miércoles, 27 de julio de 2011


Gabriela Villano coordina el ciclo:

“COLECTIVO DE CUENTOS”
(Narración oral para adultos)

Diferentes estilos y repertorios para alegrarte la tarde
con cuentos variados.

Sábado 13 de agosto a las 18:
Anabelle Castaño, Geraldine Ricau y Gabriela Villano

Sábado 27 de agosto a las 18:
Vivi García, Elisa Vázquez y Gabriela Villano

 
En Chalmers Resto bar
Niceto Vega 5248, Palermo Soho, CABA.

A la gorra.

Beca FNA - cuentos en escuelas

Hay novedades respecto de nuestro proyecto grupal de funciones de cuentos para escuelas carenciadas, financiado por el Fondo Nacional de las Artes (FNA). Hacé clic en:

Cine cuentero 26: Tesis


Películas que hacen referencia a los narradores orales o al arte de narrar.


Tesis (1996) es una película española de suspenso muy recomendable, escrita y dirigida por Alejandro Amenábar, protagonizada por Ana Torrent, Fele Martínez y Eduardo Noriega. Este primer largometraje de Amenábar fue rodado, en parte, en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, donde el director estudió cine en la vida real.

Ángela (Ana Torrent), una estudiante de la Facultad de Ciencias de la Información, prepara una tesis sobre la violencia audiovisual. Su director de tesis, que la está ayudando a conseguir material de investigación, descubre accidentalmente una película y, al día siguiente, aparece muerto. Ángela descubre que la cinta en cuestión es una película "snuff”, en la cual una estudiante de esa facultad, desaparecida hace dos años, es torturada y asesinada de verdad, sin trucos de montaje ni efectos especiales. Ángela no tiene mejor idea que indagar por su cuenta, sin dar parte a la policía. Y así le va.

Promediando la película, Ángela, junto con Chema (Fele Martínez), un compañero de facultad que la ayuda en su investigación, están encerrados en los túneles alrededor de las viejas calderas de la facultad, lugar que ya nadie frecuenta y guarida de los malos de turno. Ángela y Chema deben escapar de ese laberinto a oscuras, ayudados por una magra cantidad de fósforos. Los dos saben que los miembros de una organización que rueda películas “snuff” en la facultad los van a matar, como ya lo han hecho con varias muchachas desaparecidas. Como Ángela está al borde de un ataque de nervios (no, esta no es una película de Almodóvar), Chema, para calmarla y para evitar que ella lo saque de quicio, le cuenta un cuento “como a los niños”. Y narra una versión muy particular y condensada de “El cumpleaños de la infanta”, de Oscar Wilde, mientras los dos deambulan por los pasadizos en busca de una salida, iluminados tenuemente por la luz de los fósforos que ya casi se les acaban.

Chema es un personaje muy especial, por no decir estrafalario, de modales ásperos y gustos raros, poseedor de una gran colección de películas violentas y pornográficas (la curiosidad morbosa por la violencia audiovisual es todo un tema en esta película). Este muchacho no le cae bien a nadie (y, claro, con esos gustos, modales y la decoración de su departamento…). No resulta muy difícil darse cuenta, mientras él cuenta la historia en los túneles, que se siente identificado con el enano feo y deforme de Oscar Wilde, enamorado de una princesa inalcanzable (Ángela, por supuesto) a la que solo quiere hacer feliz para siempre. No hay nada que hacerle, cuando uno cuenta un cuento, se cuenta.

Son solo unos pocos minutos de narración oral caminando por un túnel, pero sirven de excusa para que, ya cerca del final, Ángela le regale un libro a Chema, La princesa y el enano, basado en un cuento de Oscar Wilde, según dice la portada del libro que se ve en pantalla.

Y colorín colorado, esta historia de violencia y morbo ha terminado.


