Enfoque orgánico y biológico para una aproximación a la teoría del cuento.
En mi carácter de lectora feroz, cuentista, narradora oral, correctora de originales y traductora literaria, he estado relacionada desde hace años con estos organismos preciosos y amables que son los cuentos. Conozco su morfología, especies, variedades, olores y sabores; los disfruto, sé descubrirlos dondequiera que se oculten. Y ellos sienten predilección por mí.
No pretendo presentarme aquí como la inventora del café con leche, sino compartir con ustedes algunas reflexiones que he acumulado, después de vagar mucho y con placer por el fabuloso mundo de los cuentos.
El cuento, como manifestación concreta y visible de una idea intangible, se nos presenta, al principio, como una hoja de papel con caracteres escritos de manera indeleble en ella (¿Les dije que el señor Perogrullo era pariente mío, no?). Lo que vemos o leemos en el relato es, aparentemente, superficial. Pero la superficie oculta todo. El cuento es un organismo tímido y modesto, como las violetas; un témpano que sólo muestra una séptima parte por encima de la superficie del papel.
Algunos “biólogos” curiosos comenzamos a bucear en el subtexto, en el metamensaje, en lo que está más allá o detrás del texto aparente. Entonces, al penetrar más profundamente en el texto, empezamos a detectar ciertos elementos u órganos aislados, ejes temáticos, vasos comunicantes, fibras conductoras y relaciones causales, que aumentan la diversidad y la riqueza del texto.
También percibimos el orden de los fenómenos o sucesos que se desarrollan en el cuento (la trama). Se puede apreciar, entonces, a través de un primer análisis sencillo, el conjunto de elementos constructivos más simples del mundo o universo nuevo que el autor nos pinta en el relato en cuestión. Detectamos una unidad morfológica, de forma (el cuento salió “redondo” o tiene cabos sueltos o un final abierto). Percibimos movimientos (los seres vivos no son estáticos), cómo se desarrolla la trama, la acción, lo que pasa en el cuento. A veces, la sucesión de hechos tiene un ritmo ágil; otras, más lento (puede ser un arroyo de montaña o un río de melaza). En ocasiones, también notamos un reflejo o resplandor (lo que nos sugiere el autor entre líneas, cuando se trabaja en dos niveles de lectura o comprensión). En estos casos, estamos ante un relato con luminiscencia, como los bichitos de luz.
Por más que una historia esté atrapada en algo inmóvil como una hoja de papel, está llena de células vivas y movedizas en su interior. Es lo mismo que poner una gota de agua debajo del microscopio. De pronto, se nos abre un mundo rico e insospechado.
Todos estos elementos constructivos de los que hablamos antes son átomos estables y presentes en el universo del cuento. El mundo complejo de la idea que tuvo el autor se muestra como una serie de piezas definidas, acabadas y palpables (un sistema o universo coherente y armónico, en el que todo tiene que ver con todo). Un componente del cuento resulta definitivamente modificado en el mismo instante en que se lo retira de su relación con el todo. Los relatos no son como las iguanas o las estrellas de mar, a las que les crecen nuevas extremidades o apéndices después de una pérdida.
Para observar los fenómenos que se producen en el universo del cuento, no es conveniente estudiar los elementos aislados, sino las acciones de los elementos entre sí. El cuento sería, entonces, una reunión de piezas en un todo coherente, en la que se tornan visibles estructuras cuya elaboración sigue determinadas leyes, específicas de ese universo particular que es el relato. A la totalidad en la que descubrimos e investigamos estructuras, la llamamos “sistema”, o sea, “cuento”.
Un enfoque que recomiendo para una primera aproximación al cuento sería imaginarnos que somos viajeros espaciales (biólogos investigadores, no conquistadores) que hemos llegado a un nuevo planeta recién descubierto en el espacio exterior, un mundo nuevo y desconocido con otras leyes y normas, ajeno a nuestra realidad cotidiana, que debemos ver con ojos nuevos, sin ideas preconcebidas, sin juicios previos (pre-juicios) que nos tapan la visión y nos obstaculizan el entendimiento. Porque lo que queremos, en definitiva, es descubrir la propia organización interna de este ecosistema o mundo nuevo que es el cuento; para eso lo investigamos y lo analizamos, para entenderlo.
