lunes, 28 de enero de 2008

Dicen los que saben 9C

Si partimos de la hipótesis de que las obras literarias son reflexiones psicológicas que hacen los autores de sus propias experiencias infantiles, y si admitimos que todos los seres humanos creamos determinadas narraciones de vivencias que tenemos la necesidad de registrar y compartir con el prójimo, vale la pena entonces ofrecer estos fragmentos sobre la función de los cuentos de hadas:

“¿Por qué los cuentos de hadas son tan cautivantes? (…) La explicación más obvia es que son una fuente de aventuras sin parangón. Pero los cuentos de hadas son más que andanzas llenas de suspenso que excitan la imaginación, son algo más que un simple entretenimiento. Más allá de las escenas de persecución y rescates de último minuto, contienen dramas serios que reflejan los sucesos que se producen en el mundo interior del niño. Aunque la atracción inicial de un cuento de hadas tal vez radique en su capacidad de encantar y entretener, su valor perdurable se encuentra en su poder para ayudar a los niños a enfrentar conflictos internos durante su crecimiento y desarrollo. (…). Mucho de lo que sucede en un cuento de hadas, en tal sentido, refleja los combates que el niño libra contra las fuerzas del ego que obstaculizan su capacidad de establecer y conservar relaciones significativas. (…) La misión psicológica de un cuento de hadas sería resolver las luchas entre las fuerzas positivas y negativas internas. (…) Es por eso que los cuentos de hadas son tan cautivantes. No sólo entretienen, sino que aluden a sentimientos poderosos que, de otro modo, permanecerían ocultos. Aunque los personajes de estos dramas en miniatura (…) no son “reales”, la intensidad de sus intercambios crea una realidad emocional tan poderosa como cualquier otra en la vida del niño.”

Los cuentos de hadas, según la teoría precedente, al hablar de preocupaciones básicas humanas, serían herramientas para ayudar a los niños (y a los adultos también) a resolver sus conflictos emocionales en las distintas etapas de desarrollo psicológico por las que atraviesan, al proyectar sus propias luchas internas entre el bien y el mal en las batallas representadas por los personajes de los cuentos. Los relatos tradicionales, entonces, ofrecerían la oportunidad pragmática de familiarizarse con las partes feas, recriminables y más oscuras de uno mismo con las que vamos a tener que lidiar por el resto de nuestras vidas.

Antes de que se inventaran los psicólogos y el diván, ya existían los cuentos de hadas, con sus motivos fuera de lo ordinario, supersticiones antiguas, temores arquetípicos, creencias tradicionales, símbolos, deseos perdurables y crítica social. Gracias por existir, entonces.


Fragmentos comentados del estudio psicológico The Witch Must Die: How Fairy Tales Shape Our Lives (La bruja debe morir: cómo los cuentos de hadas moldean nuestras vidas), del psicólogo Sheldon Cashdan, traducidos por Gabriela Villano.


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Crónicas contables 14


Hoy: Cuentos y trucos importados.

El domingo 27 de enero a la noche, me apersoné alegremente en un sitio muy agradable, El Morocho del Arrabal / Atelier del Tango (Pasaje Carlos Gardel 3157, a metros apenas del Shopping Abasto de Buenos Aires), con mi credencial de cronista de la Agencia de Noticias Narranews y con Betty Ferkel, fotógrafa acreditada ante esa agencia.

Nuestro objetivo: asistir a “Vivir el cuento”, de Diego Calavia. Este español nacido en La Rioja es dueño de un estilo muy particular, que integra el mundo de la magia y el de la narración oral, acompañado por una buena dosis de humor, ritmo, imaginación y figuras con globos.

Diego Calavia, que el viernes anterior había dado otro espectáculo de magia y globoflexia llamado “Me lo enseñó mi abuelo” en la Biblioteca La Nube, en el barrio porteño de Chacarita, trabajó para diversos ayuntamientos en España y se presentó en los festivales de Guadalajara, Tenerife y Gran Canaria, entre otros. También fue con Payasos Sin Fronteras a las campañas del Sahara y Bosnia, y se presentó en varios avisos publicitarios y ferias. Así que gracias, Claudio Ledesma, por haberte contactado con Diego para este espectáculo.

Nuestro amigo inició la función con un acto “eficaz” de predicción y sugestión hipnótica con Patricia, una voluntaria del público. Luego, con una base argumental entre el monólogo y el cuento, nos relató su encuentro con Fransuá, un timador “con acento francés de Chacarita”, quien lo tomó de aprendiz y le enseñó sus historias para engañar a la gente, que Diego ilustró con trucos de magia. También hizo nudismo, definido por él como “la ciencia que estudia el arte de hacer nudos”, para alivio de una parte del público y desilusión de otra. Luego, con la ayuda de Mónica, otra asistente del público, nos relató El romance de don Mendo, de don Pedro Muñoz Ceca, las andanzas de un caballero en una partida de siete y medio. La numeración de los naipes que Diego sacaba al azar de un mazo en escena estuvieron siempre de acuerdo con la de los que aparecían en la trama del cuento. Sin palabras. Luego nos enseñó lo que hace un mago cuando debe pagar una multa por mal estacionamiento y, para terminar, hizo subir a escena a tres asistentes, una princesa borbona, el villano Rasputín y una encarnación del cantante Sandro con su hit “Rosa, Rosa”, para contar un cuento sobre el anillo de una princesa, una flecha y una manzana mágicas, y una historia de amor con boda al final. Merece destacarse el buen ojo de Diego para elegir voluntarios, su manejo del público (todos terminamos haciendo lo que él quería) y sus buenos modos para tratar a sus ayudantes en escena.

Para cerrar esta crónica, les cuento que, después de haber pasado una velada entretenida con risas, naipes, trucos, globos y sorpresas, me fui con mi fotógrafa del Pasaje Carlos Gardel hacia la calle Corrientes. A pasitos de la estatua del Zorzal, mientras comentábamos las artes de prestidigitación de Diego (los trucos con las barajas todavía me maravillaban), de casualidad (o no) me encontré con una carta perdida en el suelo: una sota de trébol. Y no es cuento.


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sábado, 26 de enero de 2008

Dicen los que saben 9B

Sobre el lenguaje simbólico en los cuentos populares:

“Los cuentos populares son alimentos para el alma del niño, estimulan su fantasía y cumplen una función terapéutica; primero, porque reflejan sus experiencias, pensamientos y sentimientos; y, segundo, porque le ayudan a superar sus ataduras emocionales por medio de un lenguaje simbólico, haciendo hincapié en todas las etapas –períodos o fases– por las que atraviesa a lo largo de su infancia.