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Turismo tenebroso en Valle Fértil, provincia de San Juan, Argentina


El viernes 22 de julio de 2011, me alojé durante una noche en la Hostería Valle Fértil, en la localidad homónima de la provincia de San Juan. Es la primera vez, en los muchos viajes que he hecho en la Argentina y en el extranjero, que me pasa algo como lo que les voy a comentar, por eso considero necesario escribir esta nota para alertar a cualquier viajero desprevenido. Aclaro que esto no es cuento, me pasó de verdad, lamentablemente.

A la hostería se asciende por un camino privado desde el pueblo. La recepcionista me dio la habitación single estándar número 54, que es la más alejada del edificio principal donde está la recepción de la hostería y que está tres niveles más abajo por la cuesta del camino privado. Tuve que esperar más de 15 minutos para que viniera alguien a mostrarme donde quedaba la habitación (eran las 12 del mediodía). Había que bajar por la calle vehicular y por tres tramos de escaleras metálicas, así que es mejor que vayan preparados con un equipaje pequeño, liviano y con rueditas, y con buenos músculos, porque los empleados del hotel no están dispuestos a llevarte la valija a ningún lado. Cuando por fin llegamos al tercer nivel inferior, la habitación 54 era la última, la más alejada de todas. Más allá, un espejo de agua.

Cuando la empleada me abrió la puerta de la habitación 54, pensé que se había equivocado y que eso era un depósito reciclado. No llegaba a los tres metros cuadrados, y estoy siendo generosa. Me inundó una sensación de claustrofobia. Eso era un calabozo, un dedal, una cajita de fósforos, como quieran llamarlo.

Pedí una habitación más digna y más cercana al edificio principal de la hostería (una mujer que viaja sola tiene que tomar ciertas precauciones respecto de su seguridad personal). ¿La respuesta? “No hay más lugar”. Cabe aclarar que yo pagué en efectivo la mitad de mi paquete turístico (que incluía esa noche en la hostería de Valle Fértil) en Buenos Aires el 10 de mayo de 2011 (llegué a la hostería el 22 de julio). Desde esa fecha de mayo se sabía que yo me iba a alojar en una habitación single en la dichosa Hostería. No se trata aquí de una viajera que llega sin reserva y sin aviso, y a quien los dueños de la hostería le dan la única habitación que les queda disponible por caridad, para que no pase la noche a la intemperie. No, nada de eso.

Esa única noche que pasé en la habitación 54 de la Hostería Valle Fértil fue de terror. Entrabas en la habitación, dabas dos o tres pasos y ya llegabas a los pies de la cama single, que estaba contra una de las paredes de la habitación. Pegada a la cabecera de la cama, había una mesita de luz con un velador que no funcionaba y, luego, la otra pared (para que te des una idea del ancho del claustro). En esa pared opuesta a la cama, estaba la puerta del baño. Si abrías la puerta del baño, ésta quedaba a tres centímetros del borde de la cama.

Si querías abrir la puerta del placard, no se podía abrir la puerta de la habitación. O sea, había que ser muy meticuloso y ordenado para manejarse ahí adentro. De todas formas, el ingenioso arquitecto que diseñó “eso” se las arregló para meter una silla ahí adentro, en el espacio que quedaba entre los pies de la cama y la otra pared (para que te des una idea del largo del reducto). No sé cómo hizo. Inteligencia local.

El baño seguía la misma tónica claustrofóbica. Entrabas y ya estaba ahí el inodoro. La mochila del inodoro robaba mucho espacio, por eso tenías que entrar con cuidado en el baño, maniobrando por el poco lugar que quedaba entre el inodoro y la pileta (suerte que no soy generosa de caderas). No había bidet porque no había lugar, obviamente. Si te sentabas en el inodoro, podías alzar el brazo izquierdo y ponerlo sobre la pileta del baño. También podías, desde el trono, apoyar la cabeza sobre la pileta del baño y lamentarte: “¡¿Quién carajo me mandó a alojarme en esta celda de presidiario?!” Pero tenías que tener cuidado de no golpearte, porque la pileta terminaba en ángulo recto y afilado (¿por si algún huésped desesperado quería suicidarse para escapar de allí?). Tengo un moretón en el hombro izquierdo que me quedó de recuerdo por una mala maniobra sentada en el inodoro a las cuatro de la madrugada (no tenía otro lugar donde ir).