Los elementos de un sistema deben “comunicarse” entre sí, desarrollar interrelaciones regulares coherentes (todo tiene que ver con todo en el universo del cuento, si es que el relato está bien armado, sin defectos de pluma o de confección). Sin comunicación no hay orden, sin orden no hay totalidad dentro del universo del cuento. Todo elemento (órgano) que está dentro del relato cumple una función especial y esencial, porque esa historia es un mundo despojado de elementos superfluos (es un cuento, no una novela). Sin embargo, hay universos-cuentos “chuecos” o desequilibrados que pierden el encanto que les da la armonía de todos los elementos del sistema. Será cuestión de acomodarlos mejor, ¿no?
Un sistema tan complejo como un organismo-cuento no puede ser descompuesto en procesos parciales descriptibles, sin que perdure algún “resto” irresoluble. Este “resto” es la magia intangible o el alma de un cuento. El todo es algo más rico que la simple suma de sus partes. El alma o el “resto” del cuento no se puede desmembrar sobre una mesa de disección en un laboratorio. La magia no se puede ver con el microscopio del técnico. Se siente. Algo ha sucedido, algo que antes no estaba ahí. Algo cambió. Algo pasó. Sí, pasó un cuento por ahí.
El relato, como sistema vivo que es, muestra una tendencia activa hacia un objetivo. Todo lo que pasa en el cuento, desde la introducción, pasando por el nudo, se encamina hacia el final de la trama o desenlace, sin obstáculos ni desvíos, sin baches ni alteraciones, hasta su desembocadura u objetivo (el final del cuento). Todo sistema (cuento) se desplaza hacia un estado estable, en este caso, la resolución, el final, el reposo y la satisfacción final del lector o espectador ante una historia bien contada.
(Continuará en la próxima entrega.)
© Gabriela Villano. 2007.
En mi carácter de lectora feroz, cuentista, narradora oral, correctora de originales y traductora literaria, he estado relacionada desde hace años con estos organismos preciosos y amables que son los cuentos. Conozco su morfología, especies, variedades, olores y sabores; los disfruto, sé descubrirlos dondequiera que se oculten. Y ellos sienten predilección por mí.
No pretendo presentarme aquí como la inventora del café con leche, sino compartir con ustedes algunas reflexiones que he acumulado, después de vagar mucho y con placer por el fabuloso mundo de los cuentos.
El cuento, como manifestación concreta y visible de una idea intangible, se nos presenta, al principio, como una hoja de papel con caracteres escritos de manera indeleble en ella (¿Les dije que el señor Perogrullo era pariente mío, no?). Lo que vemos o leemos en el relato es, aparentemente, superficial. Pero la superficie oculta todo. El cuento es un organismo tímido y modesto, como las violetas; un témpano que sólo muestra una séptima parte por encima de la superficie del papel.
Algunos “biólogos” curiosos comenzamos a bucear en el subtexto, en el metamensaje, en lo que está más allá o detrás del texto aparente. Entonces, al penetrar más profundamente en el texto, empezamos a detectar ciertos elementos u órganos aislados, ejes temáticos, vasos comunicantes, fibras conductoras y relaciones causales, que aumentan la diversidad y la riqueza del texto.
También percibimos el orden de los fenómenos o sucesos que se desarrollan en el cuento (la trama). Se puede apreciar, entonces, a través de un primer análisis sencillo, el conjunto de elementos constructivos más simples del mundo o universo nuevo que el autor nos pinta en el relato en cuestión. Detectamos una unidad morfológica, de forma (el cuento salió “redondo” o tiene cabos sueltos o un final abierto). Percibimos movimientos (los seres vivos no son estáticos), cómo se desarrolla la trama, la acción, lo que pasa en el cuento. A veces, la sucesión de hechos tiene un ritmo ágil; otras, más lento (puede ser un arroyo de montaña o un río de melaza). En ocasiones, también notamos un reflejo o resplandor (lo que nos sugiere el autor entre líneas, cuando se trabaja en dos niveles de lectura o comprensión). En estos casos, estamos ante un relato con luminiscencia, como los bichitos de luz.
