domingo, 17 de agosto de 2008

“La boca hecha de sombras”. Sexta parte.

Sobre el poder de los cuentos, el propósito del narrador oral, un relato bien urdido y “la boca hecha de sombras”.

“Felizmente, las historias que nos hemos contado a nosotros mismos (…) saben devolvernos a nosotros mismos cuando es necesario, saben mostrarse severas e irrisorias. Nos recuerdan a cada instante su engañó y su carácter ilusorio.

“Están vivas, son desconcertantes, ligeras. Son como flores, o golosinas, que los comensales intercambian sonrientes al final del banquete, sin pretensión de constituir pensamientos muy profundos, lejos del sermoneo, de la pesadez, del didactismo. (…)

“Son como monedas que pasamos de mano en mano y que, al final, constituyen un tesoro.

“La única ambición del narrador es parecer necesario. Como un campesino o un panadero. Ni más, ni menos. Porque las historias que él relata nos descubren algunos aspectos del espíritu que no son, de otro modo, perceptibles. Civilizaciones muy poderosas lo han situado en un cruce de caminos, a veces, incluso en el mismo centro del palacio, y su santa patrona es, evidentemente, una mujer, la muy ilustre Scherezade, que se jugaba la cabeza en cada relato, que hechizaba cuidadosamente la noche y callaba, soñadora, al ver el amanecer.

“Ahí radica la importancia de una narración bien urdida. Juega con la vida, con la muerte. Tal vez nosotros –volvamos a ello– no seamos más que una historia, con un principio y un final. Pero, en tal caso, ¿quién la cuenta?

“Otra visión alegórica (persa) presenta al narrador de pie sobre un peñasco, relatando sus historias al océano que tiene ante él. El océano lo escucha dulcemente agitado, fascinado. En cuanto termina una historia, debe surgir otra de inmediato, porque no existe una palabra final. Y la alegoría nos anuncia con fuerza: ‘Si un día el narrador se calla, o si lo hacen callar, nadie es capaz de predecir lo que hará el océano’.

“Este lugar imponente supone una condición que la mayoría de nuestros contemporáneos encuentra dolorosa: el narrador no debe hablar jamás de sí mismo. Es una regla de oro. Incumplirla es permitir que el océano barra la roca despreciable sobre la que un hombre, un día, se consideró digno de ser contado. El verdadero narrador es casi una bruma, una alta torre perforada por el azar. Vientos portadores de mensajes lejanos se precipitan en esta torre, y la torre resuena al paso de los vientos, hasta el punto de que, por instantes, nos parece reconocer una voz.

“Un error habitual es creer que una historia puede reforzarse si la situamos dentro del marco de lo real. Craso error. Muchos de nuestros amigos –y sin duda nosotros mismos– empiezan por decir: ‘Le ha pasado algo extraordinario a mi tío o a una persona que conozco’. Y entonces cuentan, en una mentira extrañamente sincera, una historia con siglos de antigüedad, de la que no se puede establecer quién la vivió o quién la inventó.

“La belleza de una historia procede, casi siempre, de la oscuridad. Los grandes autores son anónimos. ¿Quién ha escrito la Biblia o el Mahabharata? ¿Qué tipo de hombre era Shakespeare? Cuando oímos una historia hilarante, que nos hace reír y que, a veces, nos hace pensar, nos preguntamos a menudo: ‘Pero ¿quién ha podido inventar semejantes maravillas?’ La respuesta, como la mayor parte de las respuestas, es secreta. Sin duda, nos contamos las historias que necesitamos y nacen en tal o cual boca, surgen de una vibración muy oscura, común a todos, indescifrable, donde la palabra ‘imaginación’ ya no tiene sentido. Esta es la razón de que las historias más hermosas no pertenezcan realmente a nadie. Ningún narrador puede afirmar: ‘Esta historia es mía’. La boca hecha de sombras habla por todos. La inmensa popularidad, la cúspide de la gloria es, en definitiva, el anonimato.

“Como otras estructuras, quizás, debido a que las historias no están ahí más que para relacionar al que habla y a los que escuchan y a través de ellos la misma materia que los une y el movimiento que las arrastra, las historias cambian de color y de forma, cambian incluso de nombre, según el tiempo que las refiere.”


Fragmentos de la introducción de El círculo de los mentirosos. Cuentos filosóficos del mundo entero. Jean-Claude Carriere, guionista, dramaturgo, escritor. Editorial Lumen. España. 2000.

Jean-Claude Carriere (1931). Guionista, dramaturgo, escritor. Trabajó para Luis Buñuel y para numerosos directores de cine. Publicó reportajes y recopiló relatos antiguos.

Continuará.

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