lunes, 14 de septiembre de 2009

Dicen los que saben 30

Sobre la lectura, la narración oral y el relato de la propia vida. Sobre cómo podemos encontrar un eco de lo que nos pasa en las historias de los libros.


Fragmentos de una entrevista que le dio a Página 12 en Buenos Aires la socióloga y antropóloga francesa Michèle Petit:
TRANSMITIR EL HÁBITO DE LA LECTURA ES UNA TAREA SUTIL’

(…) Las primeras exploraciones de Michèle Petit como lectora empezaron en una biblioteca, la de la Alianza Colombo-Francesa de Bogotá, en medio de las plantas tropicales. Los libros le permitían construirse a sí misma, le decían que no estaba loca ni era tan rara, que había otras maneras de vivir y de pensar. (…) Las carreras literarias eran para las jóvenes de la burguesía de alcurnia, pero Petit pertenecía a una clase media en ascenso que debía ser moderna y estudiar alguna carrera científica. Se anotó en Sociología como solución intermedia entre las letras y las ciencias. Pero la literatura la salvó.
Según ella:


–Las generaciones anteriores, en muchas circunstancias, leían bajo las sábanas, con la lámpara iluminando apenas el libro, contra el mundo entero. Pero ahora la lectura aparece como una faena austera a la que uno debe someterse para satisfacer a los adultos. El peligro de que las autoridades políticas, educativas, maestros y padres coincidan en este “hay que leer” es que muchos chicos no quieran leer y salgan corriendo a jugar a los videojuegos. Poder transmitir el hábito de la lectura es una tarea muy sutil. A veces los discursos que hay en torno de la lectura tienen algo que va en contra de lo que pretenden defender.
(…)
Leer aísla, disgrega a la persona de su grupo, pero también es una actividad rodeada de un halo de misterio, ¿no?
– Claro. Me acuerdo que una vez un señor que viajaba conmigo en un avión, cuando se enteró de que yo trabajaba sobre la lectura me dijo que las mujeres que leen son egoístas (risas). Ese secreto, ese misterio de la persona que lee, también hace que uno se vuelva lector. La mayoría de la gente que es lectora siempre evoca escenas iniciáticas: la madre, la abuela o el padre que le cuenta historias al niño o que le lee en voz alta. Pero también hay otra escena, donde los padres o los abuelos no le leen al niño, pero ellos leen, y el niño los observa y está fascinado. ¿Dónde están? ¿Qué es lo que hay en ese libro? A veces uno se convierte en lector porque quiere encontrar el secreto o misterio que tiene el libro. Y cuando no es en la familia, puede ser a través de un mediador, si se trata de un docente o un bibliotecario que tiene una incidencia fuerte en el niño.
(…)
–(…) Lo que me interesó siempre fue situarme del lado del lector, estando atenta a sus maneras propias de construir sentido con lo que encontraba en los libros, de construirse a sí mismo con palabras o historias robadas de acá o de allá. Y digo robadas porque De Certeau decía que la lectura era una “caza furtiva”. La cultura se hurta, se roba; es la única manera de que funcione. Lo difícil, pero lo interesante para el mediador, es que pueda contagiar las ganas de apropiarse, de robar. Lo que podemos hacer es multiplicar las oportunidades del encuentro con personas que no repitan el imperativo “hay que leer” sino que tengan una actitud mucho más sutil frente a la lectura.
(…)
–(…) Aprendí mucho de los propios lectores que entrevisté en medios rurales, en barrios marginales o en contextos difíciles de violencia. Esa gente no habla tanto del placer de leer. Lo que más me impactó es que evocan de qué manera la lectura les había permitido construir un poco de sentido a su experiencia humana. En Colombia, estuve con chicos que han padecido la violencia y han vivido cosas atroces; han visto morir a amigos y tienen un caparazón durísimo, heridas terribles producto del terror. Muchos ni siquiera pueden hablar. Pero de pronto se encontraban en espacios de lecturas y narración oral de historias típicas de Colombia y empezaban a recordar. Y hacían un relato de la propia vida que antes no habían podido desencadenar. La lectura reactiva el pensamiento en contextos difíciles. No vamos a pecar de ingenuos, tampoco lo soluciona todo, pero demuestra la importancia que tiene la lectura en la construcción o reconstrucción de uno mismo. Esta es la dimensión que más me interesa de la lectura, de la que menos se ha hablado, y no tanto la mera visión de la lectura como placer o distracción. Para los chicos colombianos no es una mera distracción sino que la lectura les permite integrar a su memoria sus propias historias.

¿La palabra placer estaría asociada a un léxico típico de las clases medias?
– No. La experiencia de la lectura no es diferente de un medio social a otro. Los seres humanos estamos siempre en busca de ecos exteriores, de decir la experiencia, un duelo o estar enamorado, que no son experiencias fáciles de poner en palabras. No es por casualidad que todas las sociedades han tenido escritores, poetas, psicoanalistas, que observan la experiencia humana y que tratan de escribirla de manera condensada y estética. Todos estamos en busca de un eco de lo que pasa en nosotros.
– ¿Por qué se deposita en el libro una suerte de “utopía de la salvación”, como si leer inmunizara de todos los males, aun cuando no impidió el nazismo en Alemania ni la dictadura militar en la Argentina?
– La lectura no va a solucionar los problemas del mundo. No forzosamente construye gente crítica, con distanciamiento. Pero el que no puede apropiarse de la cultura escrita está más marginado de la sociedad. La lectura no te garantiza nada, pero si no tienes ese derecho estás más excluido porque vivimos en una sociedad donde se cambia rápidamente de trabajo y hay que estar permanentemente capacitándose. La lectura tampoco garantiza una ciudadanía activa, pero si no leés tenés mucho menos voz y voto en los espacios públicos. La lectura te permite transitar pasarelas, generar caminitos con sutileza, inventar mediaciones que facilitan la apropiación de la cultura escrita.

Por Silvina Friera
Fuente: Página 12
Más información: www.pagina12.com.ar


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