Por más que una historia esté atrapada en algo inmóvil como una hoja de papel, está llena de células vivas y movedizas en su interior. Es lo mismo que poner una gota de agua debajo del microscopio. De pronto, se nos abre un mundo rico e insospechado.
Todos estos elementos constructivos de los que hablamos antes son átomos estables y presentes en el universo del cuento. El mundo complejo de la idea que tuvo el autor se muestra como una serie de piezas definidas, acabadas y palpables (un sistema o universo coherente y armónico, en el que todo tiene que ver con todo). Un componente del cuento resulta definitivamente modificado en el mismo instante en que se lo retira de su relación con el todo. Los relatos no son como las iguanas o las estrellas de mar, a las que les crecen nuevas extremidades o apéndices después de una pérdida.
Para observar los fenómenos que se producen en el universo del cuento, no es conveniente estudiar los elementos aislados, sino las acciones de los elementos entre sí. El cuento sería, entonces, una reunión de piezas en un todo coherente, en la que se tornan visibles estructuras cuya elaboración sigue determinadas leyes, específicas de ese universo particular que es el relato. A la totalidad en la que descubrimos e investigamos estructuras, la llamamos “sistema”, o sea, “cuento”.
Un enfoque que recomiendo para una primera aproximación al cuento sería imaginarnos que somos viajeros espaciales (biólogos investigadores, no conquistadores) que hemos llegado a un nuevo planeta recién descubierto en el espacio exterior, un mundo nuevo y desconocido con otras leyes y normas, ajeno a nuestra realidad cotidiana, que debemos ver con ojos nuevos, sin ideas preconcebidas, sin juicios previos (pre-juicios) que nos tapan la visión y nos obstaculizan el entendimiento. Porque lo que queremos, en definitiva, es descubrir la propia organización interna de este ecosistema o mundo nuevo que es el cuento; para eso lo investigamos y lo analizamos, para entenderlo.
Los elementos de un sistema deben “comunicarse” entre sí, desarrollar interrelaciones regulares coherentes (todo tiene que ver con todo en el universo del cuento, si es que el relato está bien armado, sin defectos de pluma o de confección). Sin comunicación no hay orden, sin orden no hay totalidad dentro del universo del cuento. Todo elemento (órgano) que está dentro del relato cumple una función especial y esencial, porque esa historia es un mundo despojado de elementos superfluos (es un cuento, no una novela). Sin embargo, hay universos-cuentos “chuecos” o desequilibrados que pierden el encanto que les da la armonía de todos los elementos del sistema. Será cuestión de acomodarlos mejor, ¿no?
Un sistema tan complejo como un organismo-cuento no puede ser descompuesto en procesos parciales descriptibles, sin que perdure algún “resto” irresoluble. Este “resto” es la magia intangible o el alma de un cuento. El todo es algo más rico que la simple suma de sus partes. El alma o el “resto” del cuento no se puede desmembrar sobre una mesa de disección en un laboratorio. La magia no se puede ver con el microscopio del técnico. Se siente. Algo ha sucedido, algo que antes no estaba ahí. Algo cambió. Algo pasó. Sí, pasó un cuento por ahí.
El relato, como sistema vivo que es, muestra una tendencia activa hacia un objetivo. Todo lo que pasa en el cuento, desde la introducción, pasando por el nudo, se encamina hacia el final de la trama o desenlace, sin obstáculos ni desvíos, sin baches ni alteraciones, hasta su desembocadura u objetivo (el final del cuento). Todo sistema (cuento) se desplaza hacia un estado estable, en este caso, la resolución, el final, el reposo y la satisfacción final del lector o espectador ante una historia bien contada.
(Continuará en la próxima entrega.)
© Gabriela Villano. 2007.
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