En el baño no había perchero para colgar la toalla de mano. Claro, no había lugar. ¿De dónde colgabas el toallón? Tal vez de las canillas de la ducha. Acertaron, bañera no había, porque no había lugar. Si querías darte una ducha, abrías la canilla y apoyabas la espalda contra la pared opuesta para poder mojarte, de tan angosto que era el baño. Agua tibia, por supuesto. Allí abajo no llegaba el agua caliente (pleno invierno, aclaro).

Cuando llegué a “mi refugio acogedor” esa noche, después de un paseo durante toda la tarde en Ischigualasto, quise distraerme viendo la televisión (colgada casi del techo), pero no pude. Muchachos, pónganle pilas nuevas al control remoto de vez en cuando. A propósito, si van a esta hostería, llévense algo de ropa fluorescente, así cuando suben o bajan de noche hasta la recepción por el camino vehicular, ningún conductor se los lleva por delante.

Después de cenar en el comedor de la hostería, mucho más arriba, bajé la cuesta y los tres tramos de escaleras, tomé aire y me metí de nuevo en el dedal número 54. Intenté hacer ejercicios de relajación y control mental para poder dormirme, pero lo único que se me cruzaba por la mente era Jack Nicholson en la película “El resplandor”, que cuenta la historia de un tipo que se vuelve loco en un hotel apartado. Creo que esta asociación de ideas habla por sí sola. Si esa es una habitación single estándar, no quiero pensar qué le dan al pobre diablo que se aloja en una económica. Quizás lo ponen dentro de un armario, colgado en una hamaca paraguaya. La inteligencia local da para cualquier cosa. Pero para facturarte, no tienen ningún problema.

A la mañana siguiente, hablé con mi guía, Alfredo de la agencia Money Tur, el receptivo local. Él conocía la habitación 54. Se la daban cuando traía turistas y debía alojarse en la hostería. Me dijo que, para cambiarse de ropa, tenía que subirse a la cama, para tener lugar. Yo no quise cambiarme de ropa. La noche que pasé en la 54 dormí vestida, sin ponerme el pijama. No había lugar para cambiarse cómodamente de ropa, ni ganas tampoco. Por suerte, al lado de la puerta de entrada, había una ventanita (y uso el diminutivo no para expresar afecto, sino para indicar el tamaño de la abertura en cuestión) con un vidrio corredizo, por supuesto porque, una vez más ¡no había lugar!

No hubiera podido resistir más de una noche ahí adentro. No vuelvo a esa hostería ni que me paguen. Si ustedes quieren sentirse como el Prisionero de Zenda o el Conde de Montecristo en sus prisiones, pidan la habitación 54 de la Hostería Valle Fértil en San Juan. Y a los responsables de esa hostería, que pertenece a la cadena hotelera Alkazar de San Juan, les digo que se merecen esta difusión que estoy haciendo. Se la han ganado por mérito propio.

Gabriela Villano

Reflexiones: Zoología y Literatura

“Robinson Crusoe sobrevive al naufragio y encuentra refugio en una isla. A partir de ese momento, su vida se resume en el título de la obra del poeta Hesiodo: los trabajos y los días. En tanto humano, para vivir, Robinson necesita hablar y que le hablen. Es por eso, que antes de la existencia de Viernes, aparece un extraño personaje: ‘Vi abundancia de papagayos’ (...) La voz del papagayo es el espejo de la conciencia de Robinson y de las preocupaciones que lo acucian. (...)


“El hecho de ser nombrado lo ha devuelto a su condición humana. Robinson no lo olvidará y cuando abandona la isla, se lleva al papagayo con él. Roland Barthes escribe en Cómo vivir juntos (hablando) que el diálogo con el papagayo suscita un Tú. (...) ‘Pero es imposible hacerse decir Tú por un objeto. De allí el carácter irreemplazable del loro de Robinson Crusoe: al recibir su nombre se mantiene como persona humana’.


