El pasado se construye como un relato condicionado por la ideología y la actualidad. Según el narrador y ensayista Horacio Vázquez-Rial, la historiografía tiene pasadizos que conectan con la ficción.
“La historia no es una sucesión de acontecimientos, sino un relato.
“Hay quien concibe la Historia, con mayúscula, como ciencia. Esa es la idea dominante y con ese criterio se enseña en las universidades, donde también se dice que su objeto es el pasado. Yo abrigo serias dudas, tanto respecto del carácter científico de la materia, como de su objeto.
“La historia deviene ciencia cuando los historiadores deciden fundar toda su actividad en los documentos, entendidos por tales cualesquiera vestigios del pasado de origen comprobable. Pero el documento no siempre es fiable ni suficiente. Y, de hecho, grandes porciones del pasado han sido construidas en su conjunto a partir de muy escasos elementos. Contamos, por ejemplo, con una reducida porción de las tragedias y las comedias que se escribieron en la Grecia antigua, y lo mismo sucede con los textos de los filósofos. Eso sí: aquellos que poseemos han tenido una enorme influencia sobre su posteridad, en gran medida porque se los ha leído (o representado) una y otra vez a lo largo de los siglos, obteniendo de ellos en cada ocasión nuevas iluminaciones y novísimas interpretaciones; lo que equivale a decir que han sido releídos a la luz de diversos presentes. (...) El pasado, ese pasado, el histórico, está lleno de presente.
“Heisenberg estableció, para las ciencias duras, que la mera presencia de un observador altera las experiencias de laboratorio. Las llamadas ciencias blandas, sociales o del hombre, en cuyo marco se debe inscribir la Historia, se construyen casi exclusivamente sobre la experiencia del observador. Quien, además, es un narrador, con todo lo que ello implica: subjetividad, punto de vista, selección de escenas o momentos mas o menos importantes y, por supuesto, ideología. Es el historiador, el narrador, el que elige y desarrolla, exactamente igual que se escribiera una novela, aunque al amparo del documento.
(...)
“... todo lo que sabemos sobre los antiguos galos se debe a Julio César. No es Heródoto quien orienta a Schliemann en la búsqueda de Troya, sino Homero, (...) los dos son padres de la Historia: los dos narradores.
“Y es que la historia no es una sucesión de acontecimientos, sino un relato; bien que de acontecimientos del pasado pero escogidos con criterios del presente. No hay que preocuparse por ello, puesto que lo que se busca no es reconstruir el pasado, sin obtener de lo que se sabe y de lo que se va sabiendo del pasado, una verdad. El pasado no es restituible, en la misma medida en que no es restituible el tiempo. (...)
“En ese sentido, la cartografía es también un relato. Posee otro de los rasgos de la ficción: representa a escala y es cambiante y perfectible. Norte y Sur, Este y Oeste, son convenciones: Buenos Aires está al oeste de África, pero también está al este del mismo continente. Y está al sur de Brasil únicamente porque decidimos llamar sur a esta parte del planeta y la europeidad de los mapas ha puesto el norte arriba en los globos que figuran el mundo.
“Todo esto me parecería un asunto especulativo y vano, de no ser porque narrar es imponer un orden a lo real, y ese orden, como mencioné de pasada más arriba, es ideológico. No importa de qué ideología se trate, (...) si existe una historia en la que es posible negar determinados hechos, todos corremos el riesgo de hacer lo mismo en más de un momento.
“De ahí que descrea de la expresión ‘memoria histórica’ y de la práctica de ella derivada. O hablamos de memoria, que es un proceso individual, selectivo y lleno de olvido, porque sin olvido no sería posible vivir, o hablamos de historia, que es algo del todo distinto: un proceso colectivo, de estudio y acumulación, en el que tiene un papel central la lucha contra el olvido, el olvido en general, y no en especial el olvido de la injusticia, en cuya función se ha acuñado la fórmula. La lucha mediante la cual se procura que determinadas injusticias no sean olvidadas, y hasta que de su recuerdo surjan compensaciones, es una lucha que, por prolongada que parezca, no afecta en cada caso más que a una o dos o tres generaciones: se mide en las categorías temporales de la vida individual. La historia, en cambio, no está llamada a la reparación, sino a la constancia, a la integración de cada experiencia en el conjunto de toda la especie.
“Si se pretende que la historia dé fe de algo, hay que reelaborar la memoria. Ninguna fuente es menos precisa que la oral, y sólo rinde un fruto apreciable en la medida en que las voces atendidas sean muy numerosas y sea posible apuntar con certeza a las contradicciones y a las coincidencias de protagonistas y testigos.”
Fragmentos de una nota titulada “La historia canta en presente”, de Horacio Vázquez-Rial, publicada en la Revista Ñ del 28 de febrero de 2009, pág. 17.
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