martes, 20 de noviembre de 2007

Cuidemos el idioma 7

“Los valores de una sociedad también se reflejan en la lengua que hablan sus componentes, en el modo de decir las palabras, de elegirlas, en la entonación y hasta en los gestos que las acompañan. Lengua es el periódico, la revista de moda, el mensaje electrónico, la publicidad, la receta de cocina, el coloquio callejero o empresarial; lengua es la labor del aula, la investigación científica, el ensayo filosófico, la novela premiada y el poema que crece serenamente desde la sangre que se deja florecer. Todos somos palabras, pues nacimos de ellas, vivimos de ellas y sentimos con ellas y por ellas. Hablando y escribiendo proclamamos, casi sin notarlo, nuestra existencia y buscamos un lugar para instalarnos en este refugio pequeño y fugaz, que llamamos mundo y que imaginamos infinito, y hasta veneramos. Un mundo que se llena de palabras sin sueños porque no creemos ya en esos sueños, surtidores de nuestros lejanos silencios.
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“Cuando nos referimos, sin pretensión de ser solemnes, a la dignidad en el decir, no apuntamos a un ideal de lengua, sino a actos de habla y de escritura ordenados, prolijos, entendibles, límpidos; a lo que se sabe o debería saberse, pero no se practica.
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“¿Por qué muchas personas habrán perdido el afán de hablar bien y de escribir mejor? ¿Por qué no corrigen lo que escriben? ¿Cuánto les importa su lengua, es decir, su identidad? ¿Por qué participan, hasta con aplausos, de la mediocridad lingüística que, a veces, ofrecen los medios de comunicación?
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“En las entrañas de la voz «error», late la frase de nuestros días: la cultura ocupa tiempo, y no hay tiempo para la cultura, que siempre ha sido la pariente pobre.
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“Si escudriñamos el sustantivo «error», advertimos que contiene el verbo «roer», que denota, en una de sus acepciones, ‘gastar’: el error roe los vocablos hasta dejarlos sin la carne que los sustenta y sin el alma que los espiritualiza. Es la esclerosis de la lengua. Se yerra, porque no se sabe.
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“Debería imitarse la obstinación de algunos árboles centenarios que, desgajados por el viento, no se desarraigan de su tierra, porque creen en sus raíces y las defienden y las fecundan con su esperanza vegetal. Ése es su lenguaje; ése es su compromiso con la naturaleza.”

Dra. Alicia María Zorrilla, miembro de la Academia Argentina de Letras, en El error, el humor y la norma lingüística.

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