“En su Historia de los animales, Aristóteles también concede al loro, en tanto habla y se embriaga, dimensión humana. (...)


“El loro no sólo habla, sino que cuenta. La tradición oral de los ‘cuentos verdes’ encuentra por la metonimia de las plumas la vía verde con que se los designa en la lengua. Enrique Anderson Imbert en su recopilación Los primeros cuentos del mundo los adscribe al género de la picaresca. (...) Un breve relato recopilado por Imbert sitúa al loro en la tradición de ‘cuentero’ o alcahuete del patrón. Cuentos de un loro famoso en la India es Shukasáptati (‘setenta cuentos’ de un loro). El original se ha perdido y se conservan ediciones muy alteradas; la más vieja en sánscrito, data de varios siglos después que los cuentos fueron compuestos. De todos modos, es anterior al siglo XI.


“Aprovechando que su marido ha partido para un largo viaje, una señora se dispone a salir en busca de hombres que la consuelen, pero un loro la retiene en la casa contándole un cuento; cuando llega al punto culminante ya es demasiado tarde para que la señora salga. Así sesenta y nueve noches. Cuando el marido regresa, el loro cuenta el septuagésimo y todo termina en una fiesta. El loro, cumplida su misión, sube al cielo.


“En ‘Historia del marido y el papagayo’, en Las mil y una noches, se repite la anécdota de la infidelidad. El loro queda vigilando a su ama quien, para engañarlo, ordena a los esclavos que le arrojen lluvia sobre la jaula, que hiciesen con la boca ruidos semejantes al del trueno y que de vez en cuando, ‘a la claridad de una luz amarillenta, diesen vueltas a un espejo a la vista del papagayo’. Cuando retorna su amo y le pregunta al loro por el comportamiento de su mujer, ése le responde que la lluvia, los truenos y los relámpagos le han impedido observar nada. Como el clima es apacible, su dueño piensa que lo ha engañado y termina matándolo. Seguramente en el Río de la Plata se encuentren variantes de esta versión de Las mil y una noches; sólo que esta vez un loro hace de Scherezade, ya no para salvar su cabeza, sino los cuernos en la cabeza de su amo.
(...)
El Bestiario de Indias de Alberto Salas, citando al Inca Garcilazo, lo describe de esta manera: ‘Los españoles llaman a los papagayos con diferentes nombres, por diferenciar los tamaños. (...) a otros mayores que hablan más y mejor que los demás llaman loro’. Lo que diferencia al loro es que habla más y mejor. Esta significación está presente en la expresión ‘habla como un loro’ y este cotorreo designa ese exceso, que puede transformarse en una jerga incomprensible.


“En América este Bestiario de Indias retorna de manera bestial cuando el ‘loro o lorito’ es el soporte de un instrumento de tortura para hacer hablar.(...)


“Los loros hablan y por ello tienen un hombre. (...) El nombre tiene significación lo que también se lee en la novela de Antón Chejov Extraña confesión. (...) La novela de Chejov cuenta la historia de un juez de instrucción que comete un crimen. El loro parece haber presenciado ese crimen y se transforma en la voz de su conciencia. ‘¡El marido ha matado a su mujer!’ La voz del loro repiquetea de manera pesadillesca hasta que el asesino termina matándolo. Pero lo mismo que en el cuento de Flaubert en que un personaje, acusado de matar un loro, se defiende diciendo: ‘No soy un asesino’. Es como si en lugar de matar un animal hubiese asesinado a un ser humano. Es que el loro lo es, porque habla. Antes de que Konrad Lorenz hablara con los animales y la etología se transformara en una ciencia, el loro es voyeur, es testigo, es cuentero porque, como ‘dice’ en Las mil y una noches, ‘no sólo hablaba muy bien, sino que tenía la cualidad de charlar todo lo que se hacía delante de él’”.