“Cuando el niño lee o escucha un cuento popular, pone en juego el poder de su fantasía y, en el mejor de los casos, logra reconocerse a sí mismo en el personaje central, en sus peripecias y en la solución de sus dificultades, en virtud de que el tema de los cuentos le permiten trabajar con los conflictos de su fuero interno. El psicoanalista Bruno Bettelheim ha manifestado que en el campo de la literatura infantil no existe otra cosa más enriquecedora que los viejos cuentos populares, no sólo por su forma literaria y su belleza estética, sino también porque son comprensibles para el niño, cosa que ninguna otra forma de arte es capaz de conseguir. Bettelheim, en su Psicoanálisis de los cuentos de hadas, afirma que: “A través de los siglos (si no milenios), al ser repetidos una y otra vez, los cuentos se han ido refinando y han llegado a transmitir, al mismo tiempo, sentidos evidentes y ocultos; han llegado a dirigirse simultáneamente a todos los niveles de la personalidad humana y a expresarse de un modo que alcanza la mente no educada del niño, así como la del adulto sofisticado. Aplicando el modelo psicoanalítico de personalidad humana, los cuentos aportan importantes mensajes al consciente, preconsciente e inconsciente, sea cual sea el nivel de funcionamiento de cada uno en aquel instante.” (…)

“Conforme a lo señalado por Bettelheim, no cabe duda de que casi todos los cuentos que provienen de la tradición oral abordan el mismo tema: la sublimación de los conflictos emocionales y los problemas existenciales que aquejan a los niños.” (…)

“Si bien existen libros pedagógicos que ayudan a desarrollar las funciones cognoscitivas del niño, existen también libros que ayudan a superar los traumas psicológicos por medio de la ficción y el lenguaje simbólico, que representa cosas que no están al alcance del entendimiento humano. Ya Carl G. Jung, en El hombre y sus símbolos, dice: “usamos constantemente términos simbólicos para representar conceptos que no podemos definir o comprender del todo. Esta es una de las razones por las cuales todas las religiones emplean lenguaje simbólico o imágenes. Pero esta utilización consciente de los símbolos es sólo un aspecto de un hecho psicológico de gran importancia: el hombre también produce símbolos inconscientes y espontáneamente en forma de sueños”. (…)

“Cabe añadir que en los cuentos populares, como en gran parte de los cuentos de la literatura infantil moderna, existe una dicotomía maniquea entre los personajes, cuyos atributos representan la bondad o la maldad, dependiendo del rol que se les asigna en la trama del cuento.”

Fragmentos de "El lenguaje simbólico en los cuentos populares", de Víctor Montoya, escritor, periodista cultural y pedagogo. Fuente: Ciudad Seva (www.ciudadseva.com).


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Crónicas contables 13

Hoy: De relatos verdaderos e inventados que pasan por ciertos.

En la crónica anterior, les conté que pasé una semana de vacaciones en Mar de Ajó, un balneario en la costa atlántica a unos 360 kilómetros de Buenos Aires. Pero no todo fue playa y contar cuentos. También descubrí una historia interesante que nos da un ejemplo de cómo, a partir de un hecho verídico, se arma un relato que, al pasar de boca en boca y de generación en generación, se va deformando, adornando y mutando, hasta perder gran parte de su asidero en la realidad y termina generando una leyenda no diré urbana, pero sí “balnearia”. Este caso puede servir para ilustrar la “deformación” implícita en las historias de tradición oral y cómo, a partir de la Historia, se funda el germen de un cuento de aparecidos.

Pablo Wright, doctor en Antropología e investigador del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina), afirma que, “según la Antropología, los seres humanos poseemos la capacidad innata de construir una representación de la realidad con la que operamos diariamente.” Para eso no es necesario ser contador de historias profesional ni escritor de ficción. En este ejemplo, podremos apreciar las diversas creaciones sociales e históricas que se construyeron con las arenas de una playa.

En septiembre de 1880, encalló en las playas de Mar de Ajó (que en ese entonces se llamaba la Ría de Ajó) un buque de bandera alemana, “La Margarita” o el “Margaretha”, tal vez la nave más antigua que varó en la zona. En la foto que acompaña esta crónica pueden ver sus restos que todavía emergen, cuando la marea baja mucho, en Avenida San Martín y el mar. Fue un naufragio famoso que inspiró un mural de 50 metros cuadrados tallado en sobrerrelieve que testimonia el hecho, ubicado en Avenida Costanera y Avenida San Martín.

Según el resultado de una investigación hecha por un tribunal naval alemán, el siniestro se debió a un error de navegación y a la negligencia del capitán Johann Ramien y su contramaestre. Ambos fueron sancionados y nunca pudieron volver a hacerse a la mar, por haber perdido el buque y por el riesgo diplomático que habían creado. “La Margarita” transportaba material bélico hacia Chile, que estaba en guerra con Bolivia, según una investigación seguida por los diarios porteños junto con la Capitanía de Puertos de Buenos Aires y un intercambio de novedades con Pedro Luro, próspero empresario que controlaba los saladeros del puerto de Lavalle y de Mar del Plata en esa época.

Según las fuentes que consulté, que hacen referencia al trabajo de una investigadora local, Adriana Pisani, en su libro Fantasía del naufragio, seis años después del siniestro, las playas del actual balneario de Mar de Ajó se bautizaron como “Playas La Margarita”, por la fuerza y persistencia de la divulgación oral del hecho. Este naufragio conmocionó a los pobladores de la zona. Imagínense, una mañana se despertaron y se encontraron con la novedad de un barco encallado en la playa sin nadie a bordo ni en los alrededores. En realidad, una corbeta española había rescatado a la tripulación en alta mar y la transportó hasta Alemania.

Había mucha tela para cortar y se podían tejer las más variadas fantasías que, con el tiempo, se fueron transformando en verdades que ocultaron la realidad. No hay documentación que certifique que la nave llevaba pasajeros. Sin embargo, al correr la historia de boca en boca y de generación en generación, se comenzó a decir que la tripulación había asesinado o dejado morir a los pasajeros durante el siniestro y que, incluso, viajaba a bordo una compañía de teatro. Cuentos (o construcciones de la realidad) para todos los gustos. Se corrió la voz también de que el accidente había sido intencional, ¿tal vez para encubrir un crimen? Agatha Christie, Raymond Chandler y G. K. Chesterton se hubieran hecho una fiesta. ¡Las novelas policiales que se hubieran podido escribir sin mayores esfuerzos! El buque llevaba barriles de pólvora que, con el tiempo, se transformaron en toneles de vino francés pertenecientes a la compañía de teatro, que quedaron sepultados o que alguien sepultó en la playa, en los médanos. Muchos años después, cuando se lotearon los terrenos de Mar de Ajó y en ese lugar se quiso instalar una bomba para extraer agua dulce, dicen que, al perforar, en lugar de agua, ¡brotó vino! Creer o reventar. Y uno siempre cree, porque se lo contaron.

