jueves, 5 de abril de 2012

Reflexiones

De los “horrores” que comenten los estudiantes y cómo pueden crear nuevos sentidos sin proponérselo. ¿Qué hubiera dicho Borges al respecto?

(…) “Cuando estudiábamos en la universidad, circulaba una colección de anécdotas sobre lapsus perturbadores de los que alguien había sido testigo. Resultado de la simple y llana ignorancia, de alguna distracción al tomar apuntes, de una memoria precaria cuando se estudia contra reloj o de los nervios traicioneros frente a la situación de examen, las equivocaciones estudiantiles tienen la propiedad de actuar sobre los contenidos escolásticos —como un ácido cuando corroe el metal— sometiéndolos a extrañas mutaciones de sentido hasta convertirlos en un absurdo.

"Se decía, por ejemplo, que alguien había hecho referencia en un examen a los textos de Willy Cané, escritor sobre quien nadie más que el interesado había escuchado hablar. Ese intempestivo agregado al canon de la literatura argentina, que suena a nombre artístico de cantante pop, era en realidad una síntesis de los nombres de Eduardo Wilde y Miguel Cané. Alguien había dicho “Wilde y Cané” y otro, improvisando una desmedida sinalefa, entendió “Willy Cané”. De pronto, por obra y gracia de una mala escucha, la literatura había dado a luz a un ente puramente nominalista, una criatura bifronte a quien se le adjudicaban vaya a saber qué obras: tal vez Juvenilia, Prometeo y cía., o En viaje por mares y por tierras o Charlas literarias aguas abajo.

“En otra anécdota, ‘Las velas de Ayolas’ —el reiterado ejemplo utilizado para explicar cómo funciona la figura retórica de la sinécdoque— se había transformado, mediante un pequeño enroque fonético, en ‘Las bolas de Ayelas’. En esa nueva formulación, la contigüidad ya no permitía pasar de los barcos comandados por el conquistador Ayolas a sus velámenes, sino que se abismaba en una vecindad mucho más inquietante donde el pobre Ayelas pasaba a ser sólo un gran par de testículos. Y así, mediante una inesperada paranomasia, el todo ya no podía ser representado por la parte sino que la exhibición de las partes (las partes pudendas) terminaba arruinando todo.

“Me contaron también que, en la Facultad de Psicología, un estudiante hizo referencia a ‘La gorda primitiva’ cuando fue interrogado sobre el ensayo ‘Tótem y tabú’, de Sigmund Freud. ¿Qué pudo entender del texto alguien que aplica a ‘la gorda’ los predicados que pertenecen a ‘la horda’? Acaso debía inferirse que la religión y la moral no se habrían originado en el temor y el sentimiento de culpa de la horda primitiva confabulada para asesinar al padre, sino que ese parricidio respondería al rencor de una salvaje con sobrepeso que se ocupó de ultimar al líder despótico.

“Pero, sin duda, el caso más desopilante fue el de ‘Las indiscreciones de los cardos’, extraño título (a mitad de camino entre el chisme y el cadáver exquisito) que bien podría aludir al texto de la imposible colaboración de Manuel Puig con André Bretón. La imaginación del transcriptor no iba tan lejos, sin embargo, y detenía la semiosis ilimitada del título atribuyéndoselo a Jorge Luis Borges. El ignoto ensayo, en realidad, era el resultado de escuchar mal el título menos hermético, menos lírico y más burocráticamente descriptivo que se anuncia en ‘Las inscripciones de los carros’. Yo leí esta mención equivocada en una de esas desgrabaciones que hacían los negocios de fotocopias en los alrededores de la facultad y que permitían a los alumnos ausentes reponer lo que se había enseñado durante las clases. Como esos apuntes tenían bastante difusión, se podría conjeturar qué escribieron en sus exámenes aquellos estudiantes que se animaron a explicar lo que Borges había dicho sobre el impulso chismoso y malediciente de ciertos vegetales con espinas.

“O sea: un error, pero que no deriva hacia el mero disparate sino que propicia la creación de un nuevo sentido. Se trata de un pequeño cambio que produce diferencias notables. De pronto —así como el cuerpo se tambalea al tropezar con una piedra—, también aquí un pequeño traspié de la lectura pone todo en entredicho. Es un mínimo corrimiento fonemático, pero que produce una alteración semántica radical. No un sinsentido, sino un sentido otro que entra en una relación compleja y contradictoria con el significado original de la frase. Algo se sale de lugar, pero no desaparece en la insignificancia, sino que somete todo a una nueva configuración significante. Borges, sin duda, habría disfrutado con estas interpretaciones que no hacían sino maximizar su propia dislexia, su modalidad daltónica de la lectura. (…)

“Si digo que Borges habría disfrutado con esos lapsus estudiantiles que adulteran la cita es porque tal vez habría advertido un texto nuevo ‘mejorado —como él solía decir— por las erratas’. En la mala repetición anida, de alguna manera, el gesto estético. Para percibir esto, ni siquiera es necesario llegar a la forma estridente de los lapsus. Antes incluso que ‘las indiscreciones de los cardos’, el concepto mismo del breve ensayo ‘Las inscripciones de los carros’ supone ya un desplazamiento. Todo el texto es un ejercicio de lectura. Y funciona porque Borges, digamos, lee mal. Ejerce una violencia productiva sobre esas anotaciones, las desconcierta, abona un sentido que les pertenece pero que, a la vez, no preexistía a su lectura. (…) La estrategia básica de la elocuencia borgeana, tal como aparece aquí, reside en presentar los materiales en un contexto distinto al que les es propio. En el corrimiento se produce esa resignificación que es el medio ambiente natural del retórico. Es lo que dice el escritor sobre esa sentencia que reza Tus besos fueron míos, ‘afirmación derivada de un vals, pero que por estar escrita en un carro se adorna de insolencia’”. (…)

Fragmentos de El espectador corto de vista: Borges y el cine. David Oubiña. Universidad de Buenos Aires / Universidad del Cine.


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2 comentarios:

Lily Davila dijo...

muy interesante. Gracias.

Anónimo dijo...

Buenísimo, querida amiga. Me encantó. Y me reí mucho.
Gracias
Abrazo
Alicia Perrig