Fragmentos de una nota titulada “El loro: ese mártir de su propia voz”, de Luis Gusman, publicada en la Revista Ñ del 28 de febrero de 2009, págs. 12 y 13.


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Dicen los que saben 50

Héctor Pavón le realizó una entrevista a Tomás Eloy Martínez a fines de 2008 y, entre otras cosas, le preguntó lo siguiente:

–¿Cómo fue el tránsito a la escritura?

–Fue el descubrimiento del poder que tiene la imaginación. Le cuento una anécdota. Yo iba a la escuela en la ciudad de Tucumán, y durante los meses de calor nos íbamos a una casa en el cerro con mis padres. Un día, con nueve o diez años, me contaron que había un circo maravilloso en la ciudad. Y yo dije: “Voy al circo y vuelvo a tiempo a casa”. Pero en el circo vi una muchachita, muy flaca, muy pálida, vestida de mariposa, montada de pie sobre un caballo y dando vueltas. Me enamoré. Y se me hizo tarde, y al llegar a mi casa encontré a mis padres desesperados. Tuve una penitencia: no podía leer libros ni podía ir al cine durante un mes. Dije: “Bueno, ya que mis padres no me lo permiten, voy a contarme una historia a mí mismo”. Me inventé una de un chico al cual sus padres castigan y por lo tanto los odia. Se escapa de la vigilancia metiéndose en una estampilla. Y así conocía el mundo y contaba cómo veía las distintas cosas de la vida, cocinas, amores en países extraños. Cuando terminé mi historia, mi madre la leyó y me dijo: “¿Qué es esto?”, y le dijo a mi padre: “Hay que quitarle la penitencia, porque lo que está haciendo es más peligroso que lo que le prohibimos”. Entonces, descubrí que la imaginación tenía poder.

Tomás Eloy Martínez.

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Cuidemos el idioma

ANGELA PRADELLI, IVONNE BORDELOIS Y PEDRO BARCIA ANALIZAN LA VIOLENCIA VERBAL DE LAS ÚLTIMAS SEMANAS (DE JULIO DE 2011)

MAESTROS DEL IDIOMA, PREOCUPADOS POR LA ESCALADA DE INSULTOS Y PALABROTAS.

No hay ni un solo insulto en Medianoche en París. El protagonista, un escritor frustrado, es recogido en un taxi antiguo que lo lleva al pasado, donde la vida es una fiesta. Se encuentra allí con Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald, Pablo Picasso y Salvador Dalí, cultores de la belleza de las palabras, las formas y los colores. Woody Allen está detrás de las cámaras de esa ficción. Los protagonistas cruzan diálogos en inglés, francés y español, pero ninguno acude al desborde.

Hasta anoche, la película tuvo, en la Argentina, 250 mil espectadores. El video del Tano Pasman, en cambio, fue visto por cuatro millones de personas. Filmado en su intimidad, este hincha de River putea, carajea y manda a todo tipo de lugares a jugadores, dirigentes, rivales y hasta a sus propios padres. Sus palabras se ensombrecen también de racismo.

¿Por qué la violencia verbal produjo esa atracción? ¿Qué es lo que sucede con el lenguaje de la sociedad? ¿Cuál es el motivo por el cual un cantor que vive de las palabras elige de las peores para expresarse? ¿Por qué vuelan por el aire tantas expresiones envenenadas? “Las palabras circulan y hay mucha gente que puede sentirse ofendida y mucha gente que tendrá que reflexionar hasta qué punto sus palabras ofenden. Las palabras también pueden ser una herida”, advierte la escritora Ángela Pradelli, autora del libro La búsqueda del lenguaje.

EXPERIENCIAS DE TRANSMISIÓN

Ella es una trabajadora de las palabras y todo lo que sabe lo reparte como porciones de pizza entre sus alumnos secundarios. Hay veces que la tabla le vuelve vacía, y ella se preocupa: “En la escuela, hay muchos enunciados que discriminan al otro y estoy hablando de los docentes y los pibes también. Cuando uno plantea esa cuestión como algo a resolver -porque el lenguaje con el que vos hablás también habla de vos-, no lo entienden”.