Para seguir construyendo otra realidad, conseguí un ejemplar editado en 2008 de Corredor Atlántico, guía turística y comercial de la Costa Atlántica Argentina que, en su página 77, cuando describe el Mural La Margarita, indica que “representa la leyenda del naufragio del Rosseswells, buque que nunca existió”. “¡Qué buen cuento que hay acá!”, suspiré. Intrigada, pregunté a varios habitantes de Mar de Ajó y suponen que lo que quiere decir esto es que el artista se imaginó cómo sería el buque, porque no tenía ninguna foto ni plano. Por eso la nave y los hechos representados en el mural (mujeres que, desde la costa, claman y extienden los brazos dramáticamente hacia el barco náufrago –seguimos construyendo más realidades) sólo existieron en la imaginación del artista. Mucha gente está dispuesta a aceptar una obra de arte como una representación fiel de la realidad. Y no todos los lectores de la guía turística son tan curiosos como yo y se quedan con el dato de que ese barco nunca existió. Más posibilidades para una buena historia.

Los relatos de naufragios dan para todo, hasta leyendas. Dicen los habitantes del lugar que un día de noviembre (los que consulté no se pudieron poner de acuerdo sobre la fecha), a la medianoche, por supuesto, se pueden oír por la zona los gemidos de las almas en pena de los ahogados en ese naufragio que todavía no han podido volver a su tierra natal. Nadie me pudo explicar por qué esto pasa en noviembre, si el buque encalló en septiembre, hace 128 años. Pero, bueno, las leyendas son así.


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Dicen los que saben 9A

Sobre los cuentos:

Miguel de Cervantes en el Coloquio de los perros dice: ".. los cuentos, unos encierran y tienen la gracia en ellos mismos; otros en el modo de contarlos. Quiero decir, que algunos hay, que aunque se cuenten sin preámbulos y ornamentos de palabras, dan contento; otros hay, que es menester vestirlos de palabras, y con demostraciones del rostro y de las manos, y con mudar la voz, se hacen algo de monada, y de flojos y desmayados se vuelven agudos y gustosos".


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Cine cuentero 10: Piel de asno (1970)

Peau d'Âne (Piel de asno) es un musical francés de 1970 lleno de humor, romance y anacronismos graciosos, escrito y dirigido por Jacques Demy y basado en el famoso cuento de hadas tradicional homónimo recopilado por Charles Perrault a partir de la versión folklórica oral de su época.

Según el director, adaptó el cuento “partiendo desde lo que pasó por mis ojos de niño cuando tenía siete u ocho años”. La banda de sonido es de Michel Legrand y toda la película le hace un guiño a La Bella y la Bestia de Jean Cocteau. Algunas locaciones son castillos franceses verdaderos y el diseño de producción es sorprendente: la reina tiene un pavo real de verdad en el respaldo de la cama; la princesa, una enorme pajarera muy elaborada al lado de la suya; el rey, un enorme gato blanco de felpa por trono; de las paredes de las habitaciones del castillo de la protagonista se descuelgan plantas. El cine mágico ha regresado con efectos especiales y recursos sencillos, pero creativos: Una rosa habla. Los servidores y caballos están pintados de rojo o de azul, según el reino al que pertenezcan; hay una bruja despeinada que escupe sapos al hablar; el príncipe azul no es de ese color, sino rojo; y los vestidos de las reinas y princesas son fastuosos. En suma, una gema para disfrutar y pasar un buen rato, con Jean Marais como el rey y una hermosísima Catherine Deneuve como la heroína.

Piel de asno es una historia siniestra: un rey quiere casarse con su hija núbil. Por más que, en la película, una mujer adulta encarne a la princesa, Perrault, en su cuento, muchas veces la describe como “la infanta” (de infante, niño). Algunos han rastreado el origen de este relato hasta unas leyendas pre-romanas de la Europa Central. No soy Robert Graves ni James Frazer y no intento aquí diseccionar cuentos tradicionales y encontrar sus raíces en algunos mitos griegos, pero la imagen de la doncella que huye del padre incestuoso envuelta en una piel de asno contiene bastantes resonancias mítico-religiosas. Simplemente lo menciono al pasar.

Los cuentos de hadas no son para nada inocentes. Caperucita Roja contiene una forma sutil de represión sexual femenina. Barba Azul recomienda no conocer demasiado bien a la propia pareja, ni querer saberlo todo de él, sobre todo si no te deja mirar en algún lado. Piel de asno no se queda atrás. La famosa piel se usa aquí como armadura defensiva, para mostrar y, sobre todo, ocultar. Tiene un carácter simbólico de transformación del cuerpo en la pubertad (cuando la princesa llega a la “edad de merecer” empiezan los problemas con el padre). La jovencita se esconde dentro de la piel de asno buscando protección ante el asedio incestuosamente sexual de su padre biológico. Como si la época de cambio de niña a mujer no fuera lo suficientemente traumática y turbadora…

El cuento y la película seguramente harán las delicias de los psicoanalistas. Acá no es la nena chiquita la que se quiere casar con el padre cuando sea grande, sino al revés. Este deseo infantil es, incluso, un argumento perverso que utiliza un supuesto sabio para darle el empujoncito final que necesita el rey para decidirse. Un tema importante es la autoridad y el poder del padre, que todo lo puede y al que todo le está permitido. Para enredar más las cosas, los ministros de la corte impulsan al rey a un nuevo matrimonio cuando enviuda. Si hay un heredero varón, ellos no van a verse despojados de sus bienes, si el trono cae en manos de reyes vecinos cuando se case la princesa, único fruto de ese matrimonio. Por eso no se horrorizan cuando el rey escoge como novia a su propia hija. Lo principal para ellos (el posible heredero gracias a una reproductora fértil que asegurará la salvación de sus bienes) está asegurado. Y, al fin de cuentas, estamos hablando de una niña. Mujeres y niños siempre han sido moneda de cambio de poco valor desde que el mundo es mundo.

El hada madrina de la princesa huérfana de madre acude al rescate con sus trajes sensuales y sus tacos altos, pero su ayuda resulta inútil, ya que es derrotada por los servidores del rey. Esta hada moderna, “canchera” y encantadora tiene sus propias ideas respecto del comportamiento y del destino amoroso del rey. Hay un giro de la trama al estilo Cenicienta (la noble debe hacer labores de sierva) y aparece un anillo en lugar de un zapato para elegir esposa. Al final, el padre de la princesa asiste a la boda de su hija con otro hombre como si nada hubiera pasado entre ellos; aquí el director quiso introducir un nuevo elemento en la trama (algo pasó y pasa de nuevo entre el hada madrina y el rey). Por supuesto, nadie reprocha el comportamiento inadecuado de un varón, para variar.

Como dijo el psicoanalista Bruno Bettelheim, los cuentos de hadas tradicionales serían el repertorio privilegiado de los conflictos humanos, y resultarían necesarios para verse por dentro y conocerse. Para Bettelheim, “El cuento es terapéutico porque el paciente encuentra sus propias soluciones mediante la contemplación de lo que la historia parece aludir sobre él mismo y sobre sus conflictos internos en ese momento de su vida”. ¿Alguien piensa que los cuentos de hadas son niñerías insignificantes?

