miércoles, 27 de julio de 2011

Turismo tenebroso en Valle Fértil, provincia de San Juan, Argentina


El viernes 22 de julio de 2011, me alojé durante una noche en la Hostería Valle Fértil, en la localidad homónima de la provincia de San Juan. Es la primera vez, en los muchos viajes que he hecho en la Argentina y en el extranjero, que me pasa algo como lo que les voy a comentar, por eso considero necesario escribir esta nota para alertar a cualquier viajero desprevenido. Aclaro que esto no es cuento, me pasó de verdad, lamentablemente.

A la hostería se asciende por un camino privado desde el pueblo. La recepcionista me dio la habitación single estándar número 54, que es la más alejada del edificio principal donde está la recepción de la hostería y que está tres niveles más abajo por la cuesta del camino privado. Tuve que esperar más de 15 minutos para que viniera alguien a mostrarme donde quedaba la habitación (eran las 12 del mediodía). Había que bajar por la calle vehicular y por tres tramos de escaleras metálicas, así que es mejor que vayan preparados con un equipaje pequeño, liviano y con rueditas, y con buenos músculos, porque los empleados del hotel no están dispuestos a llevarte la valija a ningún lado. Cuando por fin llegamos al tercer nivel inferior, la habitación 54 era la última, la más alejada de todas. Más allá, un espejo de agua.

Cuando la empleada me abrió la puerta de la habitación 54, pensé que se había equivocado y que eso era un depósito reciclado. No llegaba a los tres metros cuadrados, y estoy siendo generosa. Me inundó una sensación de claustrofobia. Eso era un calabozo, un dedal, una cajita de fósforos, como quieran llamarlo.

Pedí una habitación más digna y más cercana al edificio principal de la hostería (una mujer que viaja sola tiene que tomar ciertas precauciones respecto de su seguridad personal). ¿La respuesta? “No hay más lugar”. Cabe aclarar que yo pagué en efectivo la mitad de mi paquete turístico (que incluía esa noche en la hostería de Valle Fértil) en Buenos Aires el 10 de mayo de 2011 (llegué a la hostería el 22 de julio). Desde esa fecha de mayo se sabía que yo me iba a alojar en una habitación single en la dichosa Hostería. No se trata aquí de una viajera que llega sin reserva y sin aviso, y a quien los dueños de la hostería le dan la única habitación que les queda disponible por caridad, para que no pase la noche a la intemperie. No, nada de eso.

Esa única noche que pasé en la habitación 54 de la Hostería Valle Fértil fue de terror. Entrabas en la habitación, dabas dos o tres pasos y ya llegabas a los pies de la cama single, que estaba contra una de las paredes de la habitación. Pegada a la cabecera de la cama, había una mesita de luz con un velador que no funcionaba y, luego, la otra pared (para que te des una idea del ancho del claustro). En esa pared opuesta a la cama, estaba la puerta del baño. Si abrías la puerta del baño, ésta quedaba a tres centímetros del borde de la cama.

Si querías abrir la puerta del placard, no se podía abrir la puerta de la habitación. O sea, había que ser muy meticuloso y ordenado para manejarse ahí adentro. De todas formas, el ingenioso arquitecto que diseñó “eso” se las arregló para meter una silla ahí adentro, en el espacio que quedaba entre los pies de la cama y la otra pared (para que te des una idea del largo del reducto). No sé cómo hizo. Inteligencia local.

El baño seguía la misma tónica claustrofóbica. Entrabas y ya estaba ahí el inodoro. La mochila del inodoro robaba mucho espacio, por eso tenías que entrar con cuidado en el baño, maniobrando por el poco lugar que quedaba entre el inodoro y la pileta (suerte que no soy generosa de caderas). No había bidet porque no había lugar, obviamente. Si te sentabas en el inodoro, podías alzar el brazo izquierdo y ponerlo sobre la pileta del baño. También podías, desde el trono, apoyar la cabeza sobre la pileta del baño y lamentarte: “¡¿Quién carajo me mandó a alojarme en esta celda de presidiario?!” Pero tenías que tener cuidado de no golpearte, porque la pileta terminaba en ángulo recto y afilado (¿por si algún huésped desesperado quería suicidarse para escapar de allí?). Tengo un moretón en el hombro izquierdo que me quedó de recuerdo por una mala maniobra sentada en el inodoro a las cuatro de la madrugada (no tenía otro lugar donde ir).

