta y el fin de semana terminaron con el segundo micrófono abierto, más textos, risas y anécdotas.
Nuestra vida fue un antes y un después de Graciela Cabal, aunque no la hayamos conocido personalmente. Graciela fue una maga de las palabras que, con sus escritos, le hizo pito catalán a doña Muerte. Fue única e irrepetible. Todos los reunidos durante ese fin de semana en Mar de Ajó pudimos compartir los recuerdos que este ser lleno de luz dejó entre nosotros, a veces por experiencia directa, a veces por intermedio de sus relatos. Y así continuará esta cadena de trasmisiones. Ojalá que prenda la idea de celebrar todos los años su cumpleaños en Mar de Ajó y, de paso, medir el ciprés y ver cómo crece.
Al preparar estas crónicas, también me enteré de una leyenda que circula por la tribu cuentera urbana. Dicen que cuando un cuentista o un contador de cuentos tienen problemas ante una hoja en blanco o ante una audiencia como un témpano, siempre va a andar revoloteando por ahí un hada, para soplarle la frase justa o para prestarle un ala, si es que uno no se olvida del "Beatriz". Lo sé porque me lo contaron. Palabra Cabal.
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