Perrault puso por escrito muchos cuentos populares modificados por la tradición oral, les dio una forma literaria cuidada y los transformó. De una narración entretenida con alcances educativos, moralizantes y éticos, pasaron a ser obras dignas de releerse por su belleza. Después vino Demy y transformó este cuento en una película bella, digna de verse y valiosa en sí misma.

En ella, a pesar del material de partida bastante oscuro, Demy nos satura gratamente con color, lirismo, vuelo poético, musicalidad y fantasía. Los más mínimos detalles de la escenografía y del guardarropas están puestos al servicio del máximo impacto visual, lo cual nos ofrece una interpretación sensorialmente extravagante y bastante literal de este famoso cuento de hadas.

Dice Perrault en su comentario de Piel de asno: “Y lo que más me atrae / es que divierte con sutil dulzura / sin que madre, marido o señor cura / le encuentren nada digno de censura.” La historia en el libro y en la película termina de la siguiente manera: “El cuento de Piel de Asno parece exagerado; / pero mientras existan en el mundo criaturas / y haya madres y abuelas que narren aventuras, / estará su recuerdo conservado.” Así sea.


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Dicen los que saben 9

Sobre la oralidad:

“La oralidad, tan antigua como el mundo, ha estado siempre presente en la vida del hombre. De ella se sirvió el hombre primitivo para hacer más llevaderas las noches oscuras. Se sirvieron nuestros antepasados para contarse sus historias ciertas o inventadas. Se han servido los políticos para esconderse en sus mentiras. Los historiadores, para guardar celosamente hechos importantes. Los maestros, para enarbolar sus verdades. La oralidad ha estado siempre ahí, va con nuestra propia vida. Se hace cotidiana y casi imperceptible, forma parte de nuestra historia, aunque a veces no nos demos cuenta de su presencia y de sus grandes transformaciones.

“Primero tuvo un carácter meramente oral. Se practicaba día a día, noche a noche, cotidianamente, y era la única forma que el hombre encontró para comunicarse. Luego el hombre se fue transformando y encontró la manera de comunicarse a través de la grafía. Entonces aparecieron las historias dibujadas en las paredes húmedas de las cavernas. Más tarde esos dibujos se convirtieron en signos, éstos en letras, se inventaron las palabras y surgió la escritura como una forma avanzada de oralidad.

“De la oralidad escrita pasamos a la oralidad audiovisual, a la oralidad artística, y en este proceso de transformación tan interesante y valedero, recurrentemente volvemos a la oralidad más pura, que es la de la palabra viva, la de las historias ciertas o falsas contadas a un auditorio ávido de escuchar vivencias que rescaten la esencia del hombre.

“En este mundo actual, en el que cada día se dan pasos agigantados hacia el desarrollo científico y la tecnología, y en el que ya no nos queda tiempo para recrear nuestra propia historia, ni para disfrutar de nuestra cotidianidad, está abriéndose paso la oralidad, para recordarle al hombre que la pureza existe, que no hay nada más hermoso que poder relatar lo que aconteció, y que ha llegado el momento de voltear la mirada hacia lo que verdaderamente somos…”

Fragmentos de “La presencia de la oralidad en la construcción de actitudes creativas”. Lic. Luisa María Guerra Fernández. Colombia. Universidad Santiago de Cali.


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Cine cuentero 9: La verdadera historia de Caperucita Roja (2006)

Cuando algunos ven una película de animación (en mi época se decía de dibujos animados), automáticamente la encasillan en el rubro “para niños”. Pasa lo mismo cuando se topan con alguien que cuenta cuentos. Parece ser que, para algunos, “cuento” y “dibujo” son sinónimos de “niño” e “infancia”. Siempre.

Para los que se resisten a este encasillamiento, aquí tenemos una película de animación de bajo presupuesto y alta calidad que no es sólo para niños. La verdadera historia de Caperucita Roja (Hoodwinked!), escrita y dirigida por Cory Edwards, Todd Edwards y Tony Leech, se estrenó en Argentina a principios de 2007. Glenn Close, Anne Hathaway, Chazz Palminteri y James Belushi, entre otros, les prestan sus voces a algunos personajes.

La película comienza en la mitad de la trama, en medio de una pelea en la casa de la abuela, en la que participan Caperucita Roja (Red), el Lobo (Wolf W. Wolf), la abuela de Caperucita y el Leñador. Llega la policía (un oso, una cigüeña, los tres chanchitos y un ciervo) y se llevan a todos los sospechosos a la comisaría del bosque, a tomarles declaración ante el investigador del caso, una rana (Nicky Flippers) que tiene un fox terrier dactilógrafo bastante parecido al Asta del detective Nick Charles. Cada personaje narra su propia versión de los hechos desde su propio punto de vista. Aquí la película le hace un guiño a Los sospechosos de siempre (ver Cine Cuentero 5) y, por qué no, a la novela Rosaura a las diez, de Marco Denevi, quien dijo una vez que la realidad es como una masa de hojaldre, formada por varias capas. Tenemos, entonces, cuatro puntos de vista distintos respecto del mismo hecho que, todos juntos, ayudan al espectador a ver mejor la realidad. Hay diferencias en las narraciones de los cuatro personajes (ubicación de los distintos objetos, iluminación, diálogo), pero esto representa las discrepancias que se producen en las declaraciones y recuerdos subjetivos de los testigos oculares de un hecho, tal como sucede en la vida real ¿Qué tal para una película “solo para niños”?

Cuatro personajes le cuentan a un detective su versión de la historia basada en el cuento tradicional de Caperucita Roja. De vez en cuando, aparece en la película un libro, en cuyas páginas se ve la versión de Charles Perrault. Las cuatro historias convergen en un mismo punto, según lo narrado por los personajes: el momento anterior al encuentro en la casa de la abuela, lo cual evoca a la película Rashomon de Akira Kurosawa (1950). Las distintas tramas se entrelazan, pero todo (hasta los gags) tiene sentido al final. Y hay un poco de sátira, referencias culturales y tomadura de pelo a los cuentos de hadas tradicionales, al estilo Shrek. También hay algunas escenas que son homenajes a películas como Fletch, Kill Bill y Matrix, todo envuelto en la investigación de un delito (hay un ladrón que roba recetas de cocina en el bosque, lo cual ha provocado el cierre de varios establecimientos gastronómicos de la zona).