En el baño no había perchero para colgar la toalla de mano. Claro, no había lugar. ¿De dónde colgabas el toallón? Tal vez de las canillas de la ducha. Acertaron, bañera no había, porque no había lugar. Si querías darte una ducha, abrías la canilla y apoyabas la espalda contra la pared opuesta para poder mojarte, de tan angosto que era el baño. Agua tibia, por supuesto. Allí abajo no llegaba el agua caliente (pleno invierno, aclaro).

Cuando llegué a “mi refugio acogedor” esa noche, después de un paseo durante toda la tarde en Ischigualasto, quise distraerme viendo la televisión (colgada casi del techo), pero no pude. Muchachos, pónganle pilas nuevas al control remoto de vez en cuando. A propósito, si van a esta hostería, llévense algo de ropa fluorescente, así cuando suben o bajan de noche hasta la recepción por el camino vehicular, ningún conductor se los lleva por delante.

Después de cenar en el comedor de la hostería, mucho más arriba, bajé la cuesta y los tres tramos de escaleras, tomé aire y me metí de nuevo en el dedal número 54. Intenté hacer ejercicios de relajación y control mental para poder dormirme, pero lo único que se me cruzaba por la mente era Jack Nicholson en la película “El resplandor”, que cuenta la historia de un tipo que se vuelve loco en un hotel apartado. Creo que esta asociación de ideas habla por sí sola. Si esa es una habitación single estándar, no quiero pensar qué le dan al pobre diablo que se aloja en una económica. Quizás lo ponen dentro de un armario, colgado en una hamaca paraguaya. La inteligencia local da para cualquier cosa. Pero para facturarte, no tienen ningún problema.

A la mañana siguiente, hablé con mi guía, Alfredo de la agencia Money Tur, el receptivo local. Él conocía la habitación 54. Se la daban cuando traía turistas y debía alojarse en la hostería. Me dijo que, para cambiarse de ropa, tenía que subirse a la cama, para tener lugar. Yo no quise cambiarme de ropa. La noche que pasé en la 54 dormí vestida, sin ponerme el pijama. No había lugar para cambiarse cómodamente de ropa, ni ganas tampoco. Por suerte, al lado de la puerta de entrada, había una ventanita (y uso el diminutivo no para expresar afecto, sino para indicar el tamaño de la abertura en cuestión) con un vidrio corredizo, por supuesto porque, una vez más ¡no había lugar!

No hubiera podido resistir más de una noche ahí adentro. No vuelvo a esa hostería ni que me paguen. Si ustedes quieren sentirse como el Prisionero de Zenda o el Conde de Montecristo en sus prisiones, pidan la habitación 54 de la Hostería Valle Fértil en San Juan. Y a los responsables de esa hostería, que pertenece a la cadena hotelera Alkazar de San Juan, les digo que se merecen esta difusión que estoy haciendo. Se la han ganado por mérito propio.

Gabriela Villano

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gabriela:
Convertiste tu noche de terror en Valle Fértil en un cuento gracioso, gracias a tus habilidades cuenteras.
Y que importante son las expectativas, porque yo estuve en una habitación parecida a esa, con mi marido y todo nos resultaba gracioso. Fue en Florencia, por una noche dormimos en una habitación normal, pero a la siguiente no había más lugar, nosotros queríamos estar 2 días más, así que con un poco de vergüenza nos ofrecieron el altillo, pero a mitad de precio. Había que entrar agachado y no te podías levantar de la cama sin golpearte la cabeza. Creo que nos vestíamos acostados, y nos terminábamos de vestir afuera.
En fin, seguramente, si hubiese pagado las noches por adelantado a precio normal y nos hubieran dado esa habitación, estaríamos igual que vos.

Concuerdo en difundir lo que te pasó, es más, fijate si no podés hacer una denuncia a la Dirección de Turismo.

Besos

Sara