Un enfoque compasivo y equilibrado respecto de este vínculo, para evitar las desavenencias y el diván. Métodos prácticos de autoayuda para eliminar las tensiones proyectadas sobre el narrador oral y, sobre todo, el cuento.
Después del éxito obtenido con nuestras reflexiones anteriores, hemos decidido ofrecer estas nuevas como un humilde aporte para la mejor comprensión de los dos miembros de la pareja que forman el relato y el narrador oral. No pretendo que todo el mundo esté de acuerdo conmigo, no todos pensamos igual. Mi intención es proponer un tema de debate, a ver qué pasa (si es que pasa algo). No quiero presentarme aquí como la inventora del agua tibia, sino compartir con ustedes algunas experiencias que he acumulado, después de vagar mucho y con placer por el fabuloso mundo de los cuentos.
Algunas estrategias para evitar victimizar a los cuentos
Seguimos parafraseando al doctor Dyer. Cuando uno logra captarse la simpatía de los relatos, ellos se encuentran más dispuestos a permitir que los lleven de paseo ante terceros, y menos reacios a dejarlo a uno mal parado (¿les dije que las historias se vengan si las tratan mal?). Sólo se trata de adoptar el enfoque adecuado para beneficio mutuo. Créame, su perseverancia se verá recompensada (y no podrá sacarse más los cuentos de encima, de tan querendones que se le pondrán.)
Trate de lograr que sus relaciones con los cuentos sean experiencias divertidas, felices y estimulantes, y no batallas campales en las que usted pone en juego toda su humanidad e integridad. Relájese, disfrute, no tiene que demostrar que usted es un ganador todo el tiempo. Y un cuento no se le impone a nadie (como tampoco se le niega a nadie). Así mejorará su relación con los relatos y, de paso, aumentará su eficiencia al contar oralmente (algo que nunca está de más). A las historias les caen pésimo aquellos seres humanos jactanciosos que alardean en escena (“¡Mírenme a mí!”), cuando, en realidad, el único divo es el cuento. Creo que es cuestión de tener un poco más de seguridad en uno mismo, ¿no? Y el relato, agradecido (el público también).
La intimidad con los cuentos es una parte muy importante de nuestras vidas, como lectores y narradores orales, y es necesaria para la mutua sensación de bienestar. Los relatos tienen derecho a tener intimidad con usted. Déjelos, caramba. Uno nunca está solo con un cuento. Es una promesa de compenetración emocional continua y reciproca.
Sin embargo, no se transforme en un neurasténico contable (ya hay demasiados neuróticos sueltos). No hay nada de malo en comprender la afinidad que sentimos por un determinado relato. Cuando uno cuenta, se cuenta (el señor Perogrullo de nuevo), y la elección de una determinada historia en un momento específico de nuestra vida también señala algo íntimo de uno, si tiene ganas de observarse.
No está mal tampoco tratar de comprender las motivaciones del cuento (¿Qué quiere decir el texto? ¿Cuál es la intención narrativa del escrito?). Pero a no exagerar. No conviene mostrar una tendencia excesiva al análisis literario, yo sé lo que le digo.
Las relaciones más hermosas que he observado entre los lectores y los cuentos son las que se establecen entre dos que se aceptan mutuamente tal como son, en vez de analizar con excesiva minuciosidad todo lo que hacen. El cuento enamorado del lector se limita a mirarlo a los ojos, y le encanta y adora lo que ve (¡Sí, a usted!). El relato no analiza el por qué, ni pide que cada uno comprenda al otro. Esto del análisis no debe imponerse como una obligación cotidiana a rajatabla. Creo que esta es la razón por la cual para muchas parejas cuento-lector estar juntos constituye un tormento, en lugar de una pasión.
Más de una vez en mis investigaciones de campo, me he topado con narradores orales que, de tan profesionales que son, han desarrollado un “ojo contable” (capacidad de discernir cuál relato se adaptará mejor que otro a la oralidad con menos “trabajo de mesa” previo para el narrador). La presencia de este “miembro” extra en el organismo del narrador oral no es, de por sí, censurable. El problema es que algunos de estos contadores de cuentos se pasan de rosca y aplican su ojo contable a todos los relatos que caen bajo sus narices. Y llega un momento en que dejan de leer por placer. Por estar demasiado enfrascados en la búsqueda de repertorio (sí, ya sé que hay que facturar para vivir), se extralimitan un poco y ya no leen más otra clase de textos. Si los cuentos no están de acuerdo con su visión (o deformación) profesional, “no son contables” y sí candidatos para el descarte.
