Semejanzas entre el acto de escribir y el acto carnal. Clases de comportamiento “amatorio” de los cuentos, según este paralelismo jocoso y de buen gusto.
Contexto:
Estas reflexiones biológicas y orgánicas se basan en mi experiencia como lectora feroz, cuentista, narradora oral, correctora de originales y traductora literaria. Desde hace años, me relaciono con estos especimenes que son los cuentos desde varias perspectivas. No pretendo presentarme aquí como la inventora de la pólvora, sino compartir con ustedes algunas reflexiones que he acumulado, después de vagar mucho y con placer por el fabuloso mundo de los cuentos.
La relación cuento-lector es una expresión de amor y de intimidad emocional. Los destinatarios o receptores nos comportamos con los relatos de manera fetichista, en el sentido de que el objeto de nuestro afecto es un ente inanimado y específico (el cuento), dotado de facultades sobrenaturales (magia), que ha sido creado por los seres humanos para ejercer poder sobre el prójimo (entretenerlo, distraerlo, sacarlo de este mundo por unos instantes). Por supuesto, si el fetiche no está presente, uno no puede gozar cabalmente (¿Qué sería de nuestra vida sin los cuentos?).
Cabe aclarar que, en estas reflexiones, no vamos a poner bajo el microscopio los cuentos enrolados en el género erótico, sino que examinaremos las estructuras de armado o confección de los relatos en general y su modo de relacionarse con el lector (comportamiento amatorio). Por una cuestión de espacio, estas disquisiciones se dividen en tres partes o entregas mensuales:
Introducción (antes de)
Desarrollo (el durante, en plena “intimidad”)
Desenlace (después de)
Introducción (antes de)
La energía sexual que todos (lamentable o afortunadamente) tenemos en nuestro interior es una pulsión o impulso esencial para la supervivencia de la especie y el fortalecimiento de los lazos sociales (y para la diversión, dirán algunos). Sin embargo, la mayoría de las veces (salvo honrosas y milagrosas excepciones), esta energía sexual y las urgencias que desencadena nos pueden meter en problemas de la más diversa índole: desde embarazos no deseados y enfermedades venéreas hasta atropellos a la moral y a las buenas costumbres, desde orgías y fiestas negras (¿Dónde? ¿Dónde?) hasta el accionar de depredadores sexuales (y esto último no es broma).
Para evitar que los seres humanos nos transformemos en una horda de animalitos descontrolados y siempre en celo (seguramente alguien conoce algún vecino así), la Madre Naturaleza, en su infinita sabiduría, nos equipó con una válvula de seguridad: la posibilidad de sublimar o transformar la libido en otra clase de energía o expresión más socialmente aceptada. De no existir el fusible de la sublimación, creo que la humanidad no hubiera seguido evolucionando después de pararse en dos patas, no habría tecnología ni ciencia ni arte. Sólo habría Eros.
Relacionarse con la propia energía sexual es una cuestión difícil, conflictiva y problemática. Y ni qué hablar cuando llega el momento de relacionarse con la sexualidad del otro. Desde Freud hasta el presente, todos sabemos que el arte, la filosofía, la espiritualidad y la experiencia religiosa son expresiones de transformación de una parte de esta energía sexual (uno hace lo que puede, cuando puede, con quien puede). Sólo se trata de mutar una experiencia física y corporal, para convertirla en un impulso artístico, beato, intelectual o socialmente aceptado, más fácil y conveniente de manejar (y más seguro).
Los cuentos también son una manipulación de la energía sexual del escritor (qué le vamos a hacer, los intelectuales también somos seres humanos). Son un intento de transformar la libido en belleza, como la danza, la pintura, la música y expresiones similares del quehacer humano. Claro que, a veces, los relatos también son expresiones del propio onanismo egocéntrico (hay cosas que sólo se hacen puertas adentro de la casa de uno y que no deberían mostrarse al exterior).
En pleno proceso de generación del deseo en el lector, desde el título mismo, el cuento empieza a desplegar sus artes de seducción y recurre a varios estilos para el acercamiento, según su personalidad (¿no les dije que considero el cuento como un ser vivo?). A veces, los relatos se muestran de manera “obscena”, explícita, cruda, sin adornos, sin emoción. En otras ocasiones, las historias se exhiben ante nosotros en forma más emotiva, elevada y refinada, y desarrollan con más detenimiento la ambientación, tema, caracterización de los personajes y presentación de la trama. Por supuesto, estas distinciones muy subjetivas se basan en las preferencias del receptor, más que en las cualidades artísticas del relato mismo.