La Caperucita de esta película sabe artes marciales y, al suponer que el Lobo la ataca en el bosque (la realidad es otra, tal como la cuenta el Lobo), lo espanta utilizando un aerosol de pimienta marca “Wolf Away” (“Alejalobos”). El Lobo (Wolf) es un ex policía mordaz, ahora periodista de investigación. Tiene como asistente y fotógrafo a una ardilla hiperactiva y de comportamiento compulsivo llamada Twitchy, que habla rapidísimo y que no puede probar la cafeína (ya se enterarán después por qué), que nos recuerda a Scrat, la ardilla con dientes de sable de La era de hielo. Wolf y Twitchy están investigando en secreto los robos de recetas en el bosque, hasta que se topan (literalmente) con la abuela de Caperucita, a quien le gustan los deportes extremos y tiene un tatuaje en la nuca que hace referencia a la película xXx de Vin Diesel, el sucesor de Arnold Schwarzenegger. En un momento, cuando la abuela está colgada del techo y se le cae una gota de sudor, la escena parodia Misión Imposible (1995) y El hombre araña (2002). Pobre Tom Cruise.

La calidad del argumento de la película hace olvidar el presupuesto y los recursos humanos modestos al alcance del equipo de producción. Aquí hay un grupo de gente inteligente e imaginativa que sí sabe contar una buena historia a partir de un material tradicional y que se da maña al no tener demasiados fondos disponibles (con plata cualquiera es creativo). Una joyita sólida.

Al final de la película (hay una secuela en carpeta), el saltarín señor Flippers, la rana detective, convoca a Caperucita, la abuela, Twitchy y al Lobo, y les cuenta que es miembro de la Agencia “Y vivieron felices y comieron perdices”. Como les ve talento, les ofrece trabajo como agentes secretos en misiones imposibles, porque hay muchos cuentos del bosque que necesitan un final feliz, y él es parte de una organización secreta que garantiza que esto suceda. Y al fin de cuentas, y de cuentos, ¿a quién no le gusta un final feliz?


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Crónicas contables 12

Hoy: Cuentos salados.

Como los Villanos también nos merecemos un descanso, en enero me fui una semana a Mar de Ajó, un balneario en la costa atlántica a unos 360 kilómetros de Buenos Aires. Pero los cuentos me siguen a todas partes.

Una narradora oral de esa ciudad, Mirta Rogina, con la gentileza y generosidad que la caracterizan, me invitó a narrar en su espacio, en el Centro Cultural Municipal “Profesor Marcelino Villar”, en la zona céntrica de Mar de Ajó. Allí se ofrecen actividades interesantes y variadas, tanto para los turistas como para los residentes de Mar de Ajó. Como una no puede desprenderse del vicio de contar, por más que (no) lo intente, y a mí me encanta mezclar trabajo con placer, le dije que sí a mi anfitriona. Durante tres días, del 16 al 18 de enero, después de la playa, compartí cuentos y vivencias con Mirta; turistas grandes y chicos; José Ricardt, narrador oral aficionado de Buenos Aires y amigo de Mirta que, un día, pasó y contó; y Patricia, una de las alumnas de Mirta que, otro día, también pasó con sus dos hijos y, como no podía ser de otra manera, también contó.

Fue una linda experiencia en un espacio agradable que, esperamos, tenga continuidad. La narración oral es una opción provechosa y, por qué no, económica para muchas familias después de la playa o en las tardes feas. Con Mirta también pervertimos gente: una madre que trajo a su nena terminó averiguando dónde se aprende esto de narrar oralmente. Se ve que no tenía anticuerpos y al ser expuesta al virus de la narración oral…

Gracias a Mirta por las atenciones que ella y su marido Miguel me dispensaron durante mi estadía y por la oportunidad de contar con ella y con los chicos. Gracias también a los administrativos y artistas del centro cultural que conocí en esos tres días, por todo lo que ofrecen a la comunidad y a los turistas. Sólo me resta esperar que mis cuentos regresen a casa, porque los muy descarados se han quedado holgazaneando en las playas de Mar de Ajó. Dicen que cuando termine la temporada, vuelven.


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jueves, 10 de enero de 2008

Cine cuentero recomendado por los visitantes del blog 2008

Respecto de la relación cine-narración oral, cito esta frase de Jean-Claude Carriere (1931), guionista, dramaturgo y escritor que, entre otras actividades, trabajó para Luis Buñuel y varios directores de cine:

“El relato de una historia, ese acto público que ayuda, sin duda, a mantener la coherencia de las naciones, está hoy muy presente en las películas de todo tipo que nos muestra sin cesar la televisión. Nunca en el pasado hemos tenido tantos dramas, tantas comedias, tantos folletines, tantas sagas históricas al alcance de nuestros ojos. En cantidad, la historia rivaliza con la omnipresente imagen, a la que, desde hace cien años, se ha unido. Sólo en cantidad. En cuanto al resto, nada se puede decir.

“Más difundido que nunca, tal vez más debilitado y vulgarizado (pero no siempre), el relato subsiste en los medios de comunicación modernos.”


Vamos a lo nuestro. Esta es una sección para recomendar películas que hacen referencia a los narradores orales o al arte de narrar. Por favor, incluyan una breve justificación que avale la inclusión de la cinta en esta categoría (Garganta profunda no va, no insistan). Vale aclarar que los comentarios de los visitantes no han sido corregidos ni editados, para garantizar la autenticidad.

Liliana Lahis sugiere: “Una película que no pueden dejar de ver es Cigarros (Smoke). Encierra dos historias, la del esquiador y el cuento de Navidad, que hacen que el film, de por sí bueno, sea espectacular. No se la pierdan.”

Félix Festa recomienda: “Aunque no me dedico a contar cuentos, me gusta mucho el cine y me divierten las reseñas que hacen. Por eso les mando un aporte que vi hace poco. Es una película de terror de antología bastante nuevita, Atrapados entre las cenizas (Trapped Ashes), que están dando en cable, en el canal de Movie City. Siete desconocidos están haciendo un tour por un estudio de Hollywood y quedan atrapados en la Casa del Horror. La única manera que tienen de salir vivos de ahí es contar la historia más espantosa que les haya pasado. Los contadores de cuentos cautivos narran cuatro historias, un poco al estilo de Cuentos de la cripta, además de la trama principal de la peli, la gran caja que alberga estas cuatro cajitas, dirigidas cada una por un capo del cine de terror. Son historias llenas de sangre y humor, eróticas, perversas, surrealistas, macabras, terribles (se me acabaron los calificativos), que le sacan a uno las ganas de comer y de co… tener sexo con mujeres, les juro. Pero por un rato, nada más. Tengan en cuenta que es una peli que fue directamente al cable, ni pasó por el cine. Un abrazo.”

Dice María de Salino: “Vi hace poco en un ciclo del MALBA Horas de angustia, una película bastante vieja. H. Bogart hace de un abogado que cuenta la historia del acusado durante el juicio.”

Gimena Blixen propone apresuradamente El lápiz del carpintero.

Esperamos tus sugerencias que, seguramente, le servirán a más de uno para ir al cine o para alquilar una buena película un día de frío y lluvia.

Crónicas contables 11

De un Villano a la deriva.

Hoy: Cuentos mareados.

Que los cuentos aparecen en cualquier parte es cosa sabida por todos los que nos entregamos con alegría y sin remordimientos al bendito vicio de narrar historias. Pero la manía, a veces, llega a lugares insospechados.