¿Estas personas se acordarán de lo que era leer por placer? Esta es una receta segura para que las historias huyan de ustedes. Y si se topan con un cuento que no está enrolado en las filas de la “oralitura”, al pobre lo sumergen en el desconcierto y la perplejidad (“¡Qué pretende usted de mí!”). En cierto sentido, y sin ánimos de ofender a nadie, estos narradores orales se han transformado en ginecólogos: trabajan donde otros se divierten. Aceptemos los relatos tal como son, para fomentar el placer mutuo (nunca está de más). Quién les dice, capaz que un cuento llama a un amigo de papel que convoca a otro amigo que... (una buena técnica para ligar, no sólo en el mundo de la cuentería.)
Si usted está atrapado en el análisis constante, suéltelo durante un tiempo, libérese de la necesidad compulsiva de interpretar todos los motivos, actos y hechos del cuento, afloje la obsesión de pasarle el “ojo contable” al relato. El análisis y su consecuencia exagerada (este “ojo”) pueden convertirse en una enfermedad, más que en un instrumento útil y en una técnica de trabajo. No se entusiasme. No son pocas las hermosas relaciones analizadas hasta el agotamiento. No llegue al punto de que todo sea trabajo y nada sea placer, porque en este momento, ya no hay nada que cuidar, nada sobre lo que trabajar. El cuento se ha transformado en otra cosa para usted (no me pregunte en qué, usted sabrá).
Considero que una amistad lector-cuento de las que duran toda la vida es una relación en la que ninguna de las partes tiene que demostrar ni confirmar nada, con la honestidad como base. Es sumamente beneficioso relacionarse de manera amigable con los cuentos. Si todavía no lo hacen, empiécenlos a tratar respetuosa y afectivamente como a sus amigos humanos. Ya van a ver qué buenos resultados les da. Sólo hay que aceptar las leyes naturales y selectivas de la “química de la amistad (cuentera)”.
Pensemos, reflexionemos, actuemos. Todo sea por los cuentos.
© Gabriela Villano. 2007
Si mi trabajo te resultó útil y de valor, comprá alguno de mis libros para regalar o para regalarte. Tu contribución y apoyo ayudarán a mantener los servicios de calidad de este blog. Consultá “Mis libros”. Gracias. G.V.
Después del éxito obtenido con nuestras reflexiones anteriores, hemos decidido ofrecer estas nuevas como un humilde aporte para la mejor comprensión de los dos miembros de la pareja que forman el relato y el narrador oral. No pretendo que todo el mundo esté de acuerdo conmigo, no todos pensamos igual. Mi intención es proponer un tema de debate, a ver qué pasa (si es que pasa algo). No quiero presentarme aquí como la inventora del agua tibia, sino compartir con ustedes algunas experiencias que he acumulado, después de vagar mucho y con placer por el fabuloso mundo de los cuentos.
Algunas estrategias para evitar victimizar a los cuentos
Seguimos parafraseando al doctor Dyer. Cuando uno logra captarse la simpatía de los relatos, ellos se encuentran más dispuestos a permitir que los lleven de paseo ante terceros, y menos reacios a dejarlo a uno mal parado (¿les dije que las historias se vengan si las tratan mal?). Sólo se trata de adoptar el enfoque adecuado para beneficio mutuo. Créame, su perseverancia se verá recompensada (y no podrá sacarse más los cuentos de encima, de tan querendones que se le pondrán.)
Trate de lograr que sus relaciones con los cuentos sean experiencias divertidas, felices y estimulantes, y no batallas campales en las que usted pone en juego toda su humanidad e integridad. Relájese, disfrute, no tiene que demostrar que usted es un ganador todo el tiempo. Y un cuento no se le impone a nadie (como tampoco se le niega a nadie). Así mejorará su relación con los relatos y, de paso, aumentará su eficiencia al contar oralmente (algo que nunca está de más). A las historias les caen pésimo aquellos seres humanos jactanciosos que alardean en escena (“¡Mírenme a mí!”), cuando, en realidad, el único divo es el cuento. Creo que es cuestión de tener un poco más de seguridad en uno mismo, ¿no? Y el relato, agradecido (el público también).