Por supuesto, esta etapa del cortejo amatorio puede desembocar o no en el acto carnal de la lectura; sólo es cuestión de saber enviar y recibir las señales correctas que indiquen que uno está dispuesto (a leer y a ser leído). El encuentro entre dos compañeros potenciales (cuento y lector) siempre resulta complicado y es una fuente de ansiedad. Si la comunicación preliminar con el cuento (los primeros escarceos) tiene como resultado una sensación creciente de intimidad para ambos participantes, se establece un grado de confianza que mitiga el temor al rechazo que puede sufrir el pobre cuento, que también tiene su corazoncito sensible, caramba.
En este proceso inicial de seducción y deseo, las historias asumen determinadas clases de “comportamiento sexual” que, en ocasiones, puede crear una relación a largo plazo con el lector, quien experimenta una profunda conexión emocional con el relato en cuestión (o con varios, dependerá de su inclinación a la poligamia). Otras veces, se genera apenas un episodio inmediato, travieso, pasajero, recreativo. Dependerá del cuento.
Hay relatos que, desde el principio, sufren de disfunciones. Los hay reprimidos y fríos, que apuntan sólo al intelecto, a la cabeza del lector. No me arriesgaría a catalogarlos como frígidos, sino como cuentos que todavía no han encontrado a la persona adecuada. Hay historias que se hacen las difíciles y tardan en desarrollar su atracción hacia el lector, pero cuando lo logran, uno no las puede soltar (si tiene la paciencia necesaria para esperar su recompensa).
Hay cuentos que solo apuntan a la entrepierna (como la pornografía) y otros que sublevan integralmente todo el cuerpo. Hay algunos que, desde el arranque, sufren problemas de erección, en el sentido de construcción de esa estructura o edificio que es la trama del relato (nada que no se pueda arreglar con una buena terapia).
Las feromonas del cuento (forma y fondo, continente y contenido, recursos estilísticos) cumplen una función esencial para atraer al lector, mantenerlo atrapado y evitar que se distraiga con otro relato o actividad. ¿Cuántos hemos abandonado rápidamente una historia después del primer párrafo porque no hubo química? Sólo es cuestión de saber construir el relato de manera tal que el receptor lo encuentre aceptable y que desencadene en él una reacción involuntaria de deseo, atracción y aumento progresivo del interés. Esto le dará al cuento la posibilidad de que el lector logre el “acoplamiento” con él (lo lea hasta el final). Solo se trata de disparar la excitación en un lector que siente una atracción previa por el género cuento. Si le gusta la novela únicamente (me he encontrado lectores así), no perdamos el tiempo, tesoro.
Hay cuentos que comienzan yendo directamente “a los bifes”, al asunto o meollo de la historia. Nada de cortejo, nada de ir primero al cine y a cenar, nada de pérdida de tiempo con besitos y caricias. Vamos a lo nuestro, sin tanto trámite (postura un poco masculina y empresarial para hacer las cosas).
Otros relatos, desde el principio, no se deciden y empiezan a histeriquear, dan vueltas y más vueltas, se van por las ramas, nunca concretan nada. Son bonitos y atractivos en la superficie, pero terminan por enfurecer al lector, que no puede recibir ninguna clase de satisfacción, solo promesas vanas.
Y en este momento tan interesante de nuestra disquisición, cuando estamos por llegar al nudo, les digo: Continuará en la próxima entrega.
© Gabriela Villano. 2007.
Contexto:
Estas reflexiones biológicas y orgánicas se basan en mi experiencia como lectora feroz, cuentista, narradora oral, correctora de originales y traductora literaria. Desde hace años, me relaciono con estos especimenes que son los cuentos desde varias perspectivas. No pretendo presentarme aquí como la inventora de la pólvora, sino compartir con ustedes algunas reflexiones que he acumulado, después de vagar mucho y con placer por el fabuloso mundo de los cuentos.