El domingo de Reyes a la tarde, dos amigos cuenteros míos, Vivi García e Italo Martinena, me invitaron, junto con otras personas, a navegar en el velero de Italo, el Taita, por el Río de la Plata. Ahí fui yo, entonces, al Yacht Club Puerto Madero de Buenos Aires, sintiéndome VIP y singular, a pesar del calor sádico del verano.

Nos encontramos a las cuatro y zarpamos a las cinco de la tarde. El río estuvo amable y propicio; la compañía, entretenida y agradable. Y así, entre drizas, cabos, singladuras, tambuchos y misterios similares de la terminología náutica, regresamos después de las diez de la noche a Puerto Madero. Aclaro que el grumete Villano no sabe ni hacerse el nudo de las zapatillas y que navega, como máximo, dentro de la bañadera, pero esa es otra historia. La tripulación tenía hambre después de la travesía, a pesar del mate con facturas y bizcochitos de la tarde, así que, amarrados en el Yacht Club, improvisamos una cena a bordo, coronada con un brindis con champán del bueno (juro que no sé cómo apareció esa botella). Después, sobre la cubierta del Taita, en la semipenumbra iluminada tenuemente por las luces de la embarcación y, a veces, por los relámpagos, ¿qué pudieron hacer tres narradores orales? No fue necesario que el resto de los amigos de Italo y de Vivi nos insistieran mucho. Hicimos una pequeña ronda de cuentos de autor y de tradición oral e Italo la cerró con uno narrado a título, la historia de un navegante que consiguió de Neptuno una botella de vino que nunca se le acababa. Cualquier conexión con los sucesos del día corre por cuenta del lector.

Media docena de cuentos después y antes de la medianoche, para evitar transformaciones embarazosas, me despedí de mis amigos. El problema fue en el muelle, con el mareo de tierra (sí, no sólo existe el de agua y el etílico). Los cuentos me llegaron muy zarandeados a casa. Los tuve que acostar.

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jueves, 3 de enero de 2008

Regalo de Reyes

EL BAUTISMO DEL CONTADOR DE CUENTOS
(segunda parte de “El infierno del contador de cuentos”)

Este es mi regalo de Reyes para todos aquellos que, alguna vez, le contaron un cuento a alguien. G.V.


–¡Cómo que no estás bautizado como contador de cuentos! ¡Entonces, yo no salgo con vos!

Melina le colgó de golpe. El pichón de contador de cuentos, del otro lado de la línea, se quedó con el tubo del teléfono en el aire largo rato. Tardó mucho tiempo en asimilar el golpe. Todo andaba tan bien. Ya estaba por cuajar la tan ansiada y temible primera cita. El pichón ni siquiera había tenido que recurrir a la magia del sombrero del aprendiz de mago para hacer que Melina se fijara en él. Y ahora esto. ¿Por qué se le habría ocurrido abrir la boca justo en ese momento? La incontinencia oral, definitivamente, no le daba buenos resultados.

El pichón se alisaba los sesos, mientras trataba de decidir qué hacer con su vida, que se le había hundido total e irremediablemente en el caos más absoluto, atroz y profundo. "¡Ya sé!", se iluminó. "Voy a ir de nuevo al Olimpo de los Contadores de Cuentos. Seguramente ahí me podrán orientar."

Así que preparó su carnet, que le habían dado en el taller de narración oral al que asistía, y organizó el viaje. Después de mucho caminar y mucho escalar, por fin llegó nuevamente a las Puertas Doradas del Olimpo que, esta vez, no se abrieron para dejarlo pasar.

–¡No, a vos no! –aullaron las Puertas Doradas, sacudiendo los paneles y los marcos con filigranas, también doradas.

Tanto socorro pidieron las puertas, tanto escándalo armaron que, por fin, vino en su ayuda Pulgarcito, que se quedó de una pieza, mejor dicho, piecita, en cuanto lo vio al pichón.

–¡¿Qué querés vos ahora?! –le preguntó de malos modos.
"¡Ché, que cuentos alunados!", se dijo el pichón. De todas formas, puso su mejor cara y, lo más amablemente que pudo, le explicó a Pulgarcito el motivo de su visita.
–Quiero ver al Dios del Olimpo de los Contadores de Cuentos.
–Su Gracia no atiende a los mortales sin cita previa, concertada con un mes de antelación, como mínimo –le espetó Pulgarcito con cara de empleado público y dedito admonitorio–. Además, después de que te fuiste la otra vez, lo tuvimos que internar en un spa cuentero. Le hiciste agarrar una malasangre con tus preguntas, pobre viejo...
–¡¿Cómo que pobre viejo?! Por poco me ahoga, me prende fuego y...
–¡Callate, diletante! –chilló Pulgarcito, acomodándose el sombrero, que se le había ladeado con tanta vehemencia oral.
–¡Quién es el que hace tanto escándalo, que no me deja dormir la siesta! –tronó desde el fondo una voz que el pichón conocía demasiado bien.

Todo el Olimpo de los Contadores de Cuentos se sacudió por el estruendo. Definitivamente, las cosas no iban muy bien por ahí, razonó el pichón.

–¡Vení, pasá! –le ordenó Pulgarcito de malos modos –. Ya lo despertaste al pobre viejo de la siesta. Ahora vení conmigo. Diletante. Pss....

El pichón siguió dócilmente a Pulgarcito hasta el Patio del Olimpo. Allí, debajo del árbol de los cuentos, estaba el Dios del Olimpo, tratando de volver a conciliar el sueño, sin mucho éxito.

Como ustedes recordarán del cuento anterior, era un anciano alto y de apariencia frágil, todo blanco, etcétera. Ahora estaba acostado en un sofá grandote, tapizado de seda y brocado color damasco y tenía puesto un camisón largo, todo blanco también, un gorro de dormir con un pompón en la punta y pantuflas con forma de conejito al tono. Seguía con barba, bigotes, y el pelo largo y blanco, aunque ahora, el pichón le notó algunas canas verdes debajo del gorro de dormir. "¡Qué raro!", se extrañó.

El Dios del Olimpo estaba fastidioso porque lo habían despertado de la siesta, pero más molestos estaban los relatos del árbol de los cuentos. Tenían la costumbre bonachona de colgar de las ramas como hojas sedosas, leves y tornasoladas. Pero ahora, el follaje estaba todo crispado y siseaba como serpientes embravecidas.

"Ché, acá tendrían que hacer terapia contra el estrés urgente", se dijo el pichón.