La intimidad con los cuentos es una parte muy importante de nuestras vidas, como lectores y narradores orales, y es necesaria para la mutua sensación de bienestar. Los relatos tienen derecho a tener intimidad con usted. Déjelos, caramba. Uno nunca está solo con un cuento. Es una promesa de compenetración emocional continua y reciproca.
Sin embargo, no se transforme en un neurasténico contable (ya hay demasiados neuróticos sueltos). No hay nada de malo en comprender la afinidad que sentimos por un determinado relato. Cuando uno cuenta, se cuenta (el señor Perogrullo de nuevo), y la elección de una determinada historia en un momento específico de nuestra vida también señala algo íntimo de uno, si tiene ganas de observarse.
No está mal tampoco tratar de comprender las motivaciones del cuento (¿Qué quiere decir el texto? ¿Cuál es la intención narrativa del escrito?). Pero a no exagerar. No conviene mostrar una tendencia excesiva al análisis literario, yo sé lo que le digo.
Las relaciones más hermosas que he observado entre los lectores y los cuentos son las que se establecen entre dos que se aceptan mutuamente tal como son, en vez de analizar con excesiva minuciosidad todo lo que hacen. El cuento enamorado del lector se limita a mirarlo a los ojos, y le encanta y adora lo que ve (¡Sí, a usted!). El relato no analiza el por qué, ni pide que cada uno comprenda al otro. Esto del análisis no debe imponerse como una obligación cotidiana a rajatabla. Creo que esta es la razón por la cual para muchas parejas cuento-lector estar juntos constituye un tormento, en lugar de una pasión.
Más de una vez en mis investigaciones de campo, me he topado con narradores orales que, de tan profesionales que son, han desarrollado un “ojo contable” (capacidad de discernir cuál relato se adaptará mejor que otro a la oralidad con menos “trabajo de mesa” previo para el narrador). La presencia de este “miembro” extra en el organismo del narrador oral no es, de por sí, censurable. El problema es que algunos de estos contadores de cuentos se pasan de rosca y aplican su ojo contable a todos los relatos que caen bajo sus narices. Y llega un momento en que dejan de leer por placer. Por estar demasiado enfrascados en la búsqueda de repertorio (sí, ya sé que hay que facturar para vivir), se extralimitan un poco y ya no leen más otra clase de textos. Si los cuentos no están de acuerdo con su visión (o deformación) profesional, “no son contables” y sí candidatos para el descarte.
¿Estas personas se acordarán de lo que era leer por placer? Esta es una receta segura para que las historias huyan de ustedes. Y si se topan con un cuento que no está enrolado en las filas de la “oralitura”, al pobre lo sumergen en el desconcierto y la perplejidad (“¡Qué pretende usted de mí!”). En cierto sentido, y sin ánimos de ofender a nadie, estos narradores orales se han transformado en ginecólogos: trabajan donde otros se divierten. Aceptemos los relatos tal como son, para fomentar el placer mutuo (nunca está de más). Quién les dice, capaz que un cuento llama a un amigo de papel que convoca a otro amigo que... (una buena técnica para ligar, no sólo en el mundo de la cuentería.)
Si usted está atrapado en el análisis constante, suéltelo durante un tiempo, libérese de la necesidad compulsiva de interpretar todos los motivos, actos y hechos del cuento, afloje la obsesión de pasarle el “ojo contable” al relato. El análisis y su consecuencia exagerada (este “ojo”) pueden convertirse en una enfermedad, más que en un instrumento útil y en una técnica de trabajo. No se entusiasme. No son pocas las hermosas relaciones analizadas hasta el agotamiento. No llegue al punto de que todo sea trabajo y nada sea placer, porque en este momento, ya no hay nada que cuidar, nada sobre lo que trabajar. El cuento se ha transformado en otra cosa para usted (no me pregunte en qué, usted sabrá).
Considero que una amistad lector-cuento de las que duran toda la vida es una relación en la que ninguna de las partes tiene que demostrar ni confirmar nada, con la honestidad como base. Es sumamente beneficioso relacionarse de manera amigable con los cuentos. Si todavía no lo hacen, empiécenlos a tratar respetuosa y afectivamente como a sus amigos humanos. Ya van a ver qué buenos resultados les da. Sólo hay que aceptar las leyes naturales y selectivas de la “química de la amistad (cuentera)”.
Pensemos, reflexionemos, actuemos. Todo sea por los cuentos.
© Gabriela Villano. 2007
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