“El presente es un tiempo donde están todos los tiempos, el pasado y el futuro. Si no reflexionamos hoy sobre el nivel de agresión que sobrevuela, los insultos, el griterío exacerbado del hincha y la reproducción de eso que hacen los medios, podemos quedar atrapados en un pantano”, se despide Pradelli, por teléfono, antes de entrar a ver la película de Woody Allen, que juega con el buen decir y el viaje a través del tiempo.

En este presente, vuelan palabras con el filo de las dagas. Maradona que pide que se la chupen; Fito Páez que siente “asco” por los que piensan distinto; Luis D´Elía que odia “a los blancos” y vincula a los “paisanos” con la corrupción; Hebe de Bonafini que llama “hijos de puta” a bolivianos y “turros” a los ministros de la Corte Suprema; Chiche Gelblung que califica como “sorete humano e intelectual” al filósofo José Pablo Feinmann; las vedettes que se bombardean; panelistas y bailarines que se menosprecian por la condición sexual.

“La televisión ha puesto el insulto de moda. Es una gran cloaca, muy degradante, me da la impresión de que estamos tocando fondo”, señala Ivonne Bordelois, poeta, ensayista y lingüista de 24 quilates. Estudió en La Sorbona y escribió en la mítica revista Sur, pero hace zapping como cualquiera. Es así como vio al Tano Pasman y analizó sus puteadas: “La blasfemia tiene más eficacia en un contexto más llano. Cuando el insulto se generaliza hasta ese punto, se pierde la noción de contraste y lo que se consigue es desfondarlo de eficacia. En catarata, la respiración se vuelve imposible, pero no son puteadas bien puestas”.

“Es cierto -admite ahora- que hay innovaciones: de pronto, este señor famoso dice “la puta que me parió”, yo nunca había oído el insulto a la propia madre. Y me llamó la atención “la concha de tu hermana” repetido varias veces, no sé por qué se apunta a la hermana, cuando el objetivo siempre era la mujer o la madre”.

Madame Ivonne -como la llamarían en la película que nos acompaña en esta nota- considera que el debate político centrado en el asco que siente Fito Páez “es terrible, porque, con tanto griterío, parece un corral de ratas”.

“El que insulta tendría que ver primero desde dónde lo hace. Se dice ‘esto es un asco porque es ineficiente y corrupto’, pero también otros pueden pensar que el que lo dice también representa algo que es ineficiente y corrupto”, agrega.

A Pedro Luis Barcia, presidente de la Academia Argentina de Letras, le brotaron cinco mil palabras bajo el título El tobogán de la guasada. Aquí las ideas principales: “El poeta latino Juvenal decía: ‘La indignación genera versos’, y él, caliente por los sucesos coetáneos, componía notables sátiras. Dicho de otro modo: en el creativo, la irritación genera obra personal y valiosa; en el mediocre, en el vulgar, engendra insultos, descalificaciones groseras y puteadas.” “Los insultos se suceden concatenados y en trenza. Los medios ejercen docencia: si un DT cae en la brutal grosería de difusión mundial, deja su marca, y otros se van sintiendo habilitados a ensayar su brulote. Vergüenza, por nuestra opuesta realidad, me dio que la hermana Academia de Letras del Uruguay, le diera una distinción al maestro Tabárez por su gobernado e impecable decir”.

“La crispación se transmite, como corriente eléctrica, y más cuando se habla por micrófono encadenado. La reiteración de lo chabacano, si no hemos sido educados en pensamiento crítico para ponerle coto, genera habitud e imitación. Un refrán final: ‘Tanto anda uno con la miel, que algo se le pega’. lo que no dice el refrán es que lo mismo pasa con la brea”.

Por Pablo Calvo. Fuente: Clarín. Más información: www.clarin.com
Semana del 26 de julio de 2011. Gacemail. TEA.

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