–¡Otra vez vos! –se horrorizó el Dios del Olimpo. El pompón del gorro se le erizó de golpe. Los cuentos del follaje del árbol se pusieron oscuros y de punta. Pulgarcito corrió a hacer té de tilo en la cocina del Olimpo y, de paso, a reservar otro mes en el spa cuentero, por las dudas.
–Buenas, cómo le va, tanto tiempo, maestro. ¿La familia cómo anda? ¿Los cuentos? ¿El perro, bien? –saludó el pichón, mientras empezaba a sospechar que, tal vez, este viaje no había sido una muy buena idea, después de todo.
–¡Qué querés! –gimió el Dios del Olimpo, al borde del colapso y del síndrome fóbico situacional–. ¿Lo de la otra vez no fue suficiente?
–Sí, estuvo bárbaro. Para templar el carácter, le diría. Pero ahora necesito algo.
–Plata acá no hay –le advirtió muy serio el Dios del Olimpo–. Somos cuenteros.
–No, no es eso. Resulta que me he dado cuenta de que no estoy bautizado como contad...

Antes de que el pichón pudiera terminar la frase, el Dios del Olimpo saltó del sofá con una agilidad increíble para sus milenios y se escondió detrás del árbol.

–¡No está bautizado! ¡No está bautizado! –se asustó, poniéndose a cubierto.

El árbol de los cuentos se quedó sin hojas de inmediato. El follaje saltó de las ramas y se escondió también detrás del tronco, empujando al Dios del Olimpo a los gritos y sin miramientos. El árbol de los cuentos se quedó con las ramas peladas. De los altoparlantes del Olimpo se escuchó una voz que aullaba:

–¡Alerta roja! ¡Alerta roja! Caso de contaminación en el Patio del Olimpo. Código Flecha Rota. ¡Código Flecha Rota!

De pronto, unas máscaras antigás cayeron del cielo. El Dios del Olimpo manoteó una y se la puso, muerto de miedo. Los cuentos del follaje lo imitaron, sin dejar de llorar. Vino el escuadrón antitóxico cuentero a paso redoblado y con todo el equipo de seguridad, apoyado por dos helicópteros de color rosado, de los que se lanzaron comandos tácticos, que no necesitaban paracaídas porque eran libros desplegables (con abrir las tapas, listo). Se armó una de la gran siete. Las historias de terror de Lovecraft y de Poe, grupo de elite del escuadrón, lo agarraron al pichón a los tirones y lo empujaron dentro de una cámara de descontaminación, que el escuadrón infló a las corridas en el Patio del Olimpo. La cámara era como una pelota de fútbol gigante, violeta y mullida, y, adentro, al pichón lo rociaron con un spray cuentero. Cuando estuvo bien empapado de relatos, lo secaron con chorros de cuentos comprimidos. El pobre pichón por poco se resfría.

Cuando el protocolo de descontaminación terminó, lo arrojaron sin miramientos fuera de la cámara. El escuadrón guardó y dobló todo (también los helicópteros), y se retiró.

La calma pareció regresar al Patio del Olimpo. Los relatos subieron trabajosamente a las ramas del árbol de los cuentos. Tantas emociones los habían agotado. Ese día el árbol no iba a dar más sombra.

El Dios del Olimpo se sacó la máscara antigás, se volvió a poner el gorro de dormir, se alisó un poco el camisón y los pelos revueltos, y lo encaró al pichón.

–¡Cómo se te ocurre presentarte ante mí sin estar bautizado!
–Yo no sabía –lloriqueó el pichón, mientras se retorcía la remera, para sacarse el exceso de agua contable con que lo habían rociado. Ya le estaba por agarrar una angina, seguro–. Yo no sabía –repitió angustiado.
–¿Quién habrá sido el profesor de esta bestia? –clamó el Dios del Olimpo–. Yo lo mato, por más bien que cuente, yo lo mato. Tengo que haber narrado muy mal algún cuento y no me acuerdo –rezongó, mientras se ponía a caminar como un desesperado de un lado a otro del Patio del Olimpo–. Si no, no se explica semejante castigo. Tengo que hacer introspección. Esto es karma cuentero –musitaba, retorciéndose las manos, presa de la desesperación.

Pulgarcito volvió corriendo con la medicación del Dios del Olimpo.

–Hay que hacer algo, Su Gracia –jadeaba, trotando detrás del Dios del Olimpo, que le llevaba bastante ventaja con las zancadas largas que daba con sus pantuflas de conejito.
–¡Sí! –dijo el Dios del Olimpo, deteniéndose de golpe. Pulgarcito se estampó ipso facto en el suelo, antes que rozarlo siquiera –¡Hay que bautizarlo! –siguió tronando con un dedo alzado–. ¡Ya mismo!
–¿Por qué? –se animó a preguntar el pichón.
–¡Diletante! –le escupió Pulgarcito, mientras el Dios del Olimpo lo sostenía de la ropa, perdón, ropita, para que no le saltara al cuello al pichón en su afán amonestante. Iba a ser un trayecto largo–. ¡¿No sabés que, si no estás bautizado y te morís, te vas al limbo cuentero?! –seguía vociferando Pulgarcito.
–Ahhh –dijo el pichón, como si todo se tornara más claro de inmediato–. ¿Y?

Mientras Pulgarcito se recuperaba del ataque de apoplejía súbita que le dio, el Dios del Olimpo, con toda su olímpica frialdad, le explicó al pichón que, en tal caso, aunque a él seguramente no le dolería mucho la desaparición de semejante calamidad pichonesca, se produciría un gran trastorno en el mundo de los cuentos. Si el pichón se iba al limbo cuentero, los relatos que, hasta ese momento, vivían en él, quedarían atrapados en ese borde nebuloso y nunca más podrían bajar a la Tierra cuando fueran convocados por otro contador de cuentos. Esas historias, entonces, se perderían para siempre, cautivas dentro de su vaso comunicante que las contenía en una cárcel inviolable por toda la eternidad. Por eso era tan importante lo de la fe del bautismo, que ayudaba a soltar los cuentos cuando el momento llegara.

–Ahhh –dijo el pichón, como si todo se tornara más claro de inmediato. Por las dudas, no agregó más nada.

Y ahí nomás se armó la ceremonia de bautismo, a la que el pichón tuvo que prestar su conformidad; si no, no servía. Pulgarcito sacó un intercomunicador del sombrero y convocó a los cuentos tradicionales de Perrault y de los Hermanos Grimm y a las fábulas de Esopo, que vinieron corriendo al acontecimiento. Por suerte, esta vez no apareció ningún border collie. Como el Olimpo estaba en una fase "progre", también llamaron a algunos relatos de escritores de best-sellers y de minorías negras e hispanas de los Estados Unidos. De América, no de los Estados Unidos Cuenteros, ¿eh?

Todas esas historias, con sus respectivos personajes, se sentaron alrededor del árbol de los cuentos y esperaron con sumo respeto. El pichón, de pie ante semejante colección de tradición oral y literatura universal, se puso un poco nervioso, inquieto, agitado, perturbado. Frenético, bah.

