miércoles, 28 de diciembre de 2011

Cuidemos el idioma 44

LA LENGUA DEL BICENTENARIO
Fragmentos de una entrevista a Luis Pedro Barcia.


Al frente de la Academia Argentina de Letras, Luis Pedro Barcia detalló a La Prensa digital las particularidades del idioma que se habla en el país desde la Independencia hasta hoy.
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—¿La independencia política de la Argentina acompañó la independencia idiomática?

—Está muy bien notar eso. Curiosamente el gobierno español primero impuso, a través de un decreto de Carlos V, que debía barrerse con los idiomas indígenas e imponerse el español como la lengua de comercio y contacto cultural. Después, Felipe II sacó dos decretos en contra de ésto, sosteniendo que debían respetarse las lenguas aborígenes. De manera que los franciscanos, los jesuitas los dominicos debían aprender las lenguas originales. Cuando venían los inspectores españoles a las misiones se encontraban con una dificultad, porque no podían hablar con los indios de forma directa. De esa manera dependían de un traductor. Cuando se declara la independencia, para mantener cierta coherencia hispanoamericana, debido a que estaban los proyectos de Miranda, de Bolívar, sobre una patria grande, sobre una gran América, se impone el español como lengua dominante. A partir de entonces, todos los documentos salen en español. De manera que, curiosamente, los movimientos independentistas universalizan el uso del español. Con el movimiento independentista no comenzó una ruptura con la lengua de España.
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—¿Cuál era el ámbito del que provenía mayor vocabulario?

—Cuando uno va a las Canarias se encuentra con que hay mucho vocabulario que coincide con el argentino, porque antes de llegar a la península los barcos mercantes pasaban por las islas. Las palabras que aparecen en las bitácoras, en los libros de viaje y en las cartas van influyendo de a poco y se afirman. La palabra rancho, por ejemplo, se refiere a la vivienda, pero también rancho se le llamaba al guiso que comían a bordo. Un guiso frío y muy nutritivo. Por eso "rancho aparte" se llamaba cuando alguien se iba a comer sólo. Esa frase, de origen marítimo, se trasladó a la vida cotidiana. Otra es carajo. De ahí viene la costumbre nuestra de “mandar al carajo”, que es el receptáculo del mástil mayor. Ahí mandaban a los marineros a observar, y era un lugar inhóspito. También la palabra travesía, que originalmente es un término marinero.

—¿En qué medida las lenguas nativas ya habían influido en el español? ¿Hubo en la Argentina un aporte lingüístico de la población negra?

—Los aportes de los aborígenes son muchos. Las lenguas de mayor influenza son el quichua y el guaraní. Del primero tenemos el mate, acococho, que significa llevar a los niños a babucha, y otras. El guaraní dejó muchas palabras de especies de flora y fauna, como yaguareté, por ejemplo. La tercera lengua, aunque menos importante, es la mapuche. Pero el mapuche no es de origen argentino, sino chileno: entra en el siglo XIX con Calfulcurá. En realidad los mapuches sometieron a los indios locales, que eran los tehuelches, y tomaron sus tierras. De esta influencia quedaron varias, como choique, laucha. Y la lengua negra claro que hizo su aporte. Dejó por ejemplo la palabra quilombo. Los negros se reunían en barracas y hacer quilombo significaba hacer mucho ruido. Después pasó a llamarse así a los prostíbulos, porque generalmente allí se armaban reyertas. Tamango, batucada, catinga, que era el olor que había en los barcos donde defecaban y orinaba los esclavos, son también de origen africano.

—¿Siempre hubo una concepción elitista del idioma? ¿Cómo hablaba alguien de clase alta y cómo otro de posición social inferior?

—Siempre las sociedades han marcado distinciones a través de la lengua, que es un factor de diferenciador como el vestido, las comidas, como los lugares de diversión y de playas. Originalmente, en el Río de la Plata, la elite se focalizaba en el Barrio Norte, aunque después fue diluyéndose. Al principio se relacionaba con un nivel letrado y otro iletrado, pero aclaro que ambos son formas de cultura. Esta diferenciación se daba por medio de la invención de palabras y de fonética. Por ejemplo, hablar rápido y con voz nasal era propio del Barrio Norte, donde también surgían términos como petitero o paquete. Y junto a este nivel, está las distintas capas populares, porque no se puede unificar diciendo que hay dos polos. El lenguaje popular se divide en campos. El lunfardo es un tipo de lenguaje, es un léxico popular. Otro campo por ejemplo es el lenguaje de los deportes: el del fútbol, el turf. Otro es el lenguaje de la droga. De modo que no se debe igualar el lenguaje popular con el lunfardo, porque el lunfardo es sólo un tipo.
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—Pero las lenguas extranjeras tuvieron diferentes aportes y cada uno de ellos de distinta importancia.

—Claro, pero sin duda que el aporte más significativo provino del italiano. Hay una anécdota interesante de José Ingenieros: durante un viaje a Italia le cuenta en una carta a Lugones cómo era Nápoles y le dice que era igual a la Boca pero con menos italianos. El idioma italiano se proyectó muchísimo en el español. Sobretodo los dialectos: el genovés, el napolitano. Los franceses también hicieron su aporte, sobre todo en aspectos como la trata de blancas, la moda y las costumbres. Pero los italianos tuvieron una influencia enorme en las comidas, el raviol, la lazaña, la pizza.
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—¿Cuál fue la relación del italiano con el lunfardo?

—El lunfardo nace del habla del conventillo, que es un habla mixturada entre el castellano y el italiano. Hay un conjunto enorme de palabras como fachatosta, mina, chau, pibe, que tienen origen italiano. Después, ésas palabras, no sólo permanecieron como lunfardo, sino que pasaron al uso argentino.
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—¿Vamos hacia un español neutro?

—Sí, la lengua española avanza hacia una uniformidad, para evitar diferencias comerciales que no permiten vender las telenovelas, por ejemplo. (…)

Fuente: www.laprensa.com.ar. 31/10/2009


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