lunes, 13 de octubre de 2008

Dicen los que saben 19

Sobre narraciones, el poder de los libros y demás locuras.

Dice Héctor Pavón que la historia de la cuentística argentina arranca con El Matadero de Esteban Echeverría. Abelardo Castillo suma el Facundo de Sarmiento porque dice que varios de sus mejores momentos son narraciones que se leen como cuentos.

Según comentarios extraídos de la Revista Ñ del 26 de abril de 2008, Abelardo Castillo ha trabajado encarnizadamente en su mundo narrativo como si ningún cuento fuera una pieza definitiva y autónoma, sino un organismo en perpetua mutación. Todo nuevo relato suyo se integra al resto y lo resignifica, como si cada cuento estuviera sometido a la paradoja de ser, a la vez, una perfecta pieza de relojería literaria y un sistema en equilibrio inestable.

Aunque a Castillo se lo encasilla como escritor maldito, es decir, como un escritor que sólo bucea en las regiones más oscuras o más crueles, hay que reconocer que pone en evidencia el rigor constructivo de sus cuentos, el artificio literario disfrazado de naturalidad, la elaborada fluidez de su prosa.

Según Castillo, “es el cuento el que impone el punto de vista” en el momento de elegir un narrador. “La elección de la voz narrativa no se busca, el relato te impone el modo de narrarlo. Hay algunos cuentos, por ejemplo, que ni siquiera yo sé por quién están narrados.”


En otro orden de cosas, el escritor estadounidense Michael Cunningham, está convencido de que los libros encuentran su camino hacia ciertos lectores. En tal sentido, está de acuerdo con Humberto Eco, que dijo que “un libro elige a sus lectores en las primeras cien páginas”.

Volviendo a Cunningham, cuando habla, según su entrevistadora Margara Averbach, es un gran escritor: dice exactamente lo que quiere decir y sabe lo que está diciendo. Como estos ejemplos: “Escribir es un acto optimista. La escritura de una novela, con el tremendo esfuerzo que implica, es, por definición, un acto de optimismo. No importa si el contenido es oscuro. Escribir una novela implica siempre creer que hay lectores ahí afuera y que el mundo va a sobrevivir lo suficiente como para recibirla. Es evidente que no es el acto de una persona desesperada. (…) Creo que una de las razones por las que seguimos necesitando la literatura es que es el único medio capaz de hacernos entender lo que es ser alguien diferente de nosotros. Hay mucho que decir a favor de las películas, pero no hay nada como una novela para hacer que uno se meta en la mente y en el corazón de otra persona.”


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