–¿Qué hago? –preguntó desesperado.
–Ikebana –silabeó el Dios del Olimpo, con toda su olímpica frialdad.
–Contá, idiota –le susurró Pulgarcito al oído, antes de que la cosa se pusiera peor.
–Ah, bueno. ¿Y qué cuento? –le cuchicheó el pichón.
–El primer cuento que contaste por primera vez en tu vida en público. ¿No te das cuenta de que hay que volver el tiempo atrás? –lo recriminó Pulgarcito–. Hay que ser imbécil. Diletante. Psss....

"Dios, cómo vienen los cuentos ahora. Esto no pasaba cuando yo era chico", rezongó el pichón para sus adentros. De todas formas, se plantó frente a la multitud, tomó aire y contó su historia. Era “La ventana abierta”, de Saki.

"Hay que reconocer que este animal tiene buen gusto", se dijo el Dios del Olimpo, sentado en posición de loto en el sofá, mientras se alisaba discretamente las orejas de sus pantuflas con forma de conejito.

Todos escucharon la historia respetuosamente, a pesar de los nervios y de las limitaciones técnicas del pichón. Cuando terminó, hasta se oyeron algunos aplausos débiles por parte del follaje conciliador del árbol de los cuentos. Entonces, dio inicio la segunda parte de la ceremonia: el bautismo del pichón.

–¡Que venga el hada bautizadora! –tronó el Dios del Olimpo.

“Parece que esto se va a poner bueno”, se dijo el pichón, al ver que aparecía un arco iris y Pulgarcito sacaba un cello enorme del bolsillo y se ponía a tocar, sentado en un banquito. El árbol de los cuentos se empezó a mecer al son de la música lenta y conmovedora, y el follaje hizo un arrullo muy delicado para la segunda voz. El pichón no supo cómo Pulgarcito podía tocar un cello tan grande, siendo él tan pequeño, pero, bueno, esas son las cosas mágicas que sólo pasan en el Olimpo de los Contadores de Cuentos.

De pronto, los relatos convocados se pusieron de pie y el arco iris se hizo más brillante, precediendo la aparición del hada bautizadora. El ansioso del pichón se imaginó que sería como una valkiria hermosa, generosa y abundante. “Aunque una Araceli González como en la propaganda de ropa interior no estaría nada mal”, le susurró uno de sus ratones mentales, antes de que el pichón lo mandara al rincón por desacato.

Cuando por fin pudo ver con claridad a su hada bautizadora, que se materializaba y se desprendía lentamente del arco iris en medio de un haz refulgente, el pichón se desilusionó. Mucho. Se parecía a Helga, la esposa de Olaf el Vikingo: rubiota, grandota, gordota y feota. Se ve que la habían convocado a las apuradas, porque el hada no había tenido tiempo ni de afeitarse la sombra del bigote.

Y así dio inicio la ceremonia debajo del árbol de los cuentos. El hada se paró frente al pichón, con todos los relatos en semicírculo, mientras Campanita le sostenía en el aire un copón dorado con agua perfumada de bautismo y Pulgarcito seguía tocando el cello como un virtuoso. El hada hundió un dedito gordezuelo en el copón y lo tocó al pichón en medio del pecho, en la frente y en los labios, mientras murmuraba con dulzura:

–Con el corazón, el pensamiento y la palabra, yo te bautizo como contador de cuentos. Bienvenido al mundo de los cuentos y de sus súbditos, los narradores orales.

El pichón sintió algo raro en el estómago y en las rodillas, pero hizo como si nada. Había mucha gente que lo estaba mirando (no eran personas en el sentido estricto del término, pero daba igual).

Cuando terminó la ceremonia y el hada bautizadora dio un paso atrás, de entre los relatos congregados, surgió un hermoso cisne blanco y puro, que se acercó bamboleándose hacia el pichón y le acarició afectuosamente una pierna con el pico de color anaranjado cremoso. El pichón le devolvió el mimo, despeinándole con un dedo el plumaje impecable de la cabecita delicada. Y al mirar en los ojos de lago plácido del cisne, el pichón se dio cuenta de que era el ex patito feo del cuento de Andersen, que venía a darle la bienvenida a su manada, al clan de los que eran como él. Y entonces nuestro pichón no se sintió tan exiliado, tan ridículo entre los suyos, tan tartamudo y proclive a chocarse con los muebles durante uno de sus feroces ataques de timidez.

En eso apareció la cigüeña-cartero, que trae en el pico a los bebés de París hasta sus casas envueltos en una servilleta a cuadritos rojos y blancos. La cigüeña se acomodó la gorra negra de cartero, tosió (andaba acatarrada) y le dio unas palmaditas en la espalda al pichón con un ala.

–Perdoname, pibe –le dijo–. El día que te traje de París me equivoqué, andaba con una resaca de aquellas. Me confundí con la hoja de entrega de bebés y te dejé en la casa equivocada. Disculpame –y siguió con las palmaditas de plumas afectuosas.

Entonces, al mirar en los ojos oscuros y amables de la cigüeña-cartero del cuento, el pichón entendió por qué jamás se había sentido a gusto entre los suyos, por qué nunca había podido encajar en su familia y en su entorno, a pesar de sus esfuerzos. Comprendió por qué se sentía un paria entre sus amigos, muy dispuestos a bolichear todos los sábados por la noche y a correr picadas por Avenida del Libertador. Ahora todo estaba muy claro. Era porque la cigüeña-cartero lo había dejado en la casa equivocada, donde su viejo elevaba los ojos al cielo con desesperación cuando lo veía sumergido en un libro, en vez de atender la caja de la verdulería, que el pobre laburante había abierto con la indemnización que le habían dado al echarlo del trabajo. Fue así que pudo poner en su debida perspectiva la frase triste y cruel que veía flotar, a veces, en los ojos cansados de su viejo: “Pucha, el menor me salió maricón”. A él no le pasaba nada raro, simplemente había caído en el lugar que no le correspondía por un simple error en la hoja de ruta del reparto. Nada más que por eso. ¡Qué suerte! Aliviado, el pichón le dio un gran abrazo a la cigüeña-cartero.

–Bienvenido a la tribu cuentera –le dijo el Dios del Olimpo, despojándose por un ratito de su olímpica frialdad.

El pichón sintió que las lágrimas le subían cada vez más y más. Ya le inundaban la nariz. Y de ahí a los ojos, había solo un paso.

–¡Que venga el Jordán bautizador, para reforzar el efecto del bautismo! –tronó entonces el Dios del Olimpo, por las dudas. Como había pasado tanto tiempo desde el momento indicado...

Un tsunami rugiente se le echó encima a ustedes ya saben quién.

Y el pichón de contador de cuentos se despertó, de pronto, en su cama, empapado y confundido.

El plomero del consorcio nunca pudo averiguar cómo diablos el dormitorio de ese muchacho se había inundado con semejante cantidad de agua, que no venía de ningún caño roto ni de ningún lado. Fue un misterio más de ese edificio que nunca nadie explicó.


© Gabriela Villano. 2005.
Se autoriza la difusión sin fines comerciales, sin omitir la fuente.


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