Hoy: Cuentos mareados.
Que los cuentos aparecen en cualquier parte es cosa sabida por todos los que nos entregamos con alegría y sin remordimientos al bendito vicio de narrar historias. Pero la manía, a veces, llega a lugares insospechados.
El domingo de Reyes a la tarde, dos amigos cuenteros míos, Vivi García e Italo Martinena, me invitaron, junto con otras personas, a navegar en el velero de Italo, el Taita, por el Río de la Plata. Ahí fui yo, entonces, al Yacht Club Puerto Madero de Buenos Aires, sintiéndome VIP y singular, a pesar del calor sádico del verano.
Nos encontramos a las cuatro y zarpamos a las cinco de la tarde. El río estuvo amable y propicio; la compañía, entretenida y agradable. Y así, entre drizas, cabos, singladuras, tambuchos y misterios similares de la terminología náutica, regresamos después de las diez de la noche a Puerto Madero. Aclaro que el grumete Villano no sabe ni hacerse el nudo de las zapatillas y que navega, como máximo, dentro de la bañadera, pero esa es otra historia. La tripulación tenía hambre después de la travesía, a pesar del mate con facturas y bizcochitos de la tarde, así que, amarrados en el Yacht Club, improvisamos una cena a bordo, coronada con un brindis con champán del bueno (juro que no sé cómo apareció esa botella). Después, sobre la cubierta del Taita, en la semipenumbra iluminada tenuemente por las luces de la embarcación y, a veces, por los relámpagos, ¿qué pudieron hacer tres narradores orales? No fue necesario que el resto de los amigos de Italo y de Vivi nos insistieran mucho. Hicimos una pequeña ronda de cuentos de autor y de tradición oral e Italo la cerró con uno narrado a título, la historia de un navegante que consiguió de Neptuno una botella de vino que nunca se le acababa. Cualquier conexión con los sucesos del día corre por cuenta del lector.
Media docena de cuentos después y antes de la medianoche, para evitar transformaciones embarazosas, me despedí de mis amigos. El problema fue en el muelle, con el mareo de tierra (sí, no sólo existe el de agua y el etílico). Los cuentos me llegaron muy zarandeados a casa. Los tuve que acostar.
Que los cuentos aparecen en cualquier parte es cosa sabida por todos los que nos entregamos con alegría y sin remordimientos al bendito vicio de narrar historias. Pero la manía, a veces, llega a lugares insospechados.
El domingo de Reyes a la tarde, dos amigos cuenteros míos, Vivi García e Italo Martinena, me invitaron, junto con otras personas, a navegar en el velero de Italo, el Taita, por el Río de la Plata. Ahí fui yo, entonces, al Yacht Club Puerto Madero de Buenos Aires, sintiéndome VIP y singular, a pesar del calor sádico del verano.
Nos encontramos a las cuatro y zarpamos a las cinco de la tarde. El río estuvo amable y propicio; la compañía, entretenida y agradable. Y así, entre drizas, cabos, singladuras, tambuchos y misterios similares de la terminología náutica, regresamos después de las diez de la noche a Puerto Madero. Aclaro que el grumete Villano no sabe ni hacerse el nudo de las zapatillas y que navega, como máximo, dentro de la bañadera, pero esa es otra historia. La tripulación tenía hambre después de la travesía, a pesar del mate con facturas y bizcochitos de la tarde, así que, amarrados en el Yacht Club, improvisamos una cena a bordo, coronada con un brindis con champán del bueno (juro que no sé cómo apareció esa botella). Después, sobre la cubierta del Taita, en la semipenumbra iluminada tenuemente por las luces de la embarcación y, a veces, por los relámpagos, ¿qué pudieron hacer tres narradores orales? No fue necesario que el resto de los amigos de Italo y de Vivi nos insistieran mucho. Hicimos una pequeña ronda de cuentos de autor y de tradición oral e Italo la cerró con uno narrado a título, la historia de un navegante que consiguió de Neptuno una botella de vino que nunca se le acababa. Cualquier conexión con los sucesos del día corre por cuenta del lector.
Media docena de cuentos después y antes de la medianoche, para evitar transformaciones embarazosas, me despedí de mis amigos. El problema fue en el muelle, con el mareo de tierra (sí, no sólo existe el de agua y el etílico). Los cuentos me llegaron muy zarandeados a casa. Los tuve que acostar.
Si mi trabajo te resultó útil y de valor, comprá alguno de mis libros para regalar o para regalarte. Tu contribución y apoyo ayudarán a mantener los servicios de calidad de este blog. Consultá “Mis libros”. Gracias. G.V.
No hay comentarios:
Publicar un comentario