“Ernesto Sábato habla de una escritura diurna y una escritura nocturna. En la primera, aun cuando inventa, un escritor expresa un mundo en el cual se reconoce, dice sus valores, su modo de ser, su sentido y su concepción y visión del mundo.
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“En la escritura nocturna el escritor debe enfrentarse a algo que aparece de improviso en su interior y que probablemente no sabía que tenía: sentimientos, pulsiones inquietantes e incluso horribles que lo asombran, lo horrorizan; nos dice qué podríamos ser, qué tememos o qué esperamos ser, lo que quizá no hemos sido sólo por casualidad. Nos topamos cara a cara con la Medusa de la vida, y cuando un escritor encuentra a su sosías, preferiría quizá que ese sosías dijera cosas distintas de las que está diciendo, pero si es honesto, debe dejar que hable y que diga incluso verdades desagradables, debe, en suma, abandonar la pluma a la escritura nocturna.
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“De modo que en esa escritura nocturna nos oímos decir cosas que no corresponden necesariamente a una filosofía de vida nuestra, a una convicción política, moral o religiosa nuestra, sino que nos ponen de cara a epifanías cuya existencia hasta ese momento ignorábamos, que tal vez no queríamos conocer, en algunos casos encantadoras, pero las más de las veces terribles, que nos enfrentan a los infiernos. Es como si surgieran del subsuelo o del sótano de nuestra personalidad algunos elementos de nuestra vida y nuestra experiencia que no hemos utilizado en la construcción consciente de nuestra personalidad y nuestra visión del mundo.
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“Un libro nace de diversos estímulos. En primer lugar de una idea consciente, del interés por una historia o por un personaje o por un problema, de una experiencia. Pero además siempre hace falta alguna ocasión imprevista e imprevisible, algún estímulo que actúe de partera, por decirlo de alguna manera, y que saque, que lleve a la superficie esa historia que quizá, sin ese estímulo, habría permanecido latente y reprimida en lo profundo.
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“En la relación entre la escritura nocturna y el monólogo teatral, el lenguaje surge casi imprevisto, imprevisible, como cuando hablamos no sabemos exactamente qué diremos al minuto siguiente. Brota de lo profundo, sale de la corporeidad física, carnal del cuerpo, de la boca, uniendo inextricablemente el elemento espiritual, el que remite a la página, con el inmediato de lo físico.”
Claudio Magris, escritor italiano (1939). Fragmentos del ensayo “La escritura nocturna”.
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