“Robinson Crusoe sobrevive al naufragio y encuentra refugio en una isla. A partir de ese momento, su vida se resume en el título de la obra del poeta Hesiodo: los trabajos y los días. En tanto humano, para vivir, Robinson necesita hablar y que le hablen. Es por eso, que antes de la existencia de Viernes, aparece un extraño personaje: ‘Vi abundancia de papagayos’ (...) La voz del papagayo es el espejo de la conciencia de Robinson y de las preocupaciones que lo acucian. (...)
“El hecho de ser nombrado lo ha devuelto a su condición humana. Robinson no lo olvidará y cuando abandona la isla, se lleva al papagayo con él. Roland Barthes escribe en Cómo vivir juntos (hablando) que el diálogo con el papagayo suscita un Tú. (...) ‘Pero es imposible hacerse decir Tú por un objeto. De allí el carácter irreemplazable del loro de Robinson Crusoe: al recibir su nombre se mantiene como persona humana’.
“En su Historia de los animales, Aristóteles también concede al loro, en tanto habla y se embriaga, dimensión humana. (...)
“El loro no sólo habla, sino que cuenta. La tradición oral de los ‘cuentos verdes’ encuentra por la metonimia de las plumas la vía verde con que se los designa en la lengua. Enrique Anderson Imbert en su recopilación Los primeros cuentos del mundo los adscribe al género de la picaresca. (...) Un breve relato recopilado por Imbert sitúa al loro en la tradición de ‘cuentero’ o alcahuete del patrón. Cuentos de un loro famoso en la India es Shukasáptati (‘setenta cuentos’ de un loro). El original se ha perdido y se conservan ediciones muy alteradas; la más vieja en sánscrito, data de varios siglos después que los cuentos fueron compuestos. De todos modos, es anterior al siglo XI.
“Aprovechando que su marido ha partido para un largo viaje, una señora se dispone a salir en busca de hombres que la consuelen, pero un loro la retiene en la casa contándole un cuento; cuando llega al punto culminante ya es demasiado tarde para que la señora salga. Así sesenta y nueve noches. Cuando el marido regresa, el loro cuenta el septuagésimo y todo termina en una fiesta. El loro, cumplida su misión, sube al cielo.
“En ‘Historia del marido y el papagayo’, en Las mil y una noches, se repite la anécdota de la infidelidad. El loro queda vigilando a su ama quien, para engañarlo, ordena a los esclavos que le arrojen lluvia sobre la jaula, que hiciesen con la boca ruidos semejantes al del trueno y que de vez en cuando, ‘a la claridad de una luz amarillenta, diesen vueltas a un espejo a la vista del papagayo’. Cuando retorna su amo y le pregunta al loro por el comportamiento de su mujer, ése le responde que la lluvia, los truenos y los relámpagos le han impedido observar nada. Como el clima es apacible, su dueño piensa que lo ha engañado y termina matándolo. Seguramente en el Río de la Plata se encuentren variantes de esta versión de Las mil y una noches; sólo que esta vez un loro hace de Scherezade, ya no para salvar su cabeza, sino los cuernos en la cabeza de su amo.
(...)
“El Bestiario de Indias de Alberto Salas, citando al Inca Garcilazo, lo describe de esta manera: ‘Los españoles llaman a los papagayos con diferentes nombres, por diferenciar los tamaños. (...) a otros mayores que hablan más y mejor que los demás llaman loro’. Lo que diferencia al loro es que habla más y mejor. Esta significación está presente en la expresión ‘habla como un loro’ y este cotorreo designa ese exceso, que puede transformarse en una jerga incomprensible.
“En América este Bestiario de Indias retorna de manera bestial cuando el ‘loro o lorito’ es el soporte de un instrumento de tortura para hacer hablar.(...)
“Los loros hablan y por ello tienen un hombre. (...) El nombre tiene significación lo que también se lee en la novela de Antón Chejov Extraña confesión. (...) La novela de Chejov cuenta la historia de un juez de instrucción que comete un crimen. El loro parece haber presenciado ese crimen y se transforma en la voz de su conciencia. ‘¡El marido ha matado a su mujer!’ La voz del loro repiquetea de manera pesadillesca hasta que el asesino termina matándolo. Pero lo mismo que en el cuento de Flaubert en que un personaje, acusado de matar un loro, se defiende diciendo: ‘No soy un asesino’. Es como si en lugar de matar un animal hubiese asesinado a un ser humano. Es que el loro lo es, porque habla. Antes de que Konrad Lorenz hablara con los animales y la etología se transformara en una ciencia, el loro es voyeur, es testigo, es cuentero porque, como ‘dice’ en Las mil y una noches, ‘no sólo hablaba muy bien, sino que tenía la cualidad de charlar todo lo que se hacía delante de él’”.
Fragmentos de una nota titulada “El loro: ese mártir de su propia voz”, de Luis Gusman, publicada en la Revista Ñ del 28 de febrero de 2009, págs. 12 y 13.
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