viernes, 10 de abril de 2009

Cine cuentero 17: El lector (2008)

Esta película dirigida por Stephen Daldry (Las horas, Billy Elliot), basada en el libro homónimo del profesor de Derecho, juez y escritor alemán Bernhard Schlink, nos enfrenta a varios dilemas morales (el rol de la culpa en las víctimas, en los victimarios, en los individuos y en la comunidad; justicia, perdón, redención, vergüenza; y la alfabetización y su papel en el pensamiento occidental). Además, presenta una complicación, que no será la única, desde su título original: Der Vorleser. El lector, en alemán. Pero no cualquier clase de lector. El verbo vorlesen se aplica sólo a la lectura en voz alta.

La película empieza con una situación atractiva que trasciende las barreras lingüísticas: una serie de encuentros sexuales entre un Michael Berg quinceañero (David Kross) y Hanna Schmitz (Kate Winslet), una mujer adulta, apasionada y errática, quien le quita la ropa y las inhibiciones, y lo introduce en un mundo de sensaciones y placeres que él apenas imaginaba. Al mismo tiempo, a pedido de Hanna, Michael le lee en voz alta sus libros de lectura de la escuela como “introito antes del coito”, para ponerla en clima. Y, de paso, le muestra un mundo intelectual y otros placeres a los que ella no hubiera podido tener acceso de otra manera. Es así como los espectadores presencian la lectura de fragmentos de obras de la literatura universal que constituyen una magnífica guía para formar el paladar literario del lector moderno: Mark Twain y Charles Dickens conviven con T. S. Elliot, Boris Pasternak, Safo y Horacio. Schiller se codea con Peter Benchley (sí, el de Tiburón) y las historietas de Tintín. Chejov con La dama del perrito aparece junto con D. H. Lawrence y El amante de Lady Chatterley, que es leído dentro de una bañadera (qué mejor lugar para leer este libro, sobre todo si es de a dos). Kafka y Homero participan también junto con Stefan Zweig y Hemingway. Y a pesar de que no hay nada más aburrido que ver a una persona leyendo en voz alta, de alguna manera estas secuencias se vuelven atrapantes. Pero este es sólo el principio.

El material ha causado controversia porque en la película se postula que ser analfabeto es motivo de vergüenza pública, más que el hecho de haber participado en el homicidio intencional de 300 reclusas de un campo de concentración a finales de la Segunda Guerra Mundial. Como resultado de la vergüenza que siente Hanna por ser analfabeta, no lo revela durante el juicio a criminales de guerra nazi del cual ella participa como acusada, aunque este dato hubiera podido beneficiarla. Todo el peso del delito cometido recae sobre ella, a pesar de que no fue la única responsable del hecho, con lo cual los que tuvieron una cuota mayor de responsabilidad evitan hacerse cargo de la pena que les corresponde. El analfabetismo de Hanna complica aún más la evaluación que hace Michael (y también nosotros) de la verdadera culpabilidad de esta ex guardia de la SS. Sin embargo, no es necesario estar alfabetizado para ser humano, y no saber leer ni escribir no es excusa ni atenuante para crímenes de lesa humanidad. Pero una vez que Hanna se alfabetiza en la cárcel y se le amplía el panorama al poder leer libros de los sobrevivientes del Holocausto, ya no puede vivir más consigo misma. Antes tampoco podía, pero, de alguna manera, lograba mantener los muertos que pesaban sobre su conciencia a raya. Los muertos sí pueden exigir que les rindan cuentas. ¿Cómo se vive con los pecados del pasado?

Para generar aún más debate, algunos ven en esta película una romántica historia de amor entre un adolescente virgen de 15 años y una mujer adulta de unos 36, contradictoria, difícil, experimentada y dominante cuando, de hecho, estamos hablando de corrupción y abuso de menores, porque la balanza de poder y conocimiento en la relación está muy desequilibrada. Tal vez si los géneros se hubieran invertido y el depredador hubiera sido un varón adulto que desflora a una menor de edad virgen y sin experiencia, el revuelo hubiera sido de importancia. Aquí la víctima es un “chico con suerte” y más de un varón adulto habrá tenido ganas de darle una palmadita admirativa y envidiosa en la espalda, sobre todo al ver a Kate Winslet desnuda, y decirle: “¡Bravo, muchacho, así se hace!”. Seguimos viviendo con la doble moral sexista para los géneros. La palabra “abuso” no es demasiado grande en este caso, porque en la película podemos presenciar los destrozos que la conducta de Hanna tuvo sobre Michael quien, ya adulto, no puede mantener relaciones íntimas maduras, cercanas y satisfactorias con la mujeres de su vida (esposa, madre, hija, amante ocasional tan joven como su hija), lo cual caracteriza a las víctimas de abuso sexual. A pesar de los temas que toca la película (nazis, secretos ocultos y vergonzantes, culpa), se pasa por alto el hecho de que Michael es una víctima de abuso sexual y todavía sigue atrapado y perdido dentro del amor que siente por su abusadora, una guardia de Auschwitz, porque nada de lo que vivió desde entonces se puede comparar en intensidad física ni emocional, a pesar del terremoto interior al haber descubierto, años más tarde, el pasado oscuro de esa mujer, que él ignoraba en su momento. Kate Winslet tiene una interpretación formidable como un monstruo que, a veces, también tiene rasgos muy humanos.¿Cómo se puede seguir amando a una persona después de descubrir que ha hecho cosas terribles? ¿Sigue siendo válido ese amor? Las escenas eróticas que vemos en la película son hermosas, cuidadas y de buen gusto, en términos abstractos, pero abusivas, inapropiadas por tratarse de un menor de edad y dañinas a la larga (cabe aclarar que el actor que encarnó al adolescente rodó las escenas eróticas después de haber alcanzado la mayoría de edad según la legislación).

Esta también es una historia sobre la literatura como medio poderoso de comunicación y, a veces, como sustituto de la comunicación. Tal vez resulte significativo el final de la película: un Michael Berg adulto (Ralph Fiennes) le cuenta a su hija querida su historia con Hanna Schmitz, para dejar de ser tan distante, para acercarse a ella. Sólo se trata de contar para comprender lo que pasó y para comprenderse; contar para recordar, romper la muralla de silencio y distancia, y con suerte, empezar a sanar. Apenas eso.


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