La relación cuento-lector es una expresión de amor y de intimidad emocional. Los destinatarios o receptores nos comportamos con los relatos de manera fetichista, en el sentido de que el objeto de nuestro afecto es un ente inanimado y específico (el cuento), dotado de facultades sobrenaturales (magia), que ha sido creado por los seres humanos para ejercer poder sobre el prójimo (entretenerlo, distraerlo, sacarlo de este mundo por unos instantes). Por supuesto, si el fetiche no está presente, uno no puede gozar cabalmente (¿Qué sería de nuestra vida sin los cuentos?).
Cabe aclarar que, en estas reflexiones, no vamos a poner bajo el microscopio los cuentos enrolados en el género erótico, sino que examinaremos las estructuras de armado o confección de los relatos en general y su modo de relacionarse con el lector (comportamiento amatorio). Por una cuestión de espacio, estas disquisiciones se dividen en tres partes o entregas mensuales:
Introducción (antes de)
Desarrollo (el durante, en plena “intimidad”)
Desenlace (después de)
Introducción (antes de)
La energía sexual que todos (lamentable o afortunadamente) tenemos en nuestro interior es una pulsión o impulso esencial para la supervivencia de la especie y el fortalecimiento de los lazos sociales (y para la diversión, dirán algunos). Sin embargo, la mayoría de las veces (salvo honrosas y milagrosas excepciones), esta energía sexual y las urgencias que desencadena nos pueden meter en problemas de la más diversa índole: desde embarazos no deseados y enfermedades venéreas hasta atropellos a la moral y a las buenas costumbres, desde orgías y fiestas negras (¿Dónde? ¿Dónde?) hasta el accionar de depredadores sexuales (y esto último no es broma).
Para evitar que los seres humanos nos transformemos en una horda de animalitos descontrolados y siempre en celo (seguramente alguien conoce algún vecino así), la Madre Naturaleza, en su infinita sabiduría, nos equipó con una válvula de seguridad: la posibilidad de sublimar o transformar la libido en otra clase de energía o expresión más socialmente aceptada. De no existir el fusible de la sublimación, creo que la humanidad no hubiera seguido evolucionando después de pararse en dos patas, no habría tecnología ni ciencia ni arte. Sólo habría Eros.
Relacionarse con la propia energía sexual es una cuestión difícil, conflictiva y problemática. Y ni qué hablar cuando llega el momento de relacionarse con la sexualidad del otro. Desde Freud hasta el presente, todos sabemos que el arte, la filosofía, la espiritualidad y la experiencia religiosa son expresiones de transformación de una parte de esta energía sexual (uno hace lo que puede, cuando puede, con quien puede). Sólo se trata de mutar una experiencia física y corporal, para convertirla en un impulso artístico, beato, intelectual o socialmente aceptado, más fácil y conveniente de manejar (y más seguro).
Los cuentos también son una manipulación de la energía sexual del escritor (qué le vamos a hacer, los intelectuales también somos seres humanos). Son un intento de transformar la libido en belleza, como la danza, la pintura, la música y expresiones similares del quehacer humano. Claro que, a veces, los relatos también son expresiones del propio onanismo egocéntrico (hay cosas que sólo se hacen puertas adentro de la casa de uno y que no deberían mostrarse al exterior).
En pleno proceso de generación del deseo en el lector, desde el título mismo, el cuento empieza a desplegar sus artes de seducción y recurre a varios estilos para el acercamiento, según su personalidad (¿no les dije que considero el cuento como un ser vivo?). A veces, los relatos se muestran de manera “obscena”, explícita, cruda, sin adornos, sin emoción. En otras ocasiones, las historias se exhiben ante nosotros en forma más emotiva, elevada y refinada, y desarrollan con más detenimiento la ambientación, tema, caracterización de los personajes y presentación de la trama. Por supuesto, estas distinciones muy subjetivas se basan en las preferencias del receptor, más que en las cualidades artísticas del relato mismo.
Por supuesto, esta etapa del cortejo amatorio puede desembocar o no en el acto carnal de la lectura; sólo es cuestión de saber enviar y recibir las señales correctas que indiquen que uno está dispuesto (a leer y a ser leído). El encuentro entre dos compañeros potenciales (cuento y lector) siempre resulta complicado y es una fuente de ansiedad. Si la comunicación preliminar con el cuento (los primeros escarceos) tiene como resultado una sensación creciente de intimidad para ambos participantes, se establece un grado de confianza que mitiga el temor al rechazo que puede sufrir el pobre cuento, que también tiene su corazoncito sensible, caramba.
En este proceso inicial de seducción y deseo, las historias asumen determinadas clases de “comportamiento sexual” que, en ocasiones, puede crear una relación a largo plazo con el lector, quien experimenta una profunda conexión emocional con el relato en cuestión (o con varios, dependerá de su inclinación a la poligamia). Otras veces, se genera apenas un episodio inmediato, travieso, pasajero, recreativo. Dependerá del cuento.
Hay relatos que, desde el principio, sufren de disfunciones. Los hay reprimidos y fríos, que apuntan sólo al intelecto, a la cabeza del lector. No me arriesgaría a catalogarlos como frígidos, sino como cuentos que todavía no han encontrado a la persona adecuada. Hay historias que se hacen las difíciles y tardan en desarrollar su atracción hacia el lector, pero cuando lo logran, uno no las puede soltar (si tiene la paciencia necesaria para esperar su recompensa).
Hay cuentos que solo apuntan a la entrepierna (como la pornografía) y otros que sublevan integralmente todo el cuerpo. Hay algunos que, desde el arranque, sufren problemas de erección, en el sentido de construcción de esa estructura o edificio que es la trama del relato (nada que no se pueda arreglar con una buena terapia).
Las feromonas del cuento (forma y fondo, continente y contenido, recursos estilísticos) cumplen una función esencial para atraer al lector, mantenerlo atrapado y evitar que se distraiga con otro relato o actividad. ¿Cuántos hemos abandonado rápidamente una historia después del primer párrafo porque no hubo química? Sólo es cuestión de saber construir el relato de manera tal que el receptor lo encuentre aceptable y que desencadene en él una reacción involuntaria de deseo, atracción y aumento progresivo del interés. Esto le dará al cuento la posibilidad de que el lector logre el “acoplamiento” con él (lo lea hasta el final). Solo se trata de disparar la excitación en un lector que siente una atracción previa por el género cuento. Si le gusta la novela únicamente (me he encontrado lectores así), no perdamos el tiempo, tesoro.
Hay cuentos que comienzan yendo directamente “a los bifes”, al asunto o meollo de la historia. Nada de cortejo, nada de ir primero al cine y a cenar, nada de pérdida de tiempo con besitos y caricias. Vamos a lo nuestro, sin tanto trámite (postura un poco masculina y empresarial para hacer las cosas).
Otros relatos, desde el principio, no se deciden y empiezan a histeriquear, dan vueltas y más vueltas, se van por las ramas, nunca concretan nada. Son bonitos y atractivos en la superficie, pero terminan por enfurecer al lector, que no puede recibir ninguna clase de satisfacción, solo promesas vanas.
Y en este momento tan interesante de nuestra disquisición, cuando estamos por llegar al nudo, les digo: Continuará en la próxima entrega.
© Gabriela Villano. 2007.
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4 comentarios:
Gabriela, si seguís escribiendo así, te van a echar de cualquier cátedra seria de literatura. Tu profesora de literatura inglesa de la facultad (Dios... qué hice...)
Gabriela, encontrar este blog, casi al alba de un martes (en que no debiera ni casarme ni embarcarme y sin embargo lo hice) fue maravilloso. Recién leí esta nota que "paraleliza" sexo y cuento.
¡No tiene desperdicios! Y es taaaaaaan clara que sirve, no sólo para disfrutarla (como algunos amores) sino para crecer y crecer.
¡Mil gracias y felicitaciones!
alondra
www.alondraylaluna.blogspot.com
"El arte es como el sexo, si no te relajás, no disfrutás". Paul Auster.
Por fin encontre el tiempo necesario para leer esto con la debida atención.
M'hijita! Esto está para una ponencia!!! Ý como si eso fuera poco, resulta provocador.
Por qué no buscar el paralelismo con las religiones, por ejemplo? O con la fotografía o la pintura?. Esto sería más fácil, no? Tiro las ideas para que las recoja el que quiera... hasta la proxima entrega.(ojo que el cine ya lo tenes incluído y